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¿Está Cristo contra la paz y la familia?
Pocas épocas como la actual han tenido al centro del drama de lo humano la familia.
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Del Evangelio de San Lucas proclamado este año 2025, decía Dante haber sido escrito por el scriba mansuetidinis Chisti o “el autor/cantor de la mansedumbre/misericordia de Cristo”. Cierto: en dicho evangelio están las obras de misericordia de Jesús, su cercanía a los sufrientes, su intercesión por los pecadores, su llamado al perdón y a la paz. Pero a partir del capítulo 9o. el Cristo Misericordioso se torna exigente, incluso intolerante ante la avaricia (como en los domingos anteriores) y urgente de una opción por Él y su Reino, al punto de decir en la Buena Noticia de mañana que “no ha venido a traer la paz, sino la guerra” y que “por su causa habrá divisiones familiares”. Al asombro deben suceder las preguntas: ¿A qué paz se refiere Cristo? ¿Cómo pueden darse divisiones en familia por su causa? Así: 1) La paz aludida por el llamado “Príncipe de la Paz” (según Isaías 9,6) es producto de privilegiar la voluntad de Dios ante las “conveniencias de todo tipo”: la amenaza nuclear entre potencias claro que trae la paz del miedo, la guerra comercial traerá la paz de las negociaciones convenientes a todos, la paz en casa puede ser producto de alguna forma de abuso de autoridad, etc. En realidad “es hacer la voluntad de Dios y no la propia o la conveniente” la que construya la paz profunda: en medio de las lágrimas de los cristianos perseguidos en el mundo se ubica la paz de estar unidos al Señor en su Pasión camino de su Resurrección. San Agustín describe la paz como don de Dios y como “la tranquilidad del orden” y como un estado de armonía interior que se refleja en la sociedad (Sermón 357), y yendo más al fondo afirmaba que ella debe predicarse no en las plazas sino en los hogares (La Ciudad de Dios, 19,6). La actual crisis de la familia que por la influencia de lo medios de comunicación, pero también en las leyes de los Estados tanto liberal/capitalista como progresista/socialista, prioriza el placer individual, los derechos a salarios fruto no de trabajo, sino de huelgas, el distanciamiento entre familiares (en el drama migratorio), y no favorecen ni la unidad ni la concordia familiar, pero sí las aberraciones de las “familias modernas” de parejas del mismo sexo y de mascotas sustitutas de hijos reflejan cómo el pos-humanismo más cruel.
Pocas épocas como la actual han tenido al centro del drama de lo humano la familia.
2) Si una familia no ha confundido los roles y “da a Dios el puesto que merece” no provocará la “violencia contra los que quieren ser cristianos a fondo”. Pero, distorsionada la familia como “hotel u hospedaje” de comidas, lavado de ropa y cama, pero sin relaciones con Dios que iluminen a todos, sí habrá violencia de padres a hijos y viceversa, pues hasta su misma familia (entendida sin José y María, claro) decía de Jesús que “estaba loco” (Marcos 3, 21). Desfigurada, como dicho antes, ese tipo de familia sí resulta opuesta a Cristo, antes que Cristo opuesto a ella. Un dato son las familias de “culto mixto”, donde alguno se siente mejor que los demás porque “ya ha aceptado la fe”, resultando los demás pecadores despreciables por su devoción a los santos, sacramentos, etc. Pocas épocas como la actual han tenido al centro del drama de lo humano la familia, y pocas veces se ha esperado tanto de ella: “Son las familias las que generan el futuro de los pueblos” (Papa León XIV 01.06.2025). Todas las llamadas “pastorales familiares” de iglesias o parroquias no deberían desatender las crisis de paz vividas al interno de las familias, sujetas como dicho antes al embate del culto al consumo, al individualismo, a la infidelidad matrimonial. Queda orar y trabajar socialmente y religiosamente para “todos sean uno” (Juan 17,21 ss) pues “no se trata de una fusión impersonal, sino de una comunión viva que nace del amor con que Dios ama: un amor que une sin aplastar, que salva sin imponer, que construye comunidad sin borrar la diferencia de cada uno en la familia” (Papa León XIV, 01.06.2025).