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Cuando Guatemala cantaba en los años 80
Recuerdo con claridad a un joven soñador llamado Ricardo Arjona, que llegó a mi casa con su guitarra, y su hambre de escenario.
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En los últimos meses, algo hermoso ha comenzado a despertar en los corazones de muchos: la nostalgia por los años 80. Una época que marcó profundamente a una generación en Guatemala y Latinoamérica. Años de sueños en Technicolor, de voces infantiles que alcanzaban el alma, y de una juventud apasionada que encontraba en la música un espejo de sus ilusiones.
Recuerdo con claridad a un joven soñador llamado Ricardo Arjona, que llegó a mi casa con su guitarra, y su hambre de escenario.
¿Quiénes llenaban las radios y las paredes de afiches? Los Chicos, Menudo, Timbiriche, Luis Miguel, Lucerito, Vanessa, Thalía, Los Chamos, Paulina Rubio, Pedrito Fernández, Parchís… Pero, entre todos ellos, hay un nombre que retumba con especial cariño en el corazón de Guatemala: Vanessa, la niña artista que descubrí a los 9 años y que conquistó Siempre en Domingo, con Raúl Velasco.
Vanessa fue elegida para representar a Guatemala en uno de los programas más vistos de la televisión latinoamericana: América, esta es tu canción. Fue en 1982 cuando interpretó La gallina Tu-Tu ante más de 400 millones de televidentes, compartiendo escenario con Luis Miguel, Lucero, Pedrito Fernández y Los Chicos de Puerto Rico —grupo del cual saldría Chayanne—.
Fue una verdadera época de oro y Guatemala florecía con talento, impulsado por Monitor y Ultrasonido, verdaderos programas semilleros de niños cantantes. Vanessa grabó mis canciones con Discos de Centroamérica y Polygram Records, de México, con arreglos de Bob Porter, como La gallina Tu-Tu, El conejo mago, El trabalenguas, el Popurrí del buen día y La casita en la montaña, entre otras, y llegaron hasta el Madison Square Garden en Nueva York.
Los colegios se transformaban en escenarios donde se grababan giras televisadas. Las radios se disputaban entrevistas. En la Sexta Avenida se vendían fotos de Vanessa y Los Chicos, y los fans imitaban sus coreografías y vestuario. Recuerdo el concierto en el estadio Mateo Flores: más de 80 mil personas asistieron a ver a Los Chicos y Vanessa, y los Bomberos Voluntarios estuvieron al tanto de la seguridad. Fue un fenómeno nacional; ni siquiera Menudo logró tanta euforia en Guatemala.
Muchos niños soñaban con ser artistas. Algunos, como Alejandrita Corzo, que debutó en Disney World, y Manuel Ernesto Alvarado, que actuó en Televisa, lograron llevar ese sueño al exterior. Y aunque no era niña en esa época, también recuerdo con claridad a un joven soñador llamado Ricardo Arjona, que llegó a mi casa con su guitarra y su hambre de escenario. Al escucharlo, supe que estaba frente a una estrella. Le conseguí una audiencia con Discos de Centroamérica, le di mis contactos en México y le sugerí llevar allí su música con Raúl Velasco. Hoy, según Wikipedia, es el artista de mayor renombre en toda Latinoamérica. ¡Qué orgullo saber que es guatemalteco!
Años después, Vanessa se convierte en una productora de música reconocida, que compone y arregla para artistas en Japón y otros países. Aunque ya no cante, la música sigue siendo su hogar. Y, sin embargo… ¡qué nostalgia tan profunda la de esos tiempos en que los niños soñaban con cantar, no con subir videos virales! Tiempos en los que el talento se cultivaba, y no se medía por likes. Hoy, la juventud parece más absorbida por las redes que por el escenario, más atenta al celular que al ensayo.
Quizás aquella época de oro no vuelva, pero permanece viva en los recuerdos, en los discos guardados, en las cintas de video y, sobre todo, en el corazón de quienes la vivimos intensamente. Ojalá esta nostalgia que ahora despierta nos recuerde que el arte infantil también puede cambiar una nación. Porque cuando un niño canta, canta el alma de su país.