Bukele, el pequeño dios
El ejecutivo salvadoreño tiene una mayoría de asambleístas que le permite tomar decisiones sin hablar con el resto de los partidos.
Los aspavientos, el autoritarismo y el populismo de Bukele han sido puestos en evidencia por diversos medios y analistas alrededor del mundo. En contraste, también muchas personas han alabado sus particulares gestos, bajo el argumento de que “por fin alguien hace algo por el pueblo” y él se atrevió a hacerlo, entre otros elogios.
El mundo sigue dividido entre emocionales que gustan o justifican a los autoritarios —luego sufren las consecuencias y pasan años quejándose— y quienes prefieren utilizar la razón, el análisis y la historia para proponer un análisis crítico y sustentado de ese tipo de actitudes. Los más curiosos son aquellos que ni “chicha ni limoná”, quienes aprovechan la situación salvadoreña para intentar una especie de análisis comparativo con la guatemalteca y concluir —atrevida y alegremente— que somos idénticos. ¡Bueno, pues no!
El Ejecutivo salvadoreño tiene una mayoría de asambleístas que le permite tomar decisiones sin hablar con el resto de los partidos; no ocurre así en Guatemala, donde hay que buscar los consensos necesarios porque el partido oficial tiene 17 diputados, muy alejado de la UNE que cuenta con 52 bronquistas que andan de pelea por el poder. Tampoco Giammattei ingresó al Congreso respaldado por militares ni se sentó en la silla presidencial, como sí hizo el presidente vecino, denotando un autoritarismo temprano, ahora más avanzado. Además, los norteamericanos hablan con Guatemala —ya lo han hecho en varias ocasiones— algo que es imposible hacer con el ídolo vecino.
La economía salvadoreña está dolarizada, eso no ocurre aquí, y el amarre con los USA pone en evidencia una baja y delicada capacidad de maniobra económico-financiera. La deuda pública salvadoreña es alrededor del 90% de su PIB —con peligro de llegar o superar este año el 100%—, lo que puede comprometer los préstamos a futuro y especialmente los pagos; aquí es de un 32%, escenario muy diferente con margen de acción distinto. Las remesas representan en El Salvador un 20% de su PIB, unos 8 puntos más que en Guatemala, y el análisis del FMI sobre perspectivas económicas sitúa al vecino muy lejos de nosotros. El presidente Giammattei no ha cesado a la fiscal general ni tampoco a los magistrados de la Corte de Constitucionalidad, electa aquí por cinco instituciones con sus dimes y diretes, pero que no permiten el autoritario plumazo que mostró Bukele el primer día en que los diputados de su partido tomaron posesión del cargo. No es menos cierto que en otros indicadores vamos de la mano hacia el precipicio, lo que se puede negar. Así que siempre será posible establecer la comparación que se quiera, para eso están las emociones y el interés personal; pero hay que abocarse a los números y a los hechos. Ambos países están mal en muchas cosas, pero el rumbo que se ha imprimido en El Salvador dista mucho, muchísimo, del nuestro y del de nuestros vecinos, incluido el floreciente narcoestado hondureño. Debemos mejorar, eso es algo evidente e innegable, y modificar ciertas cuestiones incrustadas en el sistema, así como salir de políticos corruptos, pero utilizar la herramienta de la comparación y presentar el autoritarismo bukeliano o la narcoactividad hondureña, como elementos comparativos de descalificación, es propio de oposición política enojada o de emociones incontenidas, pero no de razón ni de datos.
Bukele usa como nadie las redes y hace milagros en una masa poco reflexiva, insensata y llena de cólera y sinrazón. En unos años, cuando metamorfosee a dictadorzuelo, nadie dirá que lo apoyó, como ocurrió con Chávez y otros que parecen que llegaron al poder e hicieron las cosas con divina autorización y beneplácito.