El que sonríe de último, sonríe peor

El que sonríe de último, sonríe peor

¿Estallará algún día la paciencia de la gente común? Ojalá que sí. Ojalá que quienes han perdido algo querido se empiecen a poner de acuerdo. Ya toca.

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27/06/2021 00:02
Fuente: Prensa Libre 

El que sonríe de último sonreirá peor. Sonreirá peor porque —de todos— fue el que pasó más tiempo en pena. Soportó más dolor. El que aguantó más leña, y será el que más perdió. Esto es lo que se mira desde la calle chapina en la era del covid. Antes ya teníamos problemas, pero creíamos conocer el riesgo entre mantener o perder lo que valoramos. Hoy, ya sea por conciencia o porque la hayamos visto de cerca, sabemos que nada, nada, estaba asegurado. Pudo ser la salud, o la compañía de un buen amigo.
A un suspiro de perder desde el negocio de la familia que alimenta el bolsón de los sueños hasta aquella personita a quien más amamos.

No imaginé que tanto pudiera llegar a estar en riesgo cuando escuché la primera noticia desde Wuhan. El bienestar del entorno, el futuro familiar. Se decía que el covid no sería fugaz, que tomaría un tiempo llegar a la meta de la inmunidad colectiva. Inició la carrera por preparar antígenos y a prueba se puso lo que es contrario al individualismo. Los privilegios, a la tostada. Hasta que todos estuvieran a salvo, cada uno estaría a salvo. Más que nunca imperó la salud social, las prácticas grupales, los gobiernos y su capacidad de responder a una emergencia global. Todas las naciones a gozar o a sufrir de lo que han construido. El guatemalteco, desnudo y expuesto, trabado a la merced de la más irresponsable y avara charlatanería.

Cada país a gozar o a sufrir de lo que tiene construido. Cuántos hasta entonces supieron de los índices que clasifican al mundo según cuántas camas hospitalarias hay para cada habitante. Ahí nos tenían en abril y en mayo, buscando nuestra posición en el ranquin. Viendo en absoluta vergüenza cómo con nuestras 0.4 camas por cada mil estamos a 13 lugares de ser lo peor del mundo. Somos lo peor del continente americano (Banco Mundial). Viendo en retrospectiva, ese índice fue anuncio del lugar que ocuparíamos para atender la pandemia. En fijar las reglas para evitar contagios. En diseñar estrategias para que la vida continúe, pero de manera responsable. En atender a los pacientes. Y, por supuesto, en obtener las vacunas en esta carrera mundial que expone las diferencias.

Supimos que el primer mundo tendría las primeras vacunas, que seguirían los medianos. Y que seríamos de los últimos. Lo que no sé es si imaginamos cuán último estaríamos. Hasta Honduras, el vecino señalado de tanto mal, recibe hoy 1.5 millones dosis de vacuna Moderna. Nosotros no porque los diputados andan de feriado. Con absoluta escasez solo hemos aplicado 900 mil dosis, con una población casi el doble de la hondureña. Estamos “en lo peor de la pandemia” y “a punto de una catástrofe”, dice el director del Hospital General. A ese pesar, el sistema económico disfraza la realidad aparentando normalidad, pero haciendo trampa. Solo fíjese, en este caos la municipalidad capitalina organiza una carrera para julio, para miles de corredores. El Gobierno, por su parte, no impide un feriado largo, que estimula el tránsito interno masivo.

Con melancolía, esta semana vi a la ministra de sanidad española dar un lindo anuncio. Dijo que España aprobó un decreto por el cual “dejan de ser obligatorias las mascarillas en ciertos espacios al exterior”. Satisfacción e ilusión: “las mascarillas dejan paso de nuevo a las sonrisas”, con un 85% de su población, con al menos una dosis. El primer mundo vuelve a sonreír. Seguirán los medianos y los chicos. ¿Quién quedará de último? El que sonría de último, sonreirá peor.

Es impresionante la impunidad del sistema. La gente muere. Más los comunes que los más privilegiados. Los negocios también mueren. Más los menores que las enormes corporaciones. ¿Estallará algún día la paciencia de la gente común? Ojalá que sí. Ojalá que quienes han perdido algo querido se empiecen a poner de acuerdo. Ya toca.