Nona Fernández: la escritora chilena que da voz a los silenciados con memoria, literatura y actuación.

Nona Fernández: la escritora chilena que da voz a los silenciados con memoria, literatura y actuación.

Desde la escena hasta la página, Nona Fernández fusiona palabra y cuerpo para recordar, aprender y cuestionar los tiempos de dictadura

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18/05/2025 10:00
Fuente: Prensa Libre 

Con una voz emergente, la escritora y actriz Patricia Fernández, más conocida como Nona Fernández, abre camino en la memoria histórica de su país durante la dictadura. Desde la escena hasta la página, Nona fusiona palabra y cuerpo para dar voz a las heridas de quienes no forman parte de la historia contada por los vencedores.

Sus relatos, que evocan una memoria compartida en Latinoamérica, serán representados en cuerpo y palabra por la escritora durante el festival Centroamérica Cuenta, a finales de este mes.

¿Cuándo comienza a escribir Nona Fernández?

Soy actriz. Estudié teatro en la Universidad Católica de Chile y, aunque esa fue mi formación profesional, desde siempre quise escribir. La escritura me seducía, pero no sabía cómo una podía volverse escritora.

A diferencia del teatro, que tiene un camino formal, claro, para mí la literatura era un misterio. Durante la dictadura, crecí en medio de un apagón cultural. No tenía acceso a escritores ni sabía cómo acercarme a ellos. Pero, con la llegada de la democracia, en los años noventa, mientras estudiaba teatro, los talleres literarios empezaron a florecer en Santiago de Chile.

Me lancé a ellos. Aprendí con Carlos Cerda, Antonio Skármeta, Pía Barros, Amela Altit… Fue un bum que, hasta hoy, sigue siendo parte de la tradición literaria chilena.

En esos talleres entendí que escribir era un oficio: un ejercicio de insistencia, de trabajo personal. A diferencia del teatro, donde me gradué y obtuve un título, en la escritura debía nombrarme a mí misma.

Primero lo hice como un juego, pero con el tiempo se volvió algo más serio. Al principio, separaba mis caminos: la actriz y la escritora. Con los años, entendí que soy una sola. Que esas dos plataformas expresivas se cruzan, dialogan y me definen.

La literatura apareció como un espacio donde investigar esas zonas oscuras. Me permitió indagar tanto en el archivo histórico del país como en el de mi comunidad, mi familia, mis amigas. Y, desde allí, desde esas vivencias marcadas por hechos aparentemente lejanos, pero profundamente personales, comenzaron a surgir mis libros.

Patricia Fernández participará en el Festival Centroamérica Cuenta el 21 y 24 de mayo, celebrado en Guatemala. (Foto: Prensa Libre / Cortesía: Nona Fernández)

¿Qué le inspira a escribir y por qué dice que sus historias son una cacería?

No me considero una mujer muy imaginativa. Siempre parto de un archivo, de algo que realmente ocurrió. Ahí nace la idea de la “cacería”: salgo al mundo con las antenas abiertas, como con un canastito invisible, recolectando historias que me tocan, que me incomodan, que me apasionan.

A veces son hechos que vienen del archivo histórico de Chile; otras, de la memoria de mi familia o de mi barrio. Los recojo, los investigo y, en ese proceso, aparece un libro. Algunos nacen casi íntegramente del archivo, otros son ficciones construidas a partir de él.

Lo curioso es que, mientras escribo un libro, suele aparecer otro archivo, otra historia, otra pregunta que me lleva al siguiente.

Así ha sido desde Mapocho, mi primera novela. Es como armar un mapa de lo no dicho, iluminando un territorio a partir de pequeños hallazgos que se van encadenando libro tras libro.

Hoy sé que escribo desde el presente para mirar hacia el pasado y comprenderlo. Porque ese pasado aún nos atraviesa. Y porque las vidas chiquititas —como la mía y la de tantos otros— también han sido moldeadas por los grandes hechos de la historia.

¿Cómo nace su lectura performática y cómo lleva sus libros al escenario?

Desde siempre he sido una mezcla: actriz y escritora. Esa dualidad me llevó, casi naturalmente, a experimentar con formas híbridas.

En Chile, varias de mis novelas como Space Invaders y Voyager han tenido adaptaciones teatrales. Dejan de ser libros y se transforman: interviene un elenco, una dirección, el arte. Ya no son solo palabras: son cuerpo, escena, acción.

Cómo recordar la sed nació así. Lo escribí para la Feria del Libro de Buenos Aires (FILBA), por la conmemoración de los 50 años del golpe en Chile.

En su primera versión era solo una lectura, casi una conferencia. Pero, como actriz, sé leer con otros códigos. No leo como autora, leo como intérprete. Y, en medio de esa lectura —en una sala espantosa, con mala luz y mucho ruido— ocurrió algo.

Fernández fue candidata al National Book Award 2019 por su novela Space Invaders.. (Arte: Prensa Libre / Flor López)

Esa conexión invisible que a veces se enciende entre escenario y público. Supe que ese texto tenía una dimensión escénica que debía explorar.

Porque, cuando leo como actriz, las palabras llegan más rápido al corazón. La lectura sola puede hacerlo, sí, pero el cuerpo acorta la distancia. Y eso es lo que busco: que mis textos no solo despierten ideas, sino que toquen fibras.

Con el tiempo he entendido que escribir no es solo contar una historia, sino imprimirle un punto de vista. Y que ese punto de vista también se puede traducir en escena.

Escribir fue primero un juego; ahora es una carrera que igual sigue jugando. Un espacio de libertad, de constante experimento. La literatura, como el teatro, no tiene límites. Y nuestra expresión, tampoco.

¿Por qué es tan importante que la literatura sea la voz de la historia?

Porque la historia oficial suele tener dueño. Y, casi siempre, ese dueño es el vencedor.

Vengo de un país —como tantos otros en Latinoamérica y el mundo— que ha atravesado regímenes autoritarios. Hoy, incluso, vemos cómo ciertas fuerzas conservadoras avanzan de nuevo hacia esos mismos lugares. Y ese avance nos llena de inquietud.

En ese contexto, la literatura se vuelve fundamental: es un espacio para contar desde los márgenes, desde lo que quedó fuera del relato oficial.

La Historia, con mayúscula, está clausurada. Es la historia que aprendimos en los libros escolares, la que fue escrita por quienes tuvieron el poder. Pero quienes crecimos al margen —la gente común, la gente chiquitita, como me gusta decir— también tenemos algo que contar.

Y ahí entra la literatura: como una herramienta para romper esos límites, para leer entre líneas, para abrir grietas y colarnos por ellas.

Cuando escribimos, nos apropiamos de los silencios. Ponemos sobre la mesa los hechos de los que nadie ha hablado. Jugamos, imaginamos, y en ese gesto decimos: esta también es una versión, una forma de mirar. Es un acto de resistencia, pero también de reparación.

La literatura tiene una potencia que va más allá de lo testimonial. No solo reinterpreta el pasado, también anticipa. Muchas veces llega antes que los procesos históricos.

¿En qué libro trabaja actualmente?

Trabajo en un libro extraño. Así lo define su protagonista. Y quizás tenga razón.

Está inspirado en la figura de Mauricio Hernández Norambuena, exintegrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un grupo armado que, en los años más oscuros de la dictadura chilena, intentó, sin éxito, atentar contra Pinochet.

Él fue parte de esa operación. Hoy lleva más de 23 años en régimen de aislamiento absoluto, recluido en una cárcel de alta seguridad.

Durante tres años mantuve con él un diálogo a la distancia. Este libro nace de esa conversación sostenida, de ese intento por entrar en la psique de alguien que ha habitado el encierro por más de dos décadas.

En el 2002, Fernández publicó su aclamada novela Mapocho, obra con la que fue galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. (Foto: Prensa Libre / Cortesía: Nona Fernández)

Es una inmersión en su historia, pero también en la historia encriptada de la lucha armada en Chile, esa que rara vez entra en los relatos oficiales.

No es una biografía ni una crónica convencional. Es una exploración narrativa —intensa, a ratos incómoda— sobre lo que significa pelear contra un régimen, perder y vivir encerrado con esa memoria. También es un intento por sacar a la luz una historia encerrada, darle forma, cuerpo, palabra.

Para mí, este libro es una forma de romper los límites de la historia oficial, de ir por ese pedacito escondido del pasado y ponerlo frente a nosotros. Porque todo lo que no se cuenta, todo lo que se calla, también merece ocupar un lugar en la realidad. Y la literatura puede dárselo.

¿Qué simbolizan los premios para los escritores de la memoria histórica?

Los premios son bonitos. No porque una escriba para recibirlos, sino porque, cuando llegan, validan algo esencial: que lo que estás haciendo no solo te pertenece a ti. Que esa necesidad de conectar, de decir algo, está ocurriendo en otra persona, en otro lugar, en alguien que no te conoce, pero te ha leído.

Eso lo comprendí sobre todo con mis primeros premios. Ya no eran solo mis amigas o mi familia quienes leían mis libros. Era gente que se dedica a pensar la literatura, a leer con atención, a reconocer una voz. Y eso, cuando una está empezando, significa mucho. Te dice: “Esto que estás haciendo tiene sentido, sigue por ahí”.

Uno de los premios más importantes para mí fue el Sor Juana Inés de la Cruz, que otorga la Feria del Libro de Guadalajara. Me abrió una puerta internacional.

Gracias a ese reconocimiento, empezaron a leerme personas que jamás habrían tenido acceso —ni tal vez interés— en mi obra. Y ahí entendí que mis historias, tan chilenas, tan de barrio, también podían dialogar con el mundo. Esa conexión con lo humano, con lo universal, es el mayor regalo que he recibido como escritora.

Pero también aprendí que no se escribe para los premios. Es un error pensar en ellos como objetivo. La escritura no puede torcerse en busca de aplausos. Los premios son consecuencia de un camino hecho con trabajo, pasión y verdad. No hay fórmula, no hay estrategia. Hay insistencia, hay mirada y hay oficio. Y, cuando todo eso se alinea, a veces, los premios llegan. Y cuando llegan, ayudan a comprender todo lo que ya venías haciendo.

Escribo desde la herida, desde la memoria y desde la urgencia de entendernos.

La escritora chilena Nona Fernández presentará su lectura performática de la obra ¿Cómo recordar la sed?, el sábado 24 de mayo, durante el Festival Centroamérica Cuenta 2025. (Foto: Prensa Libre / Daniel Corvillón)

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