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Esa “cosa” de la injerencia extranjera
Lo que subyace es el ejercicio del poder, la voluntad de dominar y controlar un espacio geoestratégico.
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A estas alturas de la vida puede seguir pensando cándidamente que la cooperación internacional consiste en la ayuda desinteresada de gobiernos o quizá haya madurado y comprenda que realmente es un vector de la política exterior de países que disponen de dinero. Así, hay naciones que invierten en reconstrucción arquitectónica, ayudan a determinados colectivos, apoyan a gobiernos o financian determinadas oenegés. En el fondo, el objetivo perseguido es el mismo: contar con cierto grado de influencia sobre gobiernos, grupos, personas o colectivos, a través de la diplomacia económica. Se oyen comentarios sobre el lobby en EE. UU. por parte de sectores empresariales o el pago de Taiwán en favor del gobierno guatemalteco, pero se obvia que hay organizaciones internacionales que contratan agencias de publicidad para promover en Twitter mensajes de interés o a personas que ahora viven o viajan frecuentemente a Washington para difundir sus propósitos. En resumen: todos hacen idéntico juego, aunque nos fijamos en los que nos disgustan para evitar hablar de aquellos con los que compartimos afinidad.
Rusia apoya a países de corte socialista-comunista: Cuba, Venezuela o Nicaragua, y los finanza de múltiples formas para que promuevan su ideología o sirvan de escudo o multiplicador de sus intereses geopolíticos. China hace lo propio y sustituye embajadas de Taiwán por las suyas en Costa Rica, Nicaragua o El Salvador, y con la finalidad de consolidarse en la región construye estadios, presta dinero o entrega vacunas, con el mismo objetivo que los rusos. Por su parte, Estados Unidos —que juega en el mismo tablero— reparte donaciones a oenegés, apuesta por tal o cual presidente, fiscal o juez, retira ayudas como castigo o crea listas para presionar a quienes no siguen sus dictados. ¿Entiende el actuar concurrente y similar de todas esas potencias o sigue dormido a esta hora del día? Lo que subyace es el ejercicio del poder, la voluntad de dominar y controlar un espacio geoestratégico —el centroamericano— de interés para esas potencias y en el que, desde hace años, se libran batallas —a veces silenciosas— en las que los habitantes del lugar nos desgastamos, morimos o padecemos las consecuencias. Aquella doctrina Monroe de “América para los americanos” —traducida realmente por “América para los norteamericanos”— enfrenta fuertemente cualquier injerencia extranjera y la confronta con los medios disponibles o utilizables en cada momento: violencia, invasiones, dictadores, dinero, tecnología o listados.
A diferencia de la Guerra Fría, hay ahora un nuevo actor en todo este tinglado: China. El juego era antes de dos y ahora con tres se complica. Rusia no se molesta tanto con China porque coinciden en otros lugares: Nicaragua, Venezuela y Corea del Norte, por ejemplo, y el único “enemigo” común es EE. UU. Estos, un tanto perdidos en su política exterior desde la era Obama, “no advirtieron” la penetración de los otros en la región y se aturden al “descubrir” la situación. Nosotros, más humildes pero normalmente acobardados, nos debatimos —sin entender mucho— sobre a cuál de ellos preferimos o las bondades que podrían traer chinos, rusos, demócratas o ciertos grupos de entrometidos militantes, sin advertir que somos peones desechables, como en toda partida de ajedrez. O apostamos por principios y descartamos cualquier injerencia que compre voluntades y silencio a través de dádivas o seguiremos como siempre: dominados, controlados y con gobiernos que ponen a unos u otros en función de sus intereses. Así están las cosas mientras usted debate si el G-13, el embajador sueco o los de Washington buscan el bien del país ¡Pareciera ser que no evolucionamos mucho y entendemos muy poco!