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Ánimas benditas: la leyenda de las almas que buscan redención en el purgatorio
Entre la vida terrenal y la presencia divina, las ánimas benditas buscan redimir sus pecados mediante la oración. Sus figuras aún aparecen en iglesias y procesiones en Guatemala.
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Entre murmullos en los templos, hay quienes aseguran que cada 2 de noviembre pueden verse a las ánimas benditas rezando entre los fieles y mezclándose en las procesiones, vestidas con hábitos blancos, rostros cubiertos y cirios en mano.
Según la tradición popular, estas almas regresan desde el purgatorio en busca de redención, pues dejaron una cuenta pendiente en el mundo y no pueden alcanzar el paraíso.
La base de la leyenda trasciende al mundo católico, donde se concibe un plano ultraterreno conocido como purgatorio, en el que las personas deben vagar por el mundo en busca de paz, detalla Celso Lara en su libro Leyendas y casos de la tradición oral de la Ciudad de Guatemala.
Como toda leyenda, esta tiene distintas versiones, que coinciden en señalar que “las ánimas benditas se presentan como espíritus ‘blancos’, buenos, ‘que protegen de todo peligro a las personas que rezan por su redención todas las noches’”, detalla el libro.
En la tradición oral aún resuena la historia de quienes, con veladora en mano, entran a los templos para pedir por su alma. Esta es la leyenda que aún se cuenta por las calles de Guatemala.
La leyenda de las ánimas benditas
Cuando la densa neblina se apodera del silencio de la noche, se cuenta que por las calles de Guatemala se escuchan murmullos y se ve a varias personas caminar por las calles e ingresar a las iglesias, vestidas con hábito de monje y cirios en las manos, buscando rezar en paz.
Entre los murmullos de los fieles católicos y la incredulidad de otros, se dice que estas son las ánimas benditas, que buscan su eterno descanso al resolver lo que dejaron pendiente en vida. Se cree que una vez al año regresan a la Tierra para hacerlo.
Esta historia ocurrió a principios de noviembre, el Día de Todos los Santos, cuando un grupo de muchachos del barrio tenía una estudiantina y daban serenatas a cuanta patoja bonita encontraban.
Una noche, cuando regresaban por la calle de Concepción y el callejón Manchén, vieron aparecer un entierro: unos monjes con capuchas blancas iban rezando con candelas en las manos, y no se les podía ver el rostro.
Los muchachos los vieron a lo lejos; parecía que se dirigían a La Recolección. Entonces corrieron hacia Santa Catarina para esperarlos y verlos pasar, pues les parecía muy extraño un entierro a esas horas.
Cuando llegaron al atrio, le preguntaron al sereno si ya había pasado el entierro, pero este les respondió que no había visto nada. Lo fueron a buscar y no lo encontraron; cerca de la calle Real, había desaparecido.
El sereno les aseguró que eran las ánimas benditas, relató Celso Lara.
Se dice que solo una vez al año se les concede esta gracia: regresar al mundo de los vivos para acercarse a sus familias y recordarles que deben rezar por ellas. Salen el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, a las 14 horas, y no regresan sino hasta la medianoche del 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos.
Variaciones y raíces históricas de la leyenda de las ánimas benditas
La leyenda de las ánimas benditas tiene un fuerte arraigo en la religiosidad popular guatemalteca y encuentra sus orígenes en la doctrina cristiana, difundida en América durante la colonia. Según el periodista Óscar Cano, director de Duende del Ático, estas narraciones reflejan cómo el cristianismo fue adaptándose mediante el sincretismo cultural.
Cano señala que, durante la época colonial, ya existía la creencia en un lugar donde las almas expiaban pecados no mortales, lo cual reforzaba la necesidad de rezar por ellas. En los valles de Almolonga y Panchoy —actual Antigua Guatemala— era común escuchar el “toque de las ánimas” a las 20 horas, un llamado a oración por los difuntos.
Según la tradición, estas almas errantes salen cada 2 de noviembre en busca de misas que les ayuden a alcanzar el descanso eterno. En 1738, las ánimas benditas fueron nombradas patronas juradas de Guatemala, y desde entonces comenzaron a representarse en iglesias de la capital y de Antigua. En la iglesia de La Recolección se conserva una imagen simbólica, junto con otra llamada “Ánima Sola”, que posee su propia leyenda.
Durante las novenas y los 40 días dedicados a los difuntos, solía utilizarse un cuadro en el que aparecían las ánimas rodeadas de fuego, con la Virgen intercediendo por ellas. Este tipo de representaciones buscaba reforzar el vínculo entre vivos y muertos.
En España ya se creía que, a cierta hora, las ánimas salían a pedir oraciones o a manifestarse, aunque sin intenciones maliciosas. Se las comparaba con penitentes, aunque con diferencias: las ánimas vestían de blanco, mientras que los penitentes usaban capirotes, una práctica modificada tras el atentado contra Manuel Estrada Cabrera, quien ordenó mostrar el rostro de los cucuruchos.
El investigador Celso Lara Figueroa aclara que las ánimas benditas no deben confundirse con las ánimas en pena. Estas últimas buscan descanso mediante misas ofrecidas por los vivos y, según la creencia, incluso pueden entregar un tesoro en agradecimiento. Se dice que algunas se presentan durante las procesiones, caminando entre los cucuruchos, vestidas de blanco como señal distintiva.

Raíces doctrinales y proyección cultural
El historiador Mauricio Chaulón Vélez, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la USAC, destaca que esta leyenda tiene raíces en el Concilio de Lyon de 1274, donde se oficializó la doctrina del purgatorio como estado intermedio. Esta fue reforzada en el Concilio de Trento (1545–1563), durante la Contrarreforma, y exportada a América con la evangelización.
A partir de entonces se fomentó la práctica de rezar por las almas del purgatorio, representadas con túnicas blancas y rostros cubiertos o luminosos. Esta iconografía permitió interpretarlas como cualquier alma necesitada de purificación. Algunas versiones las retratan como protectoras, conocidas como la Santa Compaña, que guían a los vivos como parte de su propia redención.
Una variante de la leyenda señala que las ánimas se manifiestan en las noches cercanas al Día de Todos los Santos. Se cree que, entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, pueden salir de los cementerios, aparecer en caminos solitarios y pedir oraciones. En algunos casos, se entregan veladoras a quienes las ven; si no se encienden y acompañan con rezos, la vela se convierte en un hueso, presagio de muerte, según Chaulón.
La Iglesia fortaleció esta creencia a través del arte religioso: pinturas y esculturas muestran a las ánimas rogando a Cristo, la Virgen o los santos. Esta iconografía ayudó a mantener viva su veneración.
La tradición se conserva especialmente en ciudades con raíces coloniales como Antigua Guatemala, la capital, Quetzaltenango, Villa Nueva y Escuintla. Aunque el cine de terror y la modernidad han modificado algunos aspectos, la leyenda sigue transmitiéndose oralmente.
Chaulón concluye que, más que supersticiones, estas historias son una forma de comprender la muerte y la espiritualidad desde la visión hispanoamericana.
Una enseñanza desde la tradición
El catedrático Walter Gutiérrez, de la Escuela de Historia de la USAC, afirma que la leyenda de las ánimas benditas está profundamente ligada a la formación cristiana de la sociedad guatemalteca. Su origen puede situarse entre los siglos XVII y XVIII, aunque con variantes posteriores.
La doctrina de las postrimerías —muerte, purgatorio, cielo e infierno— dio base a esta tradición, que, como muchas otras, transmite un mensaje moral a través del miedo: el buen comportamiento evita que el alma quede vagando.
En San Cristóbal Totonicapán, por ejemplo, se cree que las ánimas salen al mediodía del 1 de noviembre y regresan al mediodía del 2, al sonar las campanas de la iglesia. Cada región tiene su propia versión.
Gutiérrez destaca que la leyenda persiste porque aborda temas universales como el bien, el mal y el sentido de la redención. En muchos pueblos del interior, la presencia de las ánimas aún se siente cercana, aunque sea en forma simbólica.