El tropezón de Disney con la bandera arcoíris

El tropezón de Disney con la bandera arcoíris

Si una empresa de clientela general se vuelve activista, arriesga seriamente sus intereses coincidentes con el de la mayoría de clientes.

02/05/2022 00:05
Fuente: Prensa Libre 

El imperio de entretenimiento infantil y familiar fundado por Walt Disney hace más de 90 años sufre ahora un verdadero tsunami económico y de imagen. La causa es simple: su contraproducente decisión de presentar al nuevo personaje Ariel, con la bandera arcoíris hoy convertida en símbolo de la autodenominada comunidad LGTB+, cuyos miembros son estadounidenses en un altísimo porcentaje.
Hay arrepentimiento, por el ‘gran error’ de tomar ‘una decisión precipitada’. “La gente pide que quiere estas cosas. Lo hacemos y el parque pierde la mitad de sus visitantes en una sola tarde”, dijo la semana pasada Joe Barron, director ejecutivo. Dicho suceso obliga a analizar acciones y explicar las consecuencias, lo cual motiva este artículo.

Hace pocas semanas una integrante del más alto nivel de Disney hizo un anuncio arriesgado: a partir del fin de año, la mitad de los nuevos personajes de Disney iban a ser LGTB+. Ello comprueba la decisión de convertir a la compañía en activista —proselitista contra la autoridad, la costumbre y la imagen tradicionales—. Busca prosélitos, o sea partidarios de grupos violentos en su proceder a causa de inseguridad y de temor. La violencia en este caso se manifiesta en la torpe interpretación del porcentaje poblacional de tal grupo humano. El 50 por ciento mencionado implica a la mitad, y como no es así, la decisión de aumentarlo y dirigirlo a niños en proceso de formación solo se puede calificar de inaceptable, como mínimo, al provocar innecesarios roces.

La empresa Disney ha sido señalada desde siempre de coincidir con los criterios del gobierno estadounidense y tal vez esa sea la causa de su decisión. Joe Biden promueve en todo el mundo los derechos humanos de dicha comunidad y el secretario de Estado Antony Blinken, al dar a conocer hace pocos días un informe al respecto, confía en inspirar a otros gobiernos a hacer lo mismo, pero también a informar y crear coaliciones respecto de esta ‘prioridad política’ para el gobierno, y así ‘propulsar el progreso’. La meta es evitar la discriminación y violencia contra estas personas y con ello no se puede estar en desacuerdo, pero el error de la empresa Disney radica en la forma como está actuando, causante del rechazo de miles de sus clientes y seguidores.

El homosexualidad es tan antigua como la raza humana y ha tenido distinto nivel de aceptación histórica. La aceptaban los griegos clásicos y los egipcios, así como los pieles rojas, por ello exentos de ser guerreros. Mucho más tarde en la historia se aceptó el lesbianismo. En los últimos 50 años, tal vez menos, en Estados Unidos comenzó a hablarse de las divisiones internas entre los homosexuales, desde siempre muchos de ellos artistas destacados de valor universal. Tienen derecho a tener derechos y debe investigarse el rechazo de sectores de la sociedad actual, derivado del nivel de cultura y tolerancia de ambos grupos. Es importante señalar la diferencia entre homosexualidad o lesbianismo y amaneramiento, un referente de gestos exagerados y modo de hablar fingido.

A mi criterio, Disney olvidó a su grupo objetivo: los niños, así como el derecho de sus padres de decidir cuán liberales quieren ser y cuándo hablarles a ellos de sexo y cualquiera de sus áreas. Este olvido es un dardo envenenado al corazón de la actividad de la compañía: hacer dinero por la vía del entretenimiento familiar. La cúpula de la empresa parece tener una sobrerrepresentación LGBT+, lo cual es criticable solo si esto afecta a la población infantil. Los padres de familia tienen libertad de dejar de usar su dinero con Micky Mouse. Ha habido nueve millones de cancelaciones al canal Disney+ y las acciones van en descenso. Walt, el fundador, donde se encuentre, estará preocupado pensando si el plan para salir de la crisis no provocará su empeoramiento.