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La personalidad y su relación con la política
Giammattei, por improvisar respuestas, olvidó la imposibilidad de ocultarlas y de nuevo sus características personales lo delataron.
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La Agencia de Desarrollo Internacional (Usaid) es, desde hace varias décadas, el centro de buena parte de la colaboración estadounidense para actividades en general relacionadas con el progreso de los países. Este progreso responde a la definición otorgada por Washington a la palabra, y aquí está la fuente de alabanzas y de críticas dentro y fuera de ese país. Es evidente, también, la inclinación de la entidad donante, con uso de los fondos de los contribuyentes, a apoyar aquello favorable a los intereses estadounidenses. Los problemas comienzan con la manera en que están integrados el Congreso y el Senado, donde tienen voz muy alta quienes dan dinero a los aspirantes políticos, de lo cual un ejemplo es la matanza de 19 niños y dos maestras en Uvalde, Texas.
La relación con la Usaid es difícil, aunque no lo parezca a simple vista. Es parte de la política exterior, con la forma, el vocabulario y el tono del discurso de los presidentes, pero hay algunas verdades imposibles de pasar por alto: una cosa es negociar los términos de donaciones y apoyos, y otra expulsar a la entidad. La dificultad de esta relación provocó una frase burlona hace décadas, cuando John Kennedy estableció la Alianza para el Progreso. Decía que no funciona porque la alianza ‘para’ —detiene— el progreso. Alejandro Giammattei continuó su imparable lucha por demostrar sus modestas capacidades, sobre todo para el cargo, al declarar hace algunos días a una publicación su deseo de expulsarla. Olvidó algo: era cuestión de poco tiempo conocerla en Guatemala.
Eso lleva al tema de esta columna: la personalidad de los políticos y, de hecho, su salud mental para la política. Cada vez se conocen más sus arrebatos, sus cambios radicales de humor, su mal trato a los colaboradores, a quienes llama de madrugada para regañarlos. Sus consejeros personales están de adorno: solo son tomados en cuenta cuando coinciden con las ocurrencias presidenciales o las de quien en realidad manda en el gobierno, Miguelito. Este veinteañero, y quienes él ha llevado a mamar de la vaca estatal, sin tener la más mínima preparación, se especializan en dar upas a decisiones derivadas de la estulticia o del ansia de cambiar, de inmediato, su estatus económico y social. Los corruptos saben cómo meterse y cómo permanecer en ese baile.
Las nefastas condiciones actuales de la politiquería guatemalteca obligan a las entidades de análisis económico o político a escudriñar nuevos factores al analizar a los funcionarios. Me refiero a su entorno familiar, social, económico y ahora hasta religioso, a causa del acelerado retroceso provocado no solo por las fariseicas menciones a Dios, sino porque la razón de escogerlos se debe a su afiliación religiosa. Es una mezcla oscura de las llamadas en psicología constelaciones familiares, con el agregado de incluir a las parentelas políticas. Al hacerlo se pueden prever comportamientos y resultados de la terca persistencia de mantener caprichos propios de inmadurez e infantilismo.
Saber de la salud física, condiciones mentales y reacciones en cualquiera de los papeles —hijo, padre, madre, cónyuge, etcétera— de los aspirantes resulta fundamental y necesario para escoger por quién votar, aun cuando es evidente la generalizada irracionalidad de esta decisión. No hay garantía para la perfección ni reacciones automáticas a causa de esas características humanas, pero cuando hay comicios, conocer esa personalidad, sus cualidades y defectos ayuda a un voto sereno, no por ello necesariamente correcto. A los políticos, conocer estas características les ayuda a saber cuáles decisiones no deben tomar por razones de conciencia, deseo de respetar su apellido y lograr un buen lugar ante los severos ojos de la Historia.