La democracia global muere en la India de Modi

La democracia global muere en la India de Modi

Con una estrategia similar a la de la Alemania nazi, el régimen utiliza maquinaria gubernamental cooptada, desinformación e intimidación.

04/09/2022 00:03
Fuente: Prensa Libre 

El mes pasado, el primer ministro Narendra Modi se paró en lo alto del casi completado nuevo Parlamento de la India, construido para conmemorar los 75 años de la independencia del país, y tiró de una palanca. Una gran cortina roja cayó para develar la estatua que coronaba la estructura. Muchos por todo el país quedaron boquiabiertos.

El ícono de bronce de 6,5 metros de altura —cuatro leones sentados dándose la espalda entre ellos, mirando hacia afuera— es el símbolo nacional venerado de la India. Las bestias suelen ser representadas como majestuosas y contenidas, pero estas se veían diferentes: con sus colmillos al descubierto, estos leones lucían enojados, agresivos.

Para los críticos de Modi, la remodelada imagen sobre el Parlamento —un proyecto que fue impulsado a la fuerza sin ningún debate ni consulta pública— refleja la feroz “Nueva India” que está creando.

En sus ocho años en el poder, el gobierno del Partido Popular Indio (BJP, por su sigla en hindi) de Modi ha profanado la democracia india. Ha propugnado un mayoritarismo supremacista hindú por encima de los ideales de laicismo, pluralismo, tolerancia religiosa e igualdad de ciudadanía sobre los cuales se fundó el país tras obtener su independencia el 15 de agosto de 1947.

Con una estrategia similar a la de la Alemania nazi, el régimen utiliza maquinaria gubernamental cooptada, desinformación e intimidación por parte de turbas simpatizantes para silenciar a los críticos y al mismo tiempo deshumanizar a la numerosa minoría musulmana, así como fomentar la división social y la violencia. Las libertades civiles se violan de forma sistemática.

India, la democracia más grande del mundo, es donde se está perdiendo la batalla global entre el liberalismo y la tiranía. Sin embargo, las democracias occidentales como Estados Unidos se niegan a condenar a Modi, y en cambio lo cortejan para mantener el acceso al enorme mercado de la India y a la utilidad de la nación como baluarte estratégico contra China.

El año pasado, el instituto V-Dem de Suecia degradó a la India a la clasificación de “autocracia electoral”, y Freedom House, de Washington la redujo a “parcialmente libre”. Esta degradación de la India, con sus 1300 millones de habitantes, inclinó firmemente la balanza global de libertad a favor de la tiranía, afirmó Freedom House. Según la organización, menos del 20 por ciento de la población mundial vive actualmente en países “libres”.

Aunque el declive de la India hacia la tiranía se ha acelerado bajo el mandato de Modi, sería injusto responsabilizarlo de todo. La debilidad de las instituciones gubernamentales y la desigualdad social —problemas enconados desde los primeros años de la India— han socavado su democracia y proporcionado un terreno fértil para que la política de la supremacía hindú se arraigue.

A pesar de la generalizada pobreza, analfabetismo y extrema diversidad étnica, religiosa y social, India se ha abierto un camino desde su independencia que ha sido catalogado como una democracia “improbable”. Adoptó una Constitución progresista pero también mantuvo las estructuras administrativas coloniales británicas altamente centralizadas que le otorgan al ejecutivo nacional y estatal un control casi ilimitado sobre instituciones como la policía y otros organismos encargados del cumplimiento de la ley. Esto, combinado con leyes draconianas de seguridad y de sedición, les permite a los líderes estatales y nacionales sofocar la disidencia con impunidad.

El partido de Modi ha potenciado estas herramientas de represión, pero no ha sido en absoluto el primero en convertirlas en armas.

Yo crecí en Bengala Occidental. Tras la independencia, el estado estuvo dirigido por el Partido del Congreso, el cual desplegó libremente matones y policías para reprimir a la oposición. Le siguió el Partido Comunista, el cual estuvo en el poder durante 34 años en los que castró sistemáticamente a las instituciones estatales. En la actualidad, Bengala Occidental está gobernada por un partido cuya lideresa se proyecta a sí misma como una alternativa nacional al autoritarismo de Modi, pero que también ha sido acusada de depender mucho de la fuerza bruta, el amiguismo y el culto a la personalidad. Este tipo de tendencias despóticas han sido prácticas generalizadas a nivel estatal desde hace mucho tiempo. El propio Modi gobernó el estado occidental de Guyarat con mano de hierro durante casi 13 años y fue acusado de fomentar disturbios antimusulmanes en 2002.

El poder arbitrario está arraigado en la realidad de que la mayoría de los partidos políticos están centrados en el culto a la personalidad y tienen una tendencia dinástica. Además, India es la rara democracia en la que los partidos políticos no son democráticos en sí mismos y no realizan elecciones internas.

El dinero —y a menudo vínculos criminales— se han vuelto primordiales en la política. Los legisladores compran y se venden al mejor postor. Muchos no están capacitados para legislar, por lo que se dedican a aprobar casi automáticamente las políticas de algún alto ejecutivo que a menudo está comprometido con intereses especiales que están muy alejados de los de la población, como las leyes agrícolas que provocaron protestas de agricultores hasta que fueron derogadas el año pasado.

Sin embargo, un obstáculo más profundo y antiguo para el desarrollo de una democracia saludable y resiliente ha sido el fracaso histórico de la India para garantizar el bienestar de sus ciudadanos más pobres. Cientos de miles de niños mueren cada año de hambre, y más de un tercio sufre de un mal desarrollo por malnutrición incluso cuando existen indios multimillonarios que escalan las jerarquías mundiales de riqueza.

Las políticas neoliberales han agravado la desigualdad, y el Estado se ha ido deslindando de responsabilidades fundamentales como la salud y la educación. Esto genera una vida indigna repleta de impotencia para millones de personas que se refugian en la identidad grupal, gravitan hacia líderes fuertes que prometen defenderlos de otros grupos y se enganchan con facilidad al opioide masivo del odio religioso que se utiliza en la actualidad para redefinir a la India secular como un Estado hindú.

La composición del Parlamento ya refleja este mayoritarismo. Con 200 millones de personas, la población musulmana de la India es la tercera más grande del mundo, después de Indonesia y Pakistán, y representa alrededor del 15 por ciento de los indios. (Los hindúes constituyen cerca del 80 por ciento). Sin embargo, los musulmanes tienen apenas el 5 por ciento de los escaños del Parlamento. El BJP es el primer partido gobernante en los 75 años de historia de la India sin un solo miembro musulmán en el Parlamento.

Las leyes y los derechos se aplican de forma desigual. Los musulmanes ahora pueden ser arrestados por rezar en público, mientras que los peregrinos hindúes son felicitados por funcionarios federales. El Estado celebra la religión hindú, mientras que al mismo tiempo se organizan protestas contra las costumbres musulmanas como el uso del hiyab y el llamado a la oración. Los grupos vigilantes hindúes atacan a los musulmanes y sus negocios.

Un líder de alto rango del BJP calificó a los refugiados musulmanes de Bangladés de “termitas” que se comen los recursos del país. Envalentonados por el apoyo estatal, los extremistas hindúes ahora amenazan de forma abierta con cometer actos de genocidio y violación arresta periodistas que denuncian actos de odio. El 15 de agosto, Día de la Independencia, el gobierno liberó a 11 convictos que cumplían cadena perpetua por violar en grupo a una mujer musulmana y asesinar a 14 miembros de su familia durante el pogromo de Guyarat que ocurrió durante el gobierno de Modi.

Las débiles instituciones no pueden hacer mucho para reaccionar contra esto. El sistema judicial ineficiente —el cual tiene una acumulación de aproximadamente 40 millones de casos pendientes— genera un rechazo popular por el Estado de derecho. Alguna vez conocido por su activismo e independencia, el máximo poder judicial ahora trabaja muy de cerca con el gobierno, y los jueces de la Corte Suprema son aduladores de Modi. La prensa de la India, que alguna vez desempeñó un papel clave en la protección de la democracia, sufre una enorme presión para servirle a su régimen.

A sus 75 años, y tras décadas de abuso institucional, la democracia de la India es demasiado frágil como para soportar que un autócrata golpee sus débiles cimientos. Modi llama al Parlamento un “templo de democracia.” Pero las nuevas instalaciones de la institución en Nueva Delhi son, en cambio, un monumento a la semidemocracia que está construyendo, una fachada hueca que solo existe para legitimar al gobierno autoritario.