Postureo ético y pacto de corruptos
¿Quiénes son honrados, y quiénes corruptos?
La interacción en las redes sociales nos presiona a ser políticamente correctos, o a conformarnos con una radicalidad “chic” para encajar. Así, el “postureo ético” (virtue signalling) es evidente en tuits o posts. Lo que es más, las redes permiten a muchos usuarios abogar por los pandas, o a polemizar sobre Johnny Depp, desde un cómodo sofá, e incluso desde el anonimato, sin asumir los riesgos típicamente asociados con la militancia social. A veces, se cacarea una adhesión de forma ligera, artificial o engañosa; se suscriben ideas que realmente no se creen. Además, algunos posturean para obtener un beneficio personal.
Gran parte de las discusiones políticas encierran el postureo ético, también. Los políticos luchan por ganar los corazones y los votos de los ciudadanos, y se presentan a sí mismos como líderes salvíficos que resolverán infinidad de problemas. Los lemas políticos tienden a ser inspiradores, vagos y emotivos. Eslóganes como “cambio por la vida” o “unidos podemos” manifiestan aspiraciones ambiguas sin asumir compromisos concretos. Cada votante llena el lema del contenido que le place, y se suma al movimiento bajo la falsa ilusión de que los demás conciben las bellas promesas de manera similar.
El postureo ético es común en la arena política porque los políticos y los burócratas no cargan con los costos de sus propuestas o políticas públicas. Suele ser difícil identificar a la persona o grupo de personas responsable de una política pública fracasada. Es posible distribuir la culpa del fracaso a varios funcionarios o entidades públicas, o a terceros, y así externalizar o difuminar la responsabilidad.
En contraste, en el mundo de los negocios los aciertos y los desaciertos suelen tener dueño. Un ejemplo histórico sería cuando la empresa de trocitos plásticos Lego casi quiebra en el 2003-4, tras abrir tres parques de diversiones e invertir grandes sumas de dinero en nuevos productos. El gerente general que provocó pérdidas arriba de $300 millones fue despedido. Su relevo, Jørgen Vig Knudstorp, recortó gastos, vendió los parques y descartó productos impopulares. El mercado asigna responsabilidades e impone consecuencias lógicas por los actos propios, y en este contexto, de poco o nada sirve el postureo ético.
En Guatemala, en las redes y en círculos políticos, la frase “pacto de corruptos” invita al postureo. Al hojear las 1.650,000 referencias de la frase en Google, el pacto se perfila como un poderoso actor que planifica, se venga, contraataca, modifica leyes, somete al sistema de justicia, se alinea, coopta, tiene miedo y más. Es un costal vacío, pues ningún guatemalteco se auto-identifica como miembro del pacto. Constituye un gigantesco insulto ser acusado de pertenecer a dicho club. Si la acusación se acompaña de difamaciones, peladeros, persecuciones, procesos penales, encarcelamiento, listas Engel y más, el señalado podría terminar tan aislado como un leproso en la época medieval.
En las próximas elecciones, todos los candidatos prometerán combatir la corrupción. Sin duda, algunos de esos discursos serán postureo, pues se ha creado un clima tal que la aparente virtud está con quien más grita ser puro. Oponerse al pacto de los corruptos es una útil máscara para los ladrones. Pero se señalan tantos dedos en tantas direcciones, que los ciudadanos ya no sabemos quiénes son los villanos. Lo que es más, podríamos llegar a cuestionar la ubicuidad de la corrupción, y a hastiarnos por exceso de señalamientos. Serán tantos los acusados de pertenecer al pacto, que la etiqueta perderá efectividad.
Lamentablemente, el postureo en torno a la corrupción poco hace por transparentar la administración pública.