No esperamos a que sea demasiado tarde
Es tiempo de poner en valor lo que es (o sería) la vida sin estas riquezas tan valiosas.
Solía soñar con irme de Guatemala, y sé que no soy la única. Cientos de miles de latinoamericanos tienen este sueño y cientos de miles lo cumplen cada día. Esto me incluye. Luego de soñarlo por años, hice que mi sueño se volviera realidad. Encontré la forma de irme y me fui en busca de lo que no me podía dar mi país.
Sin embargo, no me di cuenta de que al cruzar el charco con la aspiración de encontrar lo que anhelaba, también dejaría atrás lo que realmente amaba. Esto fue algo de lo que me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. El sol, la calidez de la gente, las sonrisas, los buenos días por la calle, mi cultura, la tierra fértil, los paisajes y mi familia. La lista de cosas que extraño es larga. No sabía que muchas de las cosas que daba por sentado eran tan importantes para mí, porque no era consciente de todo lo que tenía hasta que lo perdí y me encontré en la posición de extrañarlo.
De cierta forma creo que así funciona el ser humano. No se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde. A nivel personal, sé que a veces la única forma de valorar las cosas es perdiéndolas y que puede ser una lección valiosa. Sin embargo, a nivel colectivo, me preocupa que los latinoamericanos no seamos conscientes de lo que estamos perdiendo. Que nos vayamos en busca de un sueño extranjero, dejando en manos de los menos capaces, la construcción del sueño de nuestro país, sin pensar en lo que le puede suceder con el pasar del tiempo.
Cada día la corrupción toma más fuerza y arrasa buscando nuevas formas de explotar lo que tenemos. Cada día nuestra región pierde algo invaluable: su gente. La migración está aumentando exponencialmente y miles de personas se van todos los días dejando atrás no solo su familia, sino una larga lista de cosas valiosas, con la creencia utópica de que su partida hará que las cosas cambien… La realidad es que las cosas no se mantendrán igual. Las cosas o empeoran o mejoran, en función de nuestro compromiso para que cambien, pero repito: no se mantendrán igual.
Si nos vamos sin pensar en lo que dejamos atrás, sin seguir comprometidos, es muy posible, que luego encontremos las cosas en un peor estado. Tal y como ha ocurrido con el lago de Amatitlán, que tan solo hace 30 años era un remanso azul en el que se podía nadar. Hoy el lago está verde y sería peligroso pensar en nadar en él, porque los niveles de contaminación son alarmantes. Como el lago, ¿cuántas personas no solían tener nacimientos de agua, ríos y lagos limpios cerca de sus casas y regresan años después a encontrar drenajes y pozos de agua verde debido a la irresponsabilidad de las autoridades y a la inconsciencia de sus ciudadanos?
Es válido soñar con irse, pero debemos estar conscientes de lo que dejamos atrás y de lo que sucederá si nos vamos indiferentes y permanecemos distantes. Los ríos y lagos son solo un ejemplo, pero podemos perder muchas otras cosas valiosas.
Latinoamérica es una región con muchísimas riquezas naturales, culturales y ambientales. ¿Qué representa esto para nosotros? ¿Estamos dispuestos a perder lo que tenemos? ¿Para siempre?… Es tiempo de poner en valor lo que es (o sería) la vida sin estas riquezas tan valiosas.
Dentro o fuera de nuestros países, todos podemos contribuir a que el futuro sea mejor. A detener la inercia que a veces nos llena de desesperanza. Puede que nuestra acción no cambie todo, pero no tomar acción de seguro no va a cambiar nada.
Latinoamérica nos necesita hoy, especialmente a los jóvenes. No esperemos a perder lo que tenemos para darnos cuenta de lo mucho que lo queremos.