¿Desplazará la IA al ser humano?

¿Desplazará la IA al ser humano?

Vinicio Barrientos Carles Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática. La única manera que […]
10/02/2023 13:55
Fuente: La Hora 

Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

La única manera que tienes para asegurarte que no perderás tu trabajo, con la llegada de la IA, es dedicarte a algo que la inteligencia artificial no pueda hacer, y lo único que la IA no podrá hacer, pero un humano sí, es ser original.

Abhijit Naskar

Nuestra frase inicial responde a una de las mayores inquietudes de la actualidad.   Esto se ve reflejado en la gran cantidad de artículos y notas informativas, y de opinión, que recientemente se han publicado con relación a la novedosa herramienta del ChatGPT.   Al margen de las angustias que se están reproduciendo, de forma viral, para atender pertinentemente la interrogante del titular, será necesario ir directo al meollo del asunto.   Quién mejor para orientarnos al respecto, sino el prestigioso neurocientífico y escritor indio que estamos citando, Abhijit Naskar, a quien se le conoce también con el sobrenombre de «el científico humanitario».

Para quien no la haya usado, ChatGPT refiere a una herramienta de inteligencia artificial capaz de responder preguntas sobre algún tema de interés del usuario.   Para interrogar a la interfaz, basta realizar la consulta en lenguaje coloquial.   Lo sorprendente de este refinamiento de consulta, desarrollado sobre modelos lingüísticos autorregresivos, basados en el aprendizaje automatizado profundo (deep learning), es la impecable redacción y lo acertado de las respuestas.   La generalizada inquietud, expresada en la voz popular, gira en torno de las competencias que los autómatas están alcanzando, pues ya realizan varias tareas, antes reservadas exclusivamente al ser humano, y lo hacen mucho mejor que nosotros.

No obstante, tal y como lo hemos descrito en el artículo «Expectativas y realidades del ChatGPT», en nuestra columna de difusión, Autómatos, la problemática no radica en las herramientas automatizadas en sí, sino en la forma en que hemos venido desarrollando nuestras sociedades, atisbando, ahora más claro que antes, una inadecuada e incorrecta edificación de algunos subsistemas, como el educativo, para citar el ejemplo mejor identificado.   Sin estar muy conscientes de ello, la crisis que se avecina es resultado de una mala orientación de las acciones que hemos venido haciendo en el último par de siglos.

Por otro lado, para formar criterios serios y definir frentes de abordaje ante aquello que se vislumbra como una nueva problemática, el conocimiento de las temáticas viene a ser fundamental.   ¿Qué tanto sabemos al respecto de cómo funciona un ordenador electrónico?   ¿Tenemos, acaso, un suficiente conocimiento de cómo opera una máquina computacional?   Porque, precisamente, ante un generalizado desconocimiento, podríamos imaginar muchas cosas de forma incorrecta.   Más aún, frente a escenarios dominados por la desinformación y las fake news, sin mencionar los temores que suelen sembrarse y germinar rápidamente, podríamos, no solo ser manipulados en masa, hacia una muy errada concepción de lo que está por venir, sino empujados a la hecatombe misma.

Cuando presiono el interruptor de una lámpara eléctrica, o un botón para sintonizar un determinado canal en el televisor, o doy arranque al motor de mi vehículo, puede ser que, además de los efectos producidos, tenga alguna idea, un tanto vaga, de cómo son los procesos involucrados, a punto tal de que, si algo falla, pudiera saber qué es lo que está sucediendo.   Sin embargo, cuando no tengo ya ninguna claridad de cómo los efectos se obtienen, pudiera, inclusive, ni siquiera percatarme de posibles fallas en ciernes, no teniendo la más mínima idea de qué es lo que podría hacer al respecto.   Esto es crítico si mi seguridad dependiera de ello.

Lo prescrito se ejemplifica muy bien con el uso de un calculador numérico.   Cuando presiono las teclas adecuadas, puedo obtener 13 como resultado de la operación 8 + 5.   Aunque sé que está correcta, no tengo idea de qué hizo exactamente el autómata para llegar hasta allí.   Quizá se me ocurra que la máquina «pensó» para obtener la respuesta.   Similar, escribo «sen 30» y observo 0.5 en la pantalla.   Me entero que el calculador «se encuentra» en modo de grados sexagesimales, pues ha respondido exitosamente a la pregunta: ¿cuál es el valor de sen 30°?    Uno de los problemas empieza cuando la gran mayoría de usuarios, ¿un 99.9%?, no tiene idea del valor aproximado de otra consulta (evóquese sen 70°).

Esto empeora tremendamente si nos cuestionamos sobre cómo realmente opera el aparato.   A este respecto, resulta oportuno compartir una experiencia educativa que alertó a los observadores más críticos.   Resulta que, al usar erróneamente la máquina, se obtenían respuestas equivocadas, sin que el usuario sospechara al respecto.   Relativo a este particular, hemos escrito sobre el mediático caso, cuando se pregunta en internet por el resultado de la operación 6 ÷ 2 x 3 (escrito en la más engañosa forma: 6÷2(3)).   En general, los usuarios terminan aceptando lo que los calculadores les dicen, casi sin posibilidad de interpretar la respuesta.   En este caso, se olvida el lenguaje matemático estándar, usado entre las personas, el cual no es ambiguo.

Otro ejemplo que conviene colocar sobre la mesa es uno que también habla de la interpretación de la información.   Solía suceder que al dictarse a los y las estudiantes una cierta cantidad de datos numéricos, digamos una docena, cada uno de varios millares de magnitud, con dos decimales, siendo todos ellos mayores al millar, pero inferiores a diez millares, se terminaba copiando cerca de un centenar de dígitos, pues cada dato tenía nueve cifras significativas.   Al solicitar el promedio de la secuencia, era frecuente que alguien respondiera algo así como 318,677.85, o 127.57881.   La gran mayoría de estudiantes no se percataban de que tales respuestas eran, en lo absoluto, incongruentes con lo esperado.

No es novedad que la situación bocetada fue agravando con el pasar del tiempo.   Con máquinas más potentes, no es extraño que esta confianza ciega, o desconexión con la realidad, por parte de los usuarios, haya adquirido tintes preocupantes.   Si se dictan como valores de los catetos de un triángulo rectángulo los números 3.45 y 5.88, el humano debería poder rechazar valores de la hipotenusa tales como 4.998 o 10.32.   Lo que estoy tratando de dibujar tiene una evolución histórica notable, que concierne e involucra las últimas cinco décadas.

Similar acontece en el área de la programación de computadores.   El compilador es un programa que «revisa» la sintaxis del código de un cierto programa objeto, aceptando o rechazando, según sea la congruencia estructural o sintáctica de lo que se desea procesar.   Hace sesenta años no existían compiladores para lenguajes de alto nivel, y eran los humanos, los programadores, los que tenían que compilar «a mano».   Fueron casi veinte años para que los teóricos desarrollaran los primeros compiladores.   Toda la teoría de autómatas finitos (específicamente, los del segundo tipo, T2) tuvo que ser desarrollada para realizar tales tareas.   Para entonces, ya el proyecto, o sueño, de la IA fuerte se había puesto en marcha.

Aunque el proyecto de la IA amplia ha fracasado de diversas formas, en el esfuerzo por lograr una mente inteligente, en su sentido más general, ha derivado en un elevado desarrollo de las herramientas algorítmicas de la IA débil, o estrecha, que implica una potencia de cómputo y una eficacia tal que hoy por hoy supera todo tipo de desempeño mecánico, insistimos, algorítmico, que el ser humano pueda o desee desempeñar.   Es vital comprender que la automatización no se ha iniciado ahora, después del Y2K.   Es algo que lleva muchas más décadas de evolución, y la denominada ley de Moore evidencia este crecimiento exponencial.

Empero, las aplicaciones están llegando al «usuario de a pie», desde el aparecimiento de los teléfonos inteligentes.   No obstante, la sociedad consumista nos ha mantenido al margen de los conocimientos necesarios para comprender toda esta revolución tecnológica, asociada con la cuarta revolución industrial, la revolución digital, la que el filósofo surcoreano alemán, Byung-Chul Han, está identificando como el régimen de la información, asociado al Antropoceno.   Ya desde hace un par de décadas que se viene advirtiendo que el desarrollo computacional adquirirá niveles no imaginados.   No obstante, nunca hasta ahora se había generado una preocupación tal como la que estamos observando.

Justamente, porque consideramos crucial la difusión de estos temas, fue creada la columna Autómatos, en la que llevamos más de setenta artículos sobre la eclosión de la inteligencia artificial y aspectos relacionados, como algunos de las ciencias formales fundantes en los que se apoya, léase la Lógica y las ciencias de la computación.   Esta brecha creciente entre la comprensión del usuario medio y las fuerzas del mercado, interesadas en aprovechar al máximo las nuevas ventajas competitivas de la IA, son causa definitiva de los temores circulantes.   Para agravar el asunto, mientras leemos artículos que dicen que tal o cual profesión sobrevivirá a la explosión de la IA, otros tantos dicen que esas mismas actividades humanas serán desplazadas y substituidas.

Concluyendo, en lo precedente, estamos puntualizando que las dificultades que el uso creciente de las herramientas de inteligencia artificial ha suscitado, no radican en lo que los aparatos pueden realizar con efectividad, sino en la forma en que los seres humanos hemos desarrollado nuestros sistemas sociales, tanto en lo relativo a lo laboral como en lo económico y político.   Aunque los temores son fundados, deberían movernos a un análisis más profundo de lo que está sucediendo.   Sin embargo, en términos generales, la irracionalidad nos mueve con mayor celeridad cuando tenemos gran desconocimiento del origen de las situaciones a las que nos confrontamos, alarmantes por novedosas.   Para recuperar el equilibrio, es que hemos citado en el epígrafe al neurocientífico indio Abhijit Naskar.

La chispa inicial pronto explota en un alboroto que inunda las redes sociales… la aplicación del ChatGPT se hace viral.   Esta IA redacta a la perfección, atendiendo de manera aceptable las consultas profesionales que se le realizan.   Las personas se preocupan por el futuro, pues se autovisualizan, en el corto plazo, substituidos por máquinas que podrán hacer su trabajo de una manera, no solo más económica, sino también más efectiva.   Sendos artículos recuerdan que esta substitución de autómatas por personas había sido anunciada ampliamente con anterioridad.   El asunto es que ya se están sintiendo los impactos en distintas ocupaciones.   La confusión aumenta, como hemos dicho, cuando unos dicen una cosa, mientras otros lo opuesto.

Hace casi cuatro años que la participación del neurocientífico A. Naskar destaca en el Foro mundial de la Juventud.   En aquella oportunidad, el reconocido foro aborda el inquietante tema que nos ocupa: Inteligencia artificial y humanos, ¿quién está en el control?   Específicamente, en el minuto 32 del vídeo de este enlace, el conductor le pregunta a Naskar: «quiero ahora aproximarme a la cultura cinematográfica, a las películas de Hollywood, … en la última de la saga Terminator, vemos algo cercano a una consciencia temprana.  ¿Qué tan cerca estamos de que los poderosos algoritmos desarrollen consciencia?».   La respuesta que el neurocientífico proporciona es un excelente punto de partida:

Yo pienso que esta inquietud está, en lo absoluto, fuera de la realidad computacional actual.    La inteligencia artificial, en cualquiera de sus formas, está diseñada para suplementar la vida humana, para extender sus capacidades, no para substituirla.   De esta forma, cuando una inteligencia artificial elevada desarrolle algún tipo de consciencia, esta no va a ser algo como la consciencia humana, sino será algo completamente original, que ningún experto puede actualmente comprender.

Continúa explicando:

Esta no podría provenir de la programación, sino que emergería de una anomalía, así como la consciencia humana emergió a través de las anomalías evolutivas de la vida, a lo largo de sus 3.5 millardos de años, en la historia de la vida en este planeta [… ] Siendo ahora los más inteligentes, ninguna forma de vida previa fue programada para llegar a lo que somos.   Hemos llegado acá a través de la evolución, que se basa en la mutación aleatoria.   Así, de similar forma, si la inteligencia artificial desarrolla alguna forma de consciencia, esto será, nuevamente, a través de una secuencia de anomalías no programables.

En nuestro artículo «Los monstruos del poder y el ChatGPT» planteamos el mal uso que los humanos damos a las herramientas que vamos construyendo, por nuestras ambiciones y el poder mal orientado.   Allí hicimos, nuevamente, mención de la secuencia de Terminator, pues en ella se observa a máquinas con una IA fuerte, y en pleno conflicto por el poder del planeta, una mera extensión antropocéntrica de las ambiciones humanas.  En contraposición, aunque también en un entorno bélico, la saga cinematográfica de Matrix plantea al final un proceso evolutivo simbiótico, basado en la cooperación, el que la bióloga teórica Lynn Margulis ha colocado por encima de la competencia neodarwiniana, previamente aceptada universalmente.

No obstante, hemos de regresar a los temores vigentes.   Justamente en «Transhumanismos y futurismos siglo XXI» hemos dado unas pinceladas al sueño transhumanista.   Si reflexionamos sobre ello, descubriremos una visión, no sólo ególatra y antropocentrista, sino, en el fondo, con una muy pobre comprensión sobre cómo evolucionan los sistemas complejos.   A estos escenarios y contextos, muy reducidos, son a los que se refiere Naskar en su primera intervención en el foro.

Empero, regresando a la interrogante del titular, cabe indicar que, en última instancia, en el mediano y largo plazo, la respuesta es no, no seremos ni desplazados ni substituidos.    Sin embargo, cabe insistir, la preocupación no va por la especie, sino por cada uno en particular.   Debemos, entonces, regresar a un plano menos filosófico y más pragmático.   Lo que desea saber la generalidad de las personas es si tendrá trabajo, y qué sucederá con las actividades económicas humanas.   Aquí, lastimosamente, tenemos que aceptar que sí, se vienen grandes cambios.   Ante una transformación tan radical, nuestra primera reacción es la negación.   Por ello, muchos y muchas desearían regresar al mundo de hace un siglo.

Buscando una mejor orientación a la pregunta, nos encaminamos por otra ruta.   Vale cuestionarnos, con la mayor de las franquezas: ¿En qué nos hemos convertido?   Desde la primera revolución industrial, la humanidad se viene transformando, a pasos acelerados.   En la búsqueda de su particular beneficio, ha dejado de lado el equilibrio existente, ese que la naturaleza ha construido a lo largo de millones de años.   En esta carrera, extractiva y depredadora, el ser humano se ha convertido en el explotador de su misma especie: homo homini lupus.   Siempre ha sido así, pero el Antropoceno desvela que esta gran aceleración se ha salido de control.   En suma, al final del proceso, el ser humano ha llegado a una extrema mecanización.

Para comprender la problemática específica, quizá lo mejor sea partir de un ejemplo: la enseñanza de la matemática elemental.   A inicios del siglo pasado, un ingeniero era un profesional, tanto ejecutor de soluciones óptimas a problemas concretos, como investigador, con competencias en varias disciplinas científicas.   Esto cambió a lo largo del siglo, llegando a operacionalizarse a grado tal que, con el desenfrenado desarrollo tecnológico, se invirtió el modelo formativo, dejando de lado las bases teóricas y priorizando la parte técnica, orientada a las soluciones pragmáticas de problemas preestructurados.   Así continúo la mecanización de la enseñanza y el ejercicio profesional, iniciado con el modelo napoleónico, a inicios del siglo XIX.

De esto, se observa cómo, ya por la década de los años setenta, la instrucción universitaria gira en torno de la mecanización de técnicas convenientes.   El aprendizaje se refería a la identificación y posterior aplicación de distintos algoritmos.   Poco a poco los fundamentos teóricos fueron pasando al olvido.   Se dejó de lado el desarrollo y la construcción de modelos.  Específicamente, la formación matemática se operacionalizó por completo.   El advenimiento del calculador y de los ordenadores programables, fueron desplazando paulatinamente este desempeño profesional, totalmente mecanizado.   El surgimiento de las máquinas simbólicas dio el golpe mortal.   Como conclusión, hoy en día puedes dictar a una máquina un examen, de cualquier materia, que esta lo resolverá sin mayor dificultad.

¿Cómo pudo suceder esto?   Básicamente, porque el perfil profesional degeneró en un recipiente de conocimientos algorítmicos, los cuales pueden ser incorporados en programas de computador.   Con las nuevas herramientas lingüísticas de IA, se ha superado la barrera de comunicación, y ahora puedes dialogar con el aparato, como si se tratara de una persona.   En el video anterior, del Foro del año 2019, la ginoide Sophia muestra ya una incipiente capacidad de conversación.   En menos de un lustro esto ha despegado extraordinariamente.   Lo repito: le puedes dictar al autómata un examen estándar, de termodinámica, digamos, que obtendrás una respuesta de puntuación perfecta.   ¿Para qué quieres a un profesional, sea de la ingeniería o de otra disciplina de especialidad?

Durante la década de los noventa, resultó impresionante, y frecuente, observar por la televisión una serie de catástrofes climáticas, como huracanes y tormentas tropicales.   Entonces se observaba a muchas personas en los techos de sus casas, atrapados, totalmente copados por el agua en sus alrededores, sin posibilidad de movilización.   En nuestro país pudimos observarlo, directamente, en varias comunidades de las Verapaces, cuando el huracán Mitch azotó el istmo centroamericano.   Uno se preguntaba: ¿cómo se quedaron en sus casas, viendo que avecinaban los percances?   Simplemente, se quedaron inertes, esperando a que las cosas se calmaran.   Y es que asumieron que no empeorarían.

El rescate de la inteligencia es el rescate de la humanidad.   Los cambios requeridos en los que respecta a varias esferas de nuestro desempeño debieron haberse iniciado hace varios años.   Sí, es un hecho que vamos tarde.   Sin embargo, aún es tiempo de enmendar.   Este imperativo cuestionamiento sobre las estructuras que conforman la sociedad contemporánea debe movernos, en nuestra esfera individual, a dedicar más tiempo a una general reconstrucción de nuestras habilidades, orientándonos a la creatividad y a la verdadera inteligencia.   Todos los aspectos mecánicos, todas las actividades operativas, podrán ser substituidas por el advenimiento de modelos de IA cada vez mejor desarrollados.   Sí, también es un hecho que el ser humano automatizado será desplazado por la IA.

En contraposición, y como bien dice el neurocientífico que hemos citado, no podrán ser substituidos aquellos desempeños que son originales, propios de nuestra forma de pensar, relacionar y concebir los distintos elementos que conforman nuestra realidad.   Por otro lado, la empatía y la intuición con la que nos relacionemos deben recuperar su verdadero sentido y el valor que ocupan en nuestra vida.   Ciertamente, que de cada una y cada uno dependerá nuestro reposicionamiento en el mundo venidero.   No se trata de dar marcha atrás, se trata de darle la bienvenida al futuro con inteligencia y sentido crítico, recuperando el valor de nuestras mismas existencias.   Somos seres humanos, tenemos que dejar de vivir como autómatas.

Fuente de imágenes  ::

[ 1 ]   Imagen tomada de LaHora, editada por vbc   ::     https://lahora.gt/lh-suplementos-culturales/culturalahora/2023/02/03/expectativas-y-realidades-del-chatgpt/

[ 2 ]   Imagen tomada de gAZeta, editada por vbc   ::     https://www.gazeta.gt/la-ley-de-moore-i/

[ 3 ]   Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles   ::     https://www.youtube.com/watch?v=hjp-tmdoEV0&t=37s     +     https://revistaidees.cat/es/la-singularidad-tecnologica-y-el-sueno-transhumanista/

[ 4 ]   Imagen tomada de gAZeta, editada por Vinicio Barrientos Carles   ::     https://www.gazeta.gt/mas-alla-de-la-frontera-de-church-turing-i/