La nobleza de espíritu también construye República

La nobleza de espíritu también construye República

Tenemos que recordar que la nobleza de espíritu, como una virtud cívica, no solo es pertinente, sino que es indispensable.

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06/07/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

“Me imagino una Guatemala próspera, con las mismas oportunidades para todas las personas. En la que logremos obtener los puestos según nuestras capacidades y no según la gente que conozcamos. Una Guatemala en la que todos seamos amigos y nos preocupemos el uno por el otro, y no solo por lo que me pase a mí”. Sin proponérselo, Andrés Batres, quien dijo estas palabras, fue un ejemplo de lo que significa ser un buen ciudadano, un patriota, un líder sin vanidades y un defensor de una Guatemala más republicana y libre. Hoy, en su memoria, y aunque su ausencia nos duele a quienes tuvimos el honor de compartir con él, la visión del país que soñó nos deja una lección urgente para todos nosotros.


Una vida coherente, con principios y un sentido de obligación personal es también esencial en la construcción del país que queremos. Sí, siempre hablamos de cómo Guatemala necesita una mejor clase política, instituciones fuertes, personas preparadas y cultura cívica para salir adelante. Quizá entre todo eso, que obviamente importa, dejamos a un lado el hecho de que la forma como tratamos a los demás a diario, cómo convivimos los unos con otros, cómo ayudamos a los que están cerca o lejos nuestro es lo que al final inclina la balanza hacia el país que soñamos.

Necesitamos más ciudadanos así, que elijan la decencia, defiendan la libertad y trabajen con amor por Guatemala.


En estos tiempos donde, en redes sociales, en los medios o en las conversaciones que tenemos parece que se valora al más ruidoso y no al más virtuoso, Andrés representó algo que es escaso, pero cuando aparece ilumina a todos a su alrededor: la nobleza de espíritu. Esta suele confundirse con una nobleza heredada, de posición social o de apellido. Pero no, la nobleza de espíritu es diferente, es una disposición interior, una actitud moral ante la vida y ante los demás. Porque ser noble de espíritu significa esforzarse por la excelencia aun cuando la mediocridad acecha, es la capacidad de pensar y actuar por convicción y no conveniencia para servir a los demás, indignarse cuando hay injusticias y tener principios firmes para defender la dignidad humana.


En medio de tanta polarización, Andrés era una rara excepción. Era de esos ciudadanos que amaba Guatemala y lo decía en cualquier oportunidad que tuviera; se indignaba cuando los corruptos se aprovechaban de sus puestos; creía que, si podíamos, debíamos ayudar a los más necesitados; y contagiaba con su energía de civismo a más jóvenes. Por eso su liderazgo fue de esos que no necesitó de gritos y reclamos, fue, en cambio, de los que construyen República desde lo cotidiano, desde esa conversación que defiende un principio incómodo, desde esa reunión que evita la mediocridad, desde ese mensaje que inspira a tomar acción.


Aunque ahora ya no esté físicamente con nosotros, el legado de Andrés es relevante, porque su vida me convenció de que ese “heroísmo en reposo” existe. No podemos normalizar los atajos, las falsas lealtades, la indiferencia o el egoísmo. Tenemos que recordar que la nobleza de espíritu, como una virtud cívica, no solo es pertinente, sino que es indispensable. Es la que impide que las instituciones se derrumben por intereses mezquinos, pero también es la que hace posible que construyamos una comunidad donde nos preocupemos el uno por el otro y no solo en nosotros mismos, como decía Andrés. Necesitamos más ciudadanos así, que elijan la decencia, defiendan la libertad y trabajen con amor por Guatemala. Si lo hacemos, quizá logremos ese país que Andrés imaginó. Mientras tanto, lo que podemos hacer es tratar de honrar esa visión para que deje de ser un anhelo y se convierta en el país que merecemos.