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Psicología del color: cómo influyen los tonos en nuestras emociones y decisiones
Cada color que seleccionamos para vestirnos, decorar el hogar o expresarnos artísticamente no es una casualidad, ya que refleja directamente cómo nos sentimos por dentro.
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Al elegir la ropa, los accesorios y la decoración del espacio en que vivimos, enviamos un mensaje silencioso sobre nuestro mundo interior.
Aunque puede parecer que tener un color favorito es una simple cuestión de gustos, existe una realidad científicamente respaldada sobre la influencia de los colores en nuestra vida.
Según el portal Psicología y Mente, la psicología del color ha demostrado que las tonalidades que nos rodean ejercen una influencia profunda y constante sobre nuestro estado mental y emocional. No se trata únicamente de preferencias estéticas: cada color posee una vibración específica que resuena con distintos aspectos de nuestra psique, generando respuestas automáticas que van desde la calma más profunda hasta la excitación más intensa.
Esta conexión entre color y emoción trasciende las barreras culturales.
El espejo cromático de nuestras emociones
“Desde la perspectiva de la arteterapia, los colores que elegimos están profundamente relacionados con nuestro estado emocional y con la forma en que procesamos nuestras experiencias”, explica Hanah Pinto, psicóloga clínica con estudios en esa disciplina.
Su observación profesional revela que los tonos oscuros o apagados suelen expresar emociones de tristeza, bloqueo o cansancio, mientras que los tonos cálidos y brillantes reflejan energía, vitalidad o incluso una necesidad de ser vistos.
Sin embargo, según la psicóloga Jocelyne Pérez, especializada en arteterapia, no siempre elegimos un color de forma consciente, e “incluso algunos pueden ser parte de nuestra personalidad”.
Esta relación entre color y estado emocional se manifiesta de manera única en cada persona. Lo que para una puede representar tranquilidad, para otra puede simbolizar nostalgia o incluso tristeza. Por ejemplo, el azul, tradicionalmente asociado con la serenidad, puede despertar sentimientos completamente diferentes según la experiencia personal y el momento vital de quien lo observa.
Estudios en neuropsicología han demostrado que los colores generan respuestas fisiológicas medibles. Según la Escuela Superior de Audiovisuales The Core, el rojo, por ejemplo, aumenta el ritmo cardíaco y la presión arterial, lo que provoca una liberación de adrenalina que nos hace sentir más enérgicos y entusiasmados. Esta reacción no es cultural, sino biológica, lo que explica por qué el rojo se utiliza universalmente para señales de advertencia y situaciones que requieren atención inmediata.
El verde, en cambio, tiene un efecto calmante sobre el sistema nervioso, pues reduce el estrés y promueve una sensación de equilibrio y bienestar. Esta respuesta está directamente relacionada con nuestra evolución como especie, ya que el verde se asocia instintivamente con la naturaleza, la seguridad y la abundancia de recursos.

El color y las emociones
Según un estudio publicado por la Escuela Superior de Arte y Diseño de Vic, el color es capaz de estimular o deprimir, generando tristeza o alegría.
El color del espacio en que habitamos, trabajamos, estudiamos o nos divertimos también puede despertar ciertas actitudes e incluso influir en la sensación térmica de frío o calor, así como en la percepción de orden o desorden.
Por ello, la aplicación práctica de la psicología del color en nuestra vida cotidiana es más amplia de lo que imaginamos.
Al elegir los colores para nuestro hogar, no solo tomamos decisiones decorativas; también creamos un ambiente que influye directamente en nuestro estado de ánimo y productividad durante el tiempo que pasamos en ese espacio.
Un dormitorio pintado en tonos blancos o lavanda puede favorecer el descanso y la meditación, mientras que una cocina en tonos verdes evoca frescura y conexión con la naturaleza.
Por el contrario, un espacio de trabajo decorado con colores cálidos e intensos puede generar tensión y dificultar la concentración, aunque esos mismos colores sean ideales para un gimnasio o un área recreativa donde se busca estimular la energía y el movimiento.
El lenguaje de cada tonalidad
Cada color del espectro posee su propio “vocabulario emocional”.
Estos son algunos ejemplos, según la Escuela Superior de Audiovisuales The Core:
- El amarillo, asociado con la luz solar, representa alegría, creatividad y optimismo; sin embargo, en exceso puede generar agotamiento mental y ansiedad.
- El naranja combina la energía del rojo con la alegría del amarillo, lo que da como resultado un color que estimula el entusiasmo y la sociabilidad, ideal para espacios donde se busca fomentar la interacción humana.
- El azul, en sus múltiples variaciones, transmite confianza, serenidad y profesionalismo. No es casualidad que muchas marcas tecnológicas y financieras lo adopten como color corporativo, ya que genera una sensación de estabilidad y confiabilidad. No obstante, en exceso puede provocar sentimientos de frialdad o incluso depresión.
- El morado, históricamente vinculado con la realeza y el misticismo, estimula la creatividad y la introspección. Es un color que invita a la reflexión profunda y a la conexión con aspectos más espirituales o artísticos de la personalidad.
- El negro, por su parte, proyecta elegancia y autoridad, aunque también puede generar sensaciones de misterio o, en algunos contextos, tristeza y distanciamiento.

Una herramienta de autoconocimiento
Más allá de las clasificaciones generales, Pinto enfatiza que “cada persona tiene una relación única con los colores”. Esta individualidad convierte al color en una poderosa herramienta de autoconocimiento. Observar qué colores elegimos en distintos momentos de nuestra vida puede revelar patrones emocionales y necesidades psicológicas que quizás no habíamos identificado conscientemente.
“Más que ‘etiquetar’ un color como positivo o negativo, lo que buscamos en terapia es comprender qué significa ese color para la persona en ese momento de su vida”, explica la psicóloga. “Ahí está el valor de utilizarlo como herramienta de autoconocimiento y de expresión emocional”.
Esta perspectiva transforma nuestra relación con el color, de una simple preferencia estética a un diálogo interno sobre nuestro estado emocional. Sin embargo, Pérez argumenta que “un color o intensidad de ellos, no delimita la personalidad o el estado de ánimo de una persona, debido a que somos seres cambiantes y durante nuestro día también cambiamos de emociones; por lo tanto, no se debe de encasillar a una persona por el color que utiliza”.