Nos apartamos un rato, escuchamos en hi-fi

Nos apartamos un rato, escuchamos en hi-fi

Puse un disco acetato y me alejé del mundo un momento.

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16/03/2025 00:02
Fuente: Prensa Libre 

Hay días en la vida que, no importa cuánto tiempo pase, quedan grabados en la mente. Ayer tuve una experiencia que me hizo regresar a un día, guardado más allá de lo solo sensorial. Recuerdos tan poderosos que llegan a romper las barreras de lo sensorial. Se pueden oler, recuerdos que partes del cuerpo logran seguir sintiendo. Momentos vívidos que perduran y que se quedan allí, no importa cuánto tiempo pase.


Era 1985, yo apenas tocaba la puerta a la adolescencia, cuando papá trajo a casa el equipo de sonido nuevo. En aquel entonces, la tendencia de la última tecnología en audio era diametralmente opuesta a como es hoy. En vez de compactos, los aparatos eran grandes. En vez de sencillos, lo que se buscaba era la mayor sofisticación. Es que en ese entonces lo que se buscaba era la alta fidelidad. Ese era el norte y todo giraba hacia perfeccionar la experiencia para imitar una sala de conciertos. Se perseguía la perfecta sonoridad, construyendo supremos componentes; cajas de metal, primero color aluminio y luego una tendencia hacia lo negro, que se veían elegantes en las salas de las casas. Hoy, los jóvenes modernos los verían como inexplicables armatostes.


Igual que ahora, entonces también curioseábamos con lo que la tecnología nos traería en el futuro. En sonido, con la era digital, lo que vino fue una gran sorpresa. La carrera de las compañías por fabricar el equipo de mayor sonoridad y fidelidad giró hacia un objetivo totalmente diferente: la practicidad y la accesibilidad. Si nos adelantamos en la historia 40 años, hoy, en el olvido quedó aquella apreciación por la alta fidelidad; en cambio, de forma generalizada, la música se escucha con audífonos desde un dispositivo móvil, con aplicaciones donde a toda pieza grabada se accede con un solo click.

No es lo mismo alguna sinfonía de Beethoven o la Obertura 1812 en unos audífonos inteligentes, que desde un amplificador que tira su potencia a unas bocinas de 300 vatios.


No menosprecio aquí las maravillas de la tecnología actual con la que se tiene acceso a la música. Soy, más bien, el más entusiasta usuario de plataformas como Spotify y Youtube. Pero hay una cierta magia que es valioso recordar y, ojalá, preservar: aquella experiencia de añorar un disco acetato, esperar disponibilidad en la tienda, ahorrar lo necesario y luego ir —esperando que no se hubiera agotado— para comprarlo. Llevarlo en manos todo el camino de regreso a casa, para proseguir con el ritual de abrirlo (yo lo olía, casi como los fumadores dan el golpe al tabaco). Luego se colocaba en el aparato.


Hermoso es ahora evitar tanta vuelta para escuchar lo que uno quiera. Pero no es lo mismo alguna sinfonía de Beethoven o la Obertura 1812 en unos audífonos inteligentes, que desde un amplificador que tira su potencia a unas bocinas de 300 vatios. En estas, la música se siente, reverbera en el cuerpo, y las ondas de sonido impactan físicamente. Hay música que no se compuso para disfrutarse en medios prácticos como el audífono de hoy. El rock, en sus tantas variaciones; la ópera, la música orquestal y la coral. La experiencia del jazz es otra desde una sala donde explotan los sonidos. En estas, ACDC a un buen volumen golpea el pecho. Los complejos sonidos de Alan Parsons llenan cada esquina. Son experiencias, fue lo que pensé, que hoy ya no se conocen.


El mundo vive tiempos de desesperanza. Valores nobles como la democracia, la igualdad y la equidad están vilipendiados. Personalmente estoy cansado de leer todos los días de quienes gobiernan desde la opulencia. Ayer me trajeron reparado el viejo aparato de papá, de 1985. Puse un disco acetato y me alejé del mundo un momento. Me provocó ilusión de compartir con más personas esta maravilla, la de la música sonora.