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Descosiendo las mangas del chaleco
Debemos repensar el modelo de designación, el papel de las comisiones de postulación y las calidades que se buscan.
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Un programa mexicano de televisión se llama Las mangas del chaleco. Ese título me sirve de excusa para traer a discusión ciertos temas de los procesos de postulación que deben ser examinados. Como las inexistentes mangas de un chaleco, hay elementos no visibles en todo proceso de selección que influyen sobre las decisiones que al final se toman. Por lo tanto, es preciso exponerlas —una manera de descoser esas invisibles mangas del chaleco— para permitir procesos más efectivos de cara al año 2026.
Hace muchos años se promulgó la Ley de Comisiones de Postulación. Con el mejor de los propósitos, pero con una ausencia de visión sobre lo que realmente sucedería después, esta norma estableció la obligación de crear tablas de gradación para la calificación de los profesionales que aspiran a las distintas posiciones. En esta tabla se incluían puntajes para méritos académicos, grados universitarios y desempeños extraprofesionales. Todo bien, hasta que ocurrieron dos consecuencias no previstas. La primera, la creación en algunos casos de cursos y posgrados hechos a la medida, para que los profesionales que interesaba promover, por razones ideológicas o de intereses de grupo, lograran acceder a altas calificaciones a partir de acreditar cursos de dudosa calidad académica.
Un segundo efecto no deseado fue el convertir las tablas de gradación en chalecos a la medida, para que puedan premiar esta o aquella faceta del profesional de moda. Hemos visto, por ejemplo, cómo los temas sociales aparecen o desaparecen de las tablas, dependiendo del espíritu de la época o de las fuerzas dominantes en las comisiones de postulación. De nuevo, por lo visto no se trata de encontrar al profesional integral, sino al que le quede el chaleco, dado el tamaño específico de su figura. Ambas situaciones deberían hacernos repensar el modelo, el papel de las comisiones de postulación y las calidades que buscamos.
Las comisiones de postulación también deberían tener un cambio copernicano en su forma de concebirse.
Un ejemplo de las debilidades del proceso está en la calificación de la ética profesional. Obligados los comisionados ahora por sentencia de la corte a tener que expresar a viva voz y con público presente si los candidatos tienen ética o no, la práctica ha derivado en conceder los puntos al profesional aun cuando haya dudas. Nadie en su sano juicio quiere ganar un enemigo personal haciendo tremenda calificación ni tampoco querrá que se le lleve a juicio en un tribunal de honor por cuestionar la ética profesional de un colega. De nuevo, una buena idea con muy mala ejecución. Si la comisión en vez de exigir juicios de todo o nada en los temas éticos dispusiera analizar con gradación los aspectos reputacionales de los candidatos, esto podría tener más sentido, menos exposición y dar mejor manejo a lo que se sabe de los aspirantes.
Las comisiones de postulación también deberían tener un cambio copernicano en su forma de concebirse. En vez de funcionar como una especie de “ábaco tabulador de puntajes” de los currículos que presentan los candidatos, debería ser un comité de búsqueda de profesionales a partir de estándares de decencia, capacidad de administración, conocimiento de la materia y reputación laboral, librándose con ello de los corsés que una mera tabla de gradación, fría y desangelada, les termina aportando.
Dicen que el hábito no hace al monje. Pero sí es cierto que el monje hace al hábito. Necesitamos profesionales que den prestigio a la función pública, no solo porque punteen bien, sino porque la sociedad les pide, a partir de sus meritorias profesionales, personales y laborales, que den un paso al frente.