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Época de cambios o cambio de época
En este momento hay una especie de respiro, debido al alto al fuego entre Israel e Irán.
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No podemos negar que vivimos en una época de cambios. La actual generación se ha visto obligada a sobrevivir en un mundo de profundas y vertiginosas transformaciones, en un ambiente volátil, incierto, complejo y ciertamente ambiguo. Pero, más que a una época de cambios, quizás nos estamos enfrentando a un cambio de época. La lucha por la hegemonía mundial, la revolución tecnológica, la crisis generalizada de gobernabilidad y los cambios climáticos.
Los acontecimientos del primer semestre de este año han puesto en evidencia el aparente ocaso de una época y la consolidación de una nueva. Para la mayoría ha sido palpable que los Estados Unidos de América (EUA) está haciendo los mayores esfuerzos para mantener su hegemonía (que su actual presidente llama: Hacer a América grande otra vez), mientras la principal potencia emergente, la China, está demostrando que ha sido capaz de sortear, hasta ahora, la embestida económica del país más poderoso de la tierra.
Los EUA representan el 25.6% del producto interno bruto (PIB) global, mientras China, el 18.5%; siguiéndole Japón y Alemania, con el 4%; India, con el 3.5%, y Reino Unido, con el 3.1% del PIB. Del comercio mundial, China es el mayor país exportador, con el 14.6%, seguido por los EUA (8.5%), Alemania (6.9%), Países Bajos (3.8%) y Japón (2.9%). Mientras que EUA es el mayor importador, con el 13.6%, seguido de China (10.5%), Alemania (5.8%), Reino Unido (3.3%) y Países Bajos (3.3%).
El déficit fiscal llegaría al 9% del PIB en 2035, la deuda pública superará el 135% del PIB y el pago de los intereses de la deuda absorberá el 30% de los ingresos fiscales.
Por mucho, los EUA siguen siendo la mayor potencia militar y lo han demostrado al imponer por la fuerza la paz entre Israel e Irán, dos países enfrentados que empezaban a sentir agotamiento en apenas 12 días de guerra, que podría haberse prolongado por años. De igual manera, el presidente de los EUA, a su peculiar y a veces grotesca manera, ha venido obligando a muchos países a modificar sus relaciones económicas y políticas con la principal hegemonía global. Muchas veces al margen de la institucionalidad internacional y desestimando acuerdos multilaterales y bilaterales existentes. No siempre por la fuerza de la razón, sino por la fuerza de la coerción, aplicando la política de la zanahoria o el garrote.
Ante graves dificultades fiscales, señaladas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), en julio del año pasado, EUA está obligado a replantearse las bases de su economía interna y sus relaciones comerciales y políticas con el resto del mundo. El déficit fiscal llegaría al 9% del PIB en 2035, la deuda pública superará el 135% del PIB y el pago de los intereses de la deuda absorberá el 30% de los ingresos fiscales. Al mismo tiempo, Moody’s le rebajó la calificación de riesgo crediticio soberano de triple AAA (la máxima) que ostentaba desde 1917, bajándola a “Aaa” (AA+). Pero, a pesar de las repetidas sorpresas durante este semestre, la volatilidad del precio del petróleo y del mercado de valores ha estado bastante controlada, quizás porque los inversionistas no han encontrado alternativas de inversión más segura que los bonos del Gobierno de los EUA, o bien, refugiarse en el oro.
En este momento hay una especie de respiro, debido al alto al fuego entre Israel e Irán (antes se logró lo mismo entre India y Pakistán), por el avance de las negociaciones comerciales de EUA con países como Reino Unido, Canadá y China, además de que el 9 de julio próximo vencerán los 90 días de pausa para aplicar las medidas arancelarias que EUA impuso unilateralmente al resto de países.
Seguimos inmersos en un cambio de época, más allá de las tradicionales épocas de cambios del pasado a las que ya estamos acostumbrados.