Guatemalteca de oro y brillantes valores
Lo que sí merece mucho espacio son los valores convertidos en acción que condujeron a este logro personal, pero de dimensión colectiva.
EDITORIAL
Guatemalteca de oro y brillantes valores
Lo que sí merece mucho espacio son los valores convertidos en acción que condujeron a este logro personal, pero de dimensión colectiva.
Desde la mañana de ayer el júbilo es generalizado, la confianza en el potencial guatemalteco se refuerza y la alegría por el triunfo de alguien más se multiplica, se transmite y se comparte sin fronteras. El resonante e histórico triunfo de la deportista guatemalteca Adriana Ruano al ganar la medalla de oro en tiro con arma de caza se ha convertido en un auténtico cañonazo de esperanzas y sentimientos positivos. Todos los guatemaltecos celebran este hito, porque se trata de la primera presea áurea en la historia nacional, y dicho sea esto sin relegar en manera alguna la medalla de bronce ganada casi 24 horas antes por Jean Pierre Brol, también en la disciplina de tiro.
La hazaña de Adriana Ruano encendió reacciones desde los primeros segundos. La noticia de su triunfo dio la vuelta al mundo a la velocidad de un disparo. Los guatemaltecos, dentro y fuera del país, festejaron este gran éxito personal con una resonancia colectiva sin barreras ni divisiones, ni siquiera fronteras. Ciudadanos de a pie, entidades de Estado, figuras públicas, autoridades, empresas, colectivos sociales, amigos y familiares fundieron sus elogios en un coro polifónico dirigido por el amor patrio y la admiración de un honor inédito.
Para la historia quedan registradas, en medios de comunicación y redes sociales, las escenas del podio al cual por primera vez una guatemalteca sube a lo más alto. Las lágrimas de alegría de Adriana, con la máxima medalla, fueron compartidas por muchos connacionales. La bandera azul y blanco elevándose libre al viento, más alto que las de Reino Unido y China, fue un momento de inefable apoteosis, con las notas del Himno Nacional de Guatemala sonando por primera vez en unos Juegos Olímpicos. Se escribió una página hermosa para la historia que estuvo a punto de ser saboteada por necedades gazuzas que no merecen más espacio.
Lo que sí merece mucho espacio son los valores convertidos en acción que condujeron a este logro personal, pero de dimensión colectiva. El primero de ellos es la familia como lugar de crecimiento físico, espiritual y axiológico. Su madre estuvo presente durante la competencia de ayer, pero ello solo es el reflejo de un gran amor, unión y fe aprendida en el seno de su hogar. Su padre, gran apoyo e impulsor de su talento, falleció en el 2021; sin embargo, su presencia trasciende a través de su hija.
La resiliencia es otro valor que se ha concretado en la vida de Adriana, quien en su infancia se dedicaba a la gimnasia y buscó clasificarse a los Juegos Olímpicos del 2012. Una lesión le impidió seguir practicando. Dicha situación la pudo haber alejado del deporte, pero la redireccionó a la disciplina de tiro: todo un proceso de transformación y nuevo aprendizaje que hoy se muestra como fundamental en su historia personal. Esta virtud se ve complementada por la perseverancia en busca de un objetivo en movimiento: casi parece que su disciplina deportiva es un reflejo de su mismo método de superación. En el 2021 participó en los Juegos de Tokio, en los cuales quedó en el puesto 26. Siguió adelante.
Valentía y serenidad son otras dos cualidades que abrillantan la personalidad de la hoy campeona olímpica. Proviene de un país que en siete décadas nunca había ganado un oro. Sí, existía el antecedente admirable de la plata de Barrondo en el 2012 y la presión del bronce de Brol un día antes. Se enfrentó a la élite mundial sin complejos ni inseguridades. Largas horas de entrenamiento, los sabios consejos de sus padre y el amor a su patria se convirtieron en su mejor mira. Entregó lo mejor de su habilidad con total inspiración y fue así como de pronto sus manos eran alas de quetzal en lo más alto del firmamento deportivo.