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La servidumbre a Carrera de Milla
La ironía y mordacidad con que opera Larra se parece mucho más a la de Batres Montúfar y a la de Bergaño y Villegas (a pesar de estar más lejos en el tiempo) que a las suaves tonalidades que tañe José Milla. El autor de “El canasto del sastre” no realiza acerba crítica en sus […]
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La ironía y mordacidad con que opera Larra se parece mucho más a la de Batres Montúfar y a la de Bergaño y Villegas (a pesar de estar más lejos en el tiempo) que a las suaves tonalidades que tañe José Milla. El autor de “El canasto del sastre” no realiza acerba crítica en sus cuadros costumbristas sino sólo –y en todo caso– un leve tirón de orejas que las más de las veces se reduce a una comprensiva llamada de atención, generalmente más de compasiva madre que de padre.
Pero no olvidemos a Ortega y Gasset y las circunstancias. Un Larra (con todos aquellos vientos y huracanes exaltados e irreverentes que lo caracterizaban) no habría durado un segundo en la burocracia de Carrera y Turcios. Habría sido tumbado del cargo público en un dos por tres. Milla, en cambio, tuvo que capear todas las tempestades y hacerse grato al tirano y a su corte de nobletes parroquiales, escribiendo novelas históricas con ornamentos sentimentales enredados y acaso novelas semirrealistas y cuadros de costumbres que no arañan ni siquiera levemente la epidermis de la delicada y aristocrática sociedad de la naciente república de los años 40, 50 y 60 del siglo decimonónico de Guatemala.
Larra vivió como escribió: huracanadamente. Se suicidó muy joven. Un amor no correspondido e imposible lo llevó a ello. No llegó ni a los treinta años. Pero obtuvo pronto un estilo tan maduro que en casi ninguno de sus escritos puede señalársele falta u error, acaso afrancesamiento. Era un maestro del idioma desde su edad más juvenil. Y esta virtud unida a su garra acerada, lo colocan entre los románticos de rompe y rasga y de tela marinera y no entre los románticos de chocolate y de mullida poltrona propia para hundirse en el pasado de la Historia (a la caza de asuntos para sus novelas) como sir Walter Scott y nuestro aletargado Milla.
Pero en honor a la verdad el cuadro de costumbres no es propiedad de un solo estilo, época o corriente. Se cultiva en el período neoclásico, durante el romanticismo, el realismo e incluso el criollismo latinoamericano. De modo que el cuadro de costumbres millesco quizá sea más romántico que el de Larra (por su sentido nostálgico de la tradición y el ayer que se nos escapó) y el de Larra más realista y crítico. Casi galdosiano. Pero el romanticismo de Larra está presente y existe siempre en todo caso en la devastadora pasión que pone en todo cuanto vive y gestiona y fabrica en su “Macías” y en su “El doncel de don Enrique el Doliente”.
José Batres Montúfar nace el 18 de marzo de 1809, mientras que José Milla, el 14 de agosto de 1822. El autor de las “Tradiciones de Guatemala es trece años mayor que el Padre de la novela guatemalteca y centroamericana como se le suele llamar.
¿Se conocieron estos dos literatos guatemaltecos? ¡Claro que sí! No podría afirmar que fueron íntimos amigos pues trece años de diferencia en plena juventud levanta un valladar a veces demasiado sólido. Pero acaso al menos conocidos. Lo cierto es que Milla después de muerto Batres recoge en un manojo de papel toda la obra del autor del “Yo pienso en ti” y conforma un volumen que el famoso y sensible Batres Montúfar no pudo ver nunca en vida. Esto tan solo nos demuestra ya que entre Batres y Milla hubo una gran identificación sentimental, más fuerte quizás que la habitual dentro de la amistad cotidiana y común porque la amistad literaria (a veces muy lejos) sobrevive a la muerte y los años. A mí me ha pasado con Clemente Marroquín Rojas y con César Brañas.