Compás y Memoria: música y canto para el día de las Palmas y la Pasión

Compás y Memoria: música y canto para el día de las Palmas y la Pasión

Efraín Peralta Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala Prólogo El tercer movimiento de la Sonata para piano No. 2 en si bemol Op. 35, de Federico Chopin, se ha convertido, con el transcurrir de las décadas, en una de las interpretaciones más elementales de los cortejos procesionales de las Semana Santas que […]
26/03/2024 15:36
Fuente: La Hora 

Efraín Peralta

Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala


Prólogo

El tercer movimiento de la Sonata para piano No. 2 en si bemol Op. 35, de Federico Chopin, se ha convertido, con el transcurrir de las décadas, en una de las interpretaciones más elementales de los cortejos procesionales de las Semana Santas que se viven en los territorios que componen este país. Es más, sin miedo al equívoco, podría decir que se ha posicionado en el imaginario colectivo como un signo de lo fúnebre. Si hablamos, por ejemplo, de la Semana Santa de la ciudad capital, es la marcha con que desde finales del siglo XIX inicia el cortejo fúnebre del Señor Sepultado de la basílica menor de Nuestra Señora del Rosario; o es, tanto para Jesús Nazareno de Candelaria como para el Nazareno de San José, una de las interpretaciones que se ejecuta antes de entrar a sus respectivos templos. En todo caso, siempre será un aviso, una especie de señal que quienes participamos de esta fiesta de devoción popular entendemos: está sucediendo algo importante dentro del cortejo procesional; quienes están ahí, saben que lo que sus ojos están viendo y sus oídos escuchando, necesariamente pasará a formar parte del enorme cúmulo de sentires que se van almacenando en la memoria desde el corazón.

Compás y Memoria

El Domingo de Ramos en la Nueva Guatemala de la Asunción se empieza a vivir desde las primeras horas vespertinas del Sábado llamado del Consuelo, de la Demanda, de Ramos o de Pasión —es algo realmente hermoso como desde la religiosidad popular nacen los apelativos con los que las diversas colectividades nombran los días según sus devociones—; las ventas de ramos en las plazas de los templos proliferan y tanto San Miguel de Capuchinas como el Santuario de San José se encuentran engalanados a la espera de sus respectivos cortejos, sus calles visten de gala, hay nerviosismo, hay emoción. La expectativa se rompe al despuntar el alba: bombas, cohetillos, música festiva y los doce apóstoles anuncian que Jesús de las Palmas sale a rememorar la entrada triunfal a Jerusalén. Casi en paralelo, la lectura de la sentencia de Pilato, las fanfarrias y la reinterpretación de una centuria romana y sus símbolos puestos al servicio del Nazareno, anuncian que el afligido rostro de Jesús de San José está por recibir los primeros rayos de sol, y las primeras miradas expectantes y contritas que a lo largo del recorrido derramarán lágrimas, sonrisas, agradecimientos y plegarias.

El cortejo josefino se va sucediendo como lo ha hecho desde antiguo, cada una de las y los participantes lo va colmando con sus vivencias, pensamientos y sentires, lo van significando de acuerdo a sus imaginarios personales —ya sean éstos heredados, construidos personalmente, o una combinación de ambos—. Quisiera detenerme en tres de esos momentos, los tres relacionados con la música, puesto que, al menos desde mi entender personal de la semana santa, rito y música son indivisibles:

El cortejo ya se enfila por la 10a. Calle y 2a. Avenida de la zona 1, las estaciones del viacrucis y estandartes hacen lo propio, causando admiración entre los presentes, desde donde me encuentro, resalta un niño sentado en los hombros de su madre. Debido a la enorme cantidad de personas, el bullicio es bastante denso, sin embargo, la voz cristalina del niño se va imponiendo, casi imperceptiblemente: está cantando. Su canto, pienso, va traspasando uno a uno los sentidos (y el corazón) de quienes estamos a su lado y de quienes están al nuestro, hemos hecho silencio y más aún, hemos empezado a seguirle en su canto, cuando termina, le agradece a Jesús de los Milagros su presencia entre la multitud y le reza un padrenuestro y un avemaría, la dinámica continúa, quienes estamos lo suficientemente cerca le seguimos en la oración y esta se dispersa a lo largo de la cuadra. No lo sé, pero tengo la sensación de que hasta la banda tardó un poco más en empezar la marcha, quizás esperando a que el niño terminara su oración.

Me incorporo a la fila justo después de ese providencial encuentro con la infancia, esperando (y confiando) que cuanto hay de hermoso en ese corazón de niño, siga dando frutos, que se siga maravillando y conmoviendo con la fe de su pueblo, y que quienes le acompañamos, no perdamos nunca nuestra capacidad de asombro. Como ya dije, el cortejo se encuentra sobre la 2a. Avenida, estamos a una cuadra de la esquina donde el 15 de mayo de 1984 elementos de las fuerzas policiales del Estado secuestraron y desaparecieron al poeta/maestro/sindicalista Luis de Lión. La marcha que corresponde a ese turno es “Fuente de vida eterna”, no puede ser más oportuna, Luis está presente y su voz y palabra siguen vigentes:

(…) pero el tirano se pensaba inmortal

y declaró su enemigo a quien anunciaba otro tiempo,

y,

bajo el cielo

de una aldea de américa,

por un día

el sudor se detuvo,

la jacaranda se vistió de violeta

y la bugambilia, de jacaranda,

la campana se cortó la lengua

y el árbol se volvió lágrima

en la letanía de la matraca y la flauta…

El choque del excesivo calor del día con el frío de la noche, el cansancio y por qué no, el agotamiento sensorial que provoca la enorme cantidad de estímulos, hacen que el último tramo de la jornada sea cuesta arriba, ni imaginar lo que esta parte del recorrido procesional signifique para los miembros de la banda de música. Sin embargo, como ya se dijo, la Marcha Fúnebre de Chopin es siempre un momento trascendental en una procesión. El trío de la marcha, es ejecutado por la sección de clarinetes primeros y segundos en un franco diálogo que culmina con la entrada del resto de los registros de la banda. Lo que se escucha es, a mi criterio, el más vivo ejemplo de lo sublime, jamás podré poner palabras a lo que con su música me hicieron sentir; cómo esas frecuencias sonoras en completa y perfecta armonía sacra se instalaron en mi alma, si es esto posible, pienso que muestran la parte más humana de la muerte y lo que de vida hay en ella. El dulce y acompasado vaivén del nazareno josefino nos abre el compás de la música hacia lo eterno, lo sagrado; el arrastrar de los pies de quienes van cargando, de quienes solo vamos caminando; el siempre imponente silbar del viento; el sonido de los turíbulos chocando mientras forman volutas de incienso-plegaria que sacraliza el espacio; las risas, murmullos de infancia, de oraciones, de asombro; las horquillas golpeteando el piso; todo, todo se sincroniza, se funde con el sonido de los clarinetes, redoblantes y trompetas y el aliento que aspiran los músicos. Yo, por mi parte, voy grabando todos esos sonidos con mi celular, intentando así tener un registro físico de lo vivido. Ahora, mientras escribo, he vuelto a escuchar la grabación y claro, el aparato no está diseñado para grabar con alta fidelidad, pero más allá del obvio asunto técnico, pienso, es solo un dispositivo electrónico que capta las frecuencias que emite todo lo que esté a su alrededor, y lo hace con toda la eficacia que su configuración permite. Sin embargo, ahora que me encuentro escudriñando en la grabación, casi podría decir que no encuentro lo que busco, es más, sin lugar a dudas aquello que estoy buscando reside con mayor fidelidad y claridad en mi memoria, basta que a voluntad me traslade a aquella calle y el velo de mis ojos se corre y veo la noche, la noche del Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, entonces vuelvo a ver y a escuchar y a oler, vuelvo a verme, a vernos a través de la colectividad de nuestra memoria y de nuestro rito, y el viento viene a envolverme, el mismo que hace sonar aún más hermoso y patético el solo de clarinetes del tercer movimiento de la Sonata para piano No. 2 en si bemol Op. 35 en la noche de las Palmas y la Pasión, que Chopin jamás imaginó se convertiría en la Marcha Fúnebre por antonomasia y que, vendría a habitar estos territorios junto a todas y todos los que acá estamos, que vendría a acompañarnos a danzar junto a nuestras Dolorosas, Nazarenos y Sepultados.

Epílogo

Las marchas fúnebres, son entrañables, nos acompañan a lo largo del año, suscitan toda clase de sentimientos, nos transportan a cualquier calle, que ya no es cualquier calle pues en nuestra mente se ve transformada en un espacio ritual de trascendencia individual y colectiva, son absolutamente anacrónicas —o quizás atemporales, siempre presentes, siempre constantes—, en pocas palabras: hay mucho de la memoria de infinidad de generaciones en todas ellas. Sean pues, junto a los cantos populares que innumerables familias salen a entonar al paso de las procesiones, nuestra música de Pasión más querida, que nos sigan acompañando a crear memoria, a habitar nuestros espacios cotidianos y resignificarlos, que nos sigan acompañando a resistir.