Por qué ser olvidadizos nos ayudó a evolucionar (y las ventajas para nuestra salud de eliminar determinados recuerdos)
El olvido forma parte de nuestra vida diaria. Puede que entres en una habitación y olvides por qué entraste allí, o quizás alguien te saluda en la calle y no recuerdas su nombre.
Pero, ¿por qué olvidamos cosas? ¿Es simplemente un signo de deterioro de la memoria o tiene beneficios?
Uno de los primeros hallazgos en este campo destacó que el olvido puede ocurrir simplemente porque los recuerdos de la persona promedio se desvanecen.
Esto proviene del psicólogo alemán del siglo XIX Hermann Ebbinghaus, cuya “curva del olvido” mostró cómo la mayoría de las personas olvidan los detalles de la información nueva con bastante rapidez, pero esto disminuye con el tiempo.
Más recientemente, esto ha sido replicado por neurocientíficos.
Sin embargo, el olvido también puede tener fines funcionales.
Nuestros cerebros están bombardeados con información constantemente. Si recordáramos cada detalle, sería cada vez más difícil retener la información importante.
Una de las formas de evitarlo es no prestar suficiente atención.
El premio Nobel Eric Kandel y una serie de investigaciones posteriores sugieren que los recuerdos se forman cuando se fortalecen las conexiones (sinapsis) entre las células del cerebro (las neuronas).
Prestar atención a algo puede fortalecer esas conexiones y mantener ese recuerdo. Este mismo mecanismo nos permite olvidar todos los detalles irrelevantes con los que nos encontramos cada día.
Por lo tanto, aunque las personas muestran signos crecientes de distracción a medida que envejecen, y los trastornos relacionados con la memoria, como la enfermedad de Alzheimer, se asocian con problemas de atención, todos necesitamos ser capaces de olvidar todos los detalles sin importancia para crear recuerdos.
Manejo de nueva información
Evocar un recuerdo a veces también puede conducir a que este haya cambiado con el fin de hacer frente a nueva información.
Supongamos que tu viaje diario al trabajo implica conducir por la misma ruta todos los días. Probablemente tengas una buena memoria de esta ruta, y las conexiones cerebrales subyacentes se fortalecen con cada viaje.
Pero supongamos que un lunes, una de tus carreteras habituales está cerrada y hay una nueva ruta para las próximas tres semanas.
Tu memoria del viaje debe ser lo suficientemente flexible como para incorporar esta nueva información.
Una forma en que el cerebro logra esto es debilitando algunas de las conexiones de la memoria, mientras fortalece nuevas conexiones adicionales para recordar la nueva ruta.
Es evidente que la incapacidad de actualizar nuestros recuerdos podría tener consecuencias negativas significativas.
Pensemos en el trastorno de estrés postraumático (TEPT), en el que la incapacidad de actualizar u olvidar un recuerdo traumático significa que un individuo se ve constantemente afectado por recordatorios en su entorno.
Desde un punto de vista evolutivo, olvidar viejos recuerdos en respuesta a nueva información es indudablemente beneficioso.
Nuestros antepasados cazadores-recolectores podrían haber visitado repetidamente un pozo de agua seguro, solo para descubrir un día allí un asentamiento rival, o un oso con cachorros recién nacidos.
Sus cerebros tenían que ser capaces de actualizar la memoria para etiquetar ese lugar como ya no seguro. No hacerlo habría sido una amenaza para su supervivencia.
Reactivación de recuerdos
A veces, el olvido puede no deberse a la pérdida de memoria, sino a cambios en nuestra capacidad de acceder a los recuerdos.
Investigaciones con roedores han demostrado cómo los recuerdos olvidados pueden recordarse (o reactivarse) al apoyar las conexiones sinápticas mencionadas anteriormente.
A los roedores se les enseñó a asociar algo neutral (como el sonido de una campana) con algo desagradable (como un golpe leve en el pie).
Después de varias repeticiones, los roedores formaron una “memoria del miedo” en la que escuchar la campana les hacía reaccionar como si esperaran una descarga.
Los investigadores pudieron aislar las conexiones neuronales que se activaron al emparejar la campana y la descarga, en la parte del cerebro conocida como amígdala.
Luego se preguntaron si la activación artificial de estas neuronas haría que los roedores actuaran como si esperaran que les dieran una descarga en el pie incluso si no había campana ni descarga.
Lo hicieron utilizando una técnica llamada estimulación optogenética, que implica el uso de luz e ingeniería genética, y demostraron que era posible activar (y posteriormente inactivar) tales recuerdos.
Una forma en que esto podría ser relevante para los humanos es a través de un tipo de olvido transitorio que podría no deberse a la pérdida de memoria.
Volvamos al ejemplo anterior en el que ves a alguien en la calle y no puedes recordar su nombre.
Tal vez creas que conoces la primera letra y recordarás el nombre en un momento. Esto se conoce como el fenómeno de la punta de la lengua.
Cuando los psicólogos estadounidenses Roger Brown y David McNeill estudiaron este tema por primera vez en la década de 1960, informaron que la capacidad de las personas para identificar aspectos de la palabra faltante era mejor que la del azar, lo que sugería que la información no se había olvidado por completo.
Una teoría es que el fenómeno ocurre como resultado de conexiones debilitadas en la memoria entre las palabras y sus significados, lo que refleja la dificultad para recordar la información deseada.
Sin embargo, otra posibilidad es que el fenómeno podría servir como una señal para el individuo de que la información no se ha olvidado, sino que solo es inaccesible en ese momento.
Esto podría explicar por qué esto ocurre con mayor frecuencia a medida que las personas envejecen y adquieren más conocimientos, lo que significa que sus cerebros tienen que clasificar más información para recordar algo.
El fenómeno de la punta de la lengua podría ser el medio que tiene el cerebro para hacerles saber que la información deseada no se ha olvidado y que la perseverancia puede conducir a un recuerdo exitoso.
En resumen, podemos olvidar información por una serie de razones. Porque no prestamos atención o porque la información se deteriora con el tiempo.
Podemos olvidar para actualizar los recuerdos. Y a veces la información olvidada no se pierde de forma permanente, sino que es inaccesible.
Todas estas formas de olvido ayudan a nuestro cerebro a funcionar de manera eficiente y han apoyado nuestra supervivencia durante muchas generaciones.
Esto ciertamente no es para minimizar las consecuencias negativas causadas por las personas que se vuelven muy olvidadizas (por ejemplo, a través de la enfermedad de Alzheimer).
Sin embargo, el olvido tiene sus ventajas evolutivas. Esperamos que este artículo te haya resultado lo suficientemente interesante como para que no olvides su contenido en un abrir y cerrar de ojos.
* Sven Vanneste es profesor de neurociencia clínica del Trinity College, Dublín y Elva Arulchelvan es catedrática de psicología e investigadora de psicología y neurociencia del Trinity College, Dublín.
Este artículo apareció en The Conversation. Puedes leer la versión original en inglés aquí.
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