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Cuando se quiere tapar los soles con un dedo
La Casa Blanca sabe lo que busca.
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Vocifera el dictador venezolano Nicolás Maduro —apoltronado a fuerza de fraudes, exclusión y retorcidas tretas legales— que el llamado Cartel de los Soles no existe. Pero, de ser cierto el señalamiento de EE. UU. de que es el propio Maduro y una rosca de allegados quienes dirigen tal grupo narcotraficante, ¿qué otra cosa podría decir? De hecho, con la designación de ese cartel como “organización terrorista”, oficializada ayer por el Departamento Estado de EE. UU., se agudiza la tensión impuesta contra el régimen chavista, que hasta ahora se ha concretado en ataques contra embarcaciones que presuntamente trasegaban droga desde costas venezolanas.
Maduro aduce que el señalamiento de EE. UU. es un pretexto para justificar sanciones y aislar al régimen ante una potencial escalada. Pero hay que acotar algo: Maduro se ha aislado solo, desde que tomó el poder tras la muerte del caudillo Hugo Chávez y, sobre todo, tras la cruda represión contra opositores, los amaños para impedir elecciones libres y el rechazo a las misiones internacionales de observación, debido a que resulta ineludible señalar los actos despóticos de su gavilla, que ha sumido a Venezuela en la pobreza y ha obligado al exilio a millones de sus ciudadanos.
Que los movimientos de Donald Trump tengan el interés de obligar a la dimisión o deponer a Maduro no existe duda: solo falta saber cuándo y cómo. Sin embargo, bajo el señalamiento de que se trata de una banda de criminales que utiliza al Estado para permitir el trasiego de drogas, la negación se hace casi ociosa. Y más aún si se toma en cuenta que los primeros indicios del Cartel de los Soles —llamado así por los botones que lucen en su uniforme generales del Ejército venezolano— vienen desde la década de 1990.
Quizá eran casos aislados, pero los procesos judiciales contra los generales señalados terminaron en impunidad. Chávez llegó al poder en 1998, era militar y quizá pudo haber incidido para que se castigaran los delitos imputados. Al calor de las críticas estadounidenses, del discurso polarizante y de las amenazas de sanciones, Chávez expulsó de Venezuela a la agencia antidrogas DEA y cortó la cooperación antinarcótica con Estados Unidos. Con menor supervisión internacional y escasa transparencia institucional, el monitoreo del espacio aéreo y de las rutas marítimas quedó completamente bajo control del chavismo.
En 2019 fue noticia ampliamente difundida la detección de abundantes trazas de vuelos irregulares desde Venezuela con destino a Centroamérica, sobre todo, Honduras y Guatemala. Sí, también salían desde Colombia y algunos de Ecuador, pero la mayoría provenía de territorio venezolano. Interdicciones de lanchas y submarinos cargados de cocaína se sucedían, y con ello se evidenciaba la percepción de un narcocorredor en actividad. Cabe resaltar que, desde 2014, Nicolás Maduro depende del Ejército para mantenerse en el poder; sin embargo, ante un aparato económico derrumbado y con producción petrolera a medias, ¿de dónde salen los recursos para la ingente compra de apoyos?
Ante la designación de EE. UU., Maduro adujo que recientemente su Ejército había derribado “dos” narcoaviones que cruzaban suelo venezolano sin autorización, y endosó la culpa del supuesto trasiego ilícito al presidente de Ecuador, Daniel Noboa, quien apenas lleva un año y en pleno combate contra una veintena de bandas criminales. La Casa Blanca sabe lo que busca; ya lleva tres meses de asedio marítimo y sigue acumulando maquinaria en el Atlántico. No querer verlo es querer tapar los legendarios soles con un dedo.