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Cuando una sala legal es un pantano de crimen
Jose Rubén Zamora, preso político y de conciencia, sufre ahora los efectos de la maldad disfrazada de ley.
La lógica torcida y el convencimiento de la nefasta realidad de la justicia guatemalteca, incomprensible y caricaturesca, constituye la única forma de entender las razones de la anulación del veredicto provisional en favor del prisionero político llamado Jose Rubén Zamora. Los integrantes de la Sala Tercera, Alejandro Prado, Mario Federico Hernández e Ingrid García, ordenaron tajantemente retirar las medidas sustitutivas y enviarlo de inmediato, esposado, a la cárcel de la Brigada Militar Mariscal Zavala. Esa sala ya no es una entidad cuyo fin es proteger a los ciudadanos injustamente condenados por errores cometidos por jueces de nivel menor con el fin de salvaguardar la ahora desfalleciente confianza tanto de los ciudadanos como de los de los abogados.
Al ser un prisionero político, su destino no depende de un trabajo profesional e imparcial, sino de acciones provenientes de una mano siniestra y también dispuesta a torturar psicológicamente a quien se quiere hundir. Es una lucha, por un lado, de la perversión en su significado de maldad, es decir de opuesto a la lógica (obviamente no malsana) ni a la moral. Y por el otro, de una profunda obsesión de venganza por medio de lacayos disfrazados de juristas, con una obsesión de hacer el mal por el simple gozo de hacerlo, por raciocinar (usar la razón para conocer y juzgar) o por venganza. Todo esto lo hace irracional, carente de la razón como parte del ser humano.
Es difícil de no admirar, no aceptar o no entender su decisión estoica e imperturbable de negarse a aceptar delitos porque él ha expresado su inocencia desde el principio.
La teoría jurídica otorga un amparo provisional inmediato cuando alguien lo solicita. El juez toma una decisión, y esta puede ser apelada ante una sala, que analiza el caso y luego lo confirma, modifica o rechaza, pero mientras tanto el acusado continúa preso. Tener entonces esa primera decisión solo sirve y significa algo si después es confirmada, pero si es eliminada, no sirvió o sirvió muy poco. Al resolver una medida de arresto domiciliario, este resultó ser provisional, porque el objeto real de la sala fue regresar a Zamora a la cárcel, donde permanecerá por tiempo indefinido. Primero estuvo 813 días preso, del 19 de agosto del 2022 al 18 de octubre de 2024. Regresó el 7 de marzo del 2025, 137 días después, contando hoy, 12 de marzo, cumplirá 1,000 días el 9 de junio.
El arresto domiciliario no significó ver a su familia, autoexiliada para evitar la captura de la esposa del acusado. Fue una especie de cárcel de oro. Evidentemente, con el fin de doblegarlo psicológicamente, pero Zamora insiste en no declararse culpable, como se lo proponen para salir libre él, en un chantaje de primera marca. Es difícil de no admirar, no aceptar o no entender su decisión estoica e imperturbable de negarse a aceptar delitos porque él ha expresado su inocencia desde el principio, sin duda pasará a la historia de Guatemala como una mezcla de terquedad y de ganarse la admiración de quienes lo analicen, pasado el tiempo, sin importar aquello escondido en el futuro inmediato o a mediano plazo. Nos obliga a pensar al resto cómo actuaríamos si pasáramos lo mismo.
Es inútil acudir a la ley, a sus textos, a la lógica jurídica o filosófica, pero debe persistirse en tal batalla porque con eso se ayudará directamente a la condena moral e incambiable de todos los esbirros jurídicos y a la vergüenza de quienes también son víctimas inocentes: las familias de ellos, quienes sufren las críticas despiadadas de quienes les hablan al respecto. Eso lo deben tener claro los defensores desde dentro o desde fuera del país y las instituciones de derechos humanos y de prensa internacionales. Esta sala, como queda claro, constituye un pantano maloliente, lleno de serpientes y cocodrilos, fuente de crimen y de delito, donde es innecesario hablar de corrupción, por ser evidente. Envío por este medio mis muestras de solidaridad a Jose Rubén.