Nadie puede bañarse en el mismo río

Nadie puede bañarse en el mismo río

Ver crecer la milpa a que me he referido en el artículo anterior (en su polimorfo desarrollo) me hace entender mejor a Nietzsche y amarlo y respetarlo como profeta genuino de la vida y por lo mismo anticristiano. Verla crecer me hace pensar en la muerte de mi padre (es decir, en su desaparición humana) […]
11/11/2024 08:58
Fuente: La Hora 

Ver crecer la milpa a que me he referido en el artículo anterior (en su polimorfo desarrollo) me hace entender mejor a Nietzsche y amarlo y respetarlo como profeta genuino de la vida y por lo mismo anticristiano. Verla crecer me hace pensar en la muerte de mi padre (es decir, en su desaparición humana) y verme yo como su continuidad que tal vez encuentre una perpetuidad humanística (y dentro de mi rocambolesca vida) otras ramas para iniciar otros ciclos y reciclajes.

Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río de Heráclito ni en ningún río por épico que sea como el Tiber. Las aguas que ayer corrieron por el Danubio no son las mismas que están corriendo  en este momento. Y aunque pareciera que yo me baño en el mismo sitio porque afirmo que lo hago en el mismo punto del Motagua (que podría ser mi río familiar y cotidiano) no sería en rigor cierto. El río cambia y es otro segundo a segundo –como todo- y como ese todo solo tiene presente. De allí tal vez la frase Carpe Diem de Horacio. 

Sin embargo, y si de alguna manera o por necesidad docente-literaria tendría que recurrir a la referencia de otra época, era y lugar (para hacer un paralelo con los planteamientos de Nietzsche) diría que estos se parecen a los de los presocráticos a partir de las ideas heracliteanas.

Debo reconocer que más de algún lector podría decirme que la idea del río de Heráclito (que nunca es el mismo y que está en perpetuo cambio como la vida y su dinámica) no rima, no va con el postulado del eterno retorno. Porque si no se puede retornar nunca al mismo río, entonces ¿adónde se retorna? En realidad, el tiempo circular y el eterno retorno más que a un círculo se parece a una espiral: se regresa al dar la vuelta  en el círculo de la espiral al  mismo punto, pero no al mismo sitio. 

En realidad, esta es la verdadera teoría del eterno retorno: No el tiempo circular, sino la temporalidad en espiral que asciende circularmente como una escalera de caracol, cuál la escalinata interior de la torre de Pisa o de la cúpula de S. Pedro en Roma: se vuelve al mismo punto, aparentemente al ir ascendiendo o descendiendo.

El tiempo circular en espiral va a dar la impresión de un eterno retorno al mismo punto. Pero ese mismo punto será y no será el mismo, porque a él retornaremos con todo el bagaje que hemos recogido en el tránsito del ciclo y al terminarlo y recomenzarlo seremos los mismos y diferentes. Como son las mismas matas de maíz (desde el punto de vista de la especie) las que aparecen año con año al sembrar mi pequeña milpa, pero distintas a las del año pasado y posiblemente con una información genética y un inconsciente colectivo más rico y profundo en cada ciclo húmedo.

Por lo tanto, acaso Nietzsche no propone guillotinar al cristianismo (arrancarlo como una mata vieja) y al regresar al punto en que se cierra el ciclo en espiral, tornar a los presocráticos. Esto sería más vejez y más siniestro que proponer (como se propone) que el cristianismo fuera eterno.

No obstante, el recomienzo del nuevo ciclo N. lo ve bajo el alero griego, advertidos ya que no como una involución o retroceso, sino como una espiral. Volver a lo griego, ¡pero no a todo lo griego! Más que todo a Dioniso (como propone en “El origen de la tragedia”) es decir, al amor y a la voluptuosidad por lo vivo, lo vital, lo natural, la naturaleza, incluyendo lo erótico de los faunos, que ya no incluirá el traje oscuro solo de la concupiscencia.