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A propósito de cacos, bacos y serviles
El único festejo valioso es el de una ciudadanía que trabaja, produce, sobrevive y se sobrepone a tantas transgresiones de aquellos que juraron respetar la ley.
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En tres días se conmemorarán 204 años de la emancipación política de España. Pero hace 205, a finales de 1820, la Capitanía General de Guatemala vivía un alboroto político a causa de las rivalidades de cara a las elecciones convocadas para el ayuntamiento de la capital y la diputación para representar a las provincias en España. Se formaron bandos: los más proclives al régimen constitucional eran apodados cacos; los conservadores, más alineados a la monarquía, eran los gases, aunque también los denominaban bacos, señalándolos de ser borrachos. Los cacos también se subdividieron y sus disidentes fueron llamados serviles, y el resultado fue una declaración de independencia cuyos pasos no se cumplieron, a lo cual siguieron más divisiones, polarizaciones y ambiciones.
A las puertas de otro 15 de septiembre, pero dos siglos después, Guatemala sigue envuelta en pugnas, servilismos, miopías y un olor rancio de poder en disputa, pero no para buscar el bien común, sino para servirse de él a menudo bajo subrepticios patrocinios y obvios influjos politiqueros alimentados por dineros de opaca proveniencia. La sesión solemne del Congreso con motivo de la Independencia debió ser un acto de unidad institucional, pero fue más bien una exhibición de discordias, evasivas y omisiones cómplices.
No asistieron el presidente de la República, Bernardo Arévalo, ni el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Teódulo Cifuentes. Llegó la presidenta en funciones del OJ, Flor de María Villatoro, quien hasta hace poco era del grupo minoritario opositor, pero luego se pasó a votar con la mayoría que avaló la creación de 17 nuevas salas de Apelaciones con todo y designación improcedente de magistrados, tarea que corresponde constitucionalmente al Congreso.
El presidente del Congreso, Nery Ramos, no dijo una sola palabra sobre esa transgresión constitucional ni reclamó acción de oficio a la Corte de Constitucionalidad, pese a que sus magistrados llegaron en pleno a la sesión conmemorativa. Solo la mitad de los diputados llegó a la actividad; seguro tenían cosas más importantes que hacer: así lo han hecho, imponer sus conveniencias a través de acciones inverecundas, como sucedió el 27 de noviembre, al autoaumentarse el sueldo: un atraco al erario con nocturnidad, alevosía e ilegalidad. El 2 de septiembre, 108 de estos gases aprobaron con total liviandad el botín de arrastre de fondos a favor de los Codedes, pero más a favor de la discrecionalidad. El Ejecutivo todavía no veta dicho bolsón.
El discurso fue soso y divorciado de la realidad. Ciertamente, en el Congreso se perfila una mayoría de partidos y diputados exoficialistas, tránsfugas y oportunistas, que no disimulan su apetito ante la próxima discusión del Presupuesto 2026, pero, sobre todo, la gazuza por copar influencia sobre las designaciones de cargos del próximo año: Fiscalía General, Corte de Constitucionalidad y Tribunal Supremo Electoral. De los que llegaron no se sabe a quién sirven, pero a la ciudadanía seguro que la tienen en el último lugar de sus prioridades.
Este sainete solemne ofrece una visión de las traiciones, entreguismos y obcecaciones que dieron origen a la Anexión a México y, después, al fracaso de la Federación Centroamericana. Pero esto fue hace dos siglos; la vergüenza de los nuevos cacos, bacos y serviles es que siguen repitiendo necedades, silencios y complicidades desde el Estado. El único festejo valioso es el de una ciudadanía que trabaja, produce, sobrevive y se sobrepone a tantas transgresiones de aquellos que juraron respetar la ley.