Santos y difuntos

Santos y difuntos

La gente aprovecha el asueto del 1 de noviembre para visitar los cementerios y orar por sus difuntos y agradecer su memoria.

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01/11/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Desde los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia estableció la costumbre de venerar a los creyentes que habían sido matados por profesar la fe en Cristo. Ellos se llamaron testigos de la fe, en griego martyres. Quienes prefirieron morir antes que negar su fe en Cristo fueron considerados santos que murieron como Cristo en la cruz y participaban de la victoria de su resurrección. Para manifestar esa identificación del mártir con Cristo, la Iglesia celebraba sobre sus tumbas el memorial del sacrificio de Cristo, el día del aniversario de su muerte.

Las celebraciones de los dos días abren la mirada del creyente más allá del horizonte de la temporalidad.

La persecución del emperador Diocleciano a principios del siglo IV fue tan extendida y fueron tantos los creyentes que murieron mártires de la fe, que se volvió imposible hacer memoria individual de cada uno de ellos en el día de su muerte. Surgió entonces la idea de celebrar en un solo día la memoria de tantos testigos. Se estableció en Roma la celebración en honor de todos los mártires. Además, ya a partir de la segunda mitad del siglo IV, cuando cesaron las persecuciones, la Iglesia también comenzó a reconocer la santidad de algunos que, sin ser testigos de sangre, habían sido testigos del evangelio con la integridad de su vida y su caridad ejemplar. Incontables personas vivían santamente y morían en la paz de Dios, y de ellos se podía decir que habían alcanzado la victoria de la vida eterna junto a Dios. Surgió así, ya a partir del siglo VIII, la solemnidad de todos los santos, el 1 de noviembre. Cristo mostraba su poder salvador sobre el pecado y la muerte en tantísimos hombres y mujeres que alcanzaban la santidad en su nombre.

Pero también siempre existió la conciencia de los cristianos “de a pie”. Son seguidores de Cristo, miembros de la Iglesia, que viven y mueren procurando hacer el bien y ejercer la caridad entre debilidades, falencias morales e imperfecciones. Son los creyentes “normales” que ni son santos ejemplares ni pecadores depravados. Creyentes de ese tipo ya había en el judaísmo antes de Jesús y hay testimonio de que en algunas comunidades judías fuera de Palestina que esperaban la resurrección de los muertos se dio la práctica de ofrecer sacrificios por los difuntos para que Dios perdonara sus pecados. Es altamente probable que de ese judaísmo helenista heredamos los cristianos la práctica, sin que tengamos una explicación clara de cómo se realiza esa purificación después de la muerte. También entre los cristianos había personas que podían ser mediocres en la fe y deficientes en la conducta, sin que pudieran considerarse moralmente fracasadas. Como habían creído y esperado en Cristo, también su sacrificio en la cruz debía servirles de purificación final después de muertos. A ese proceso se le llamó purgatorio. Los vivos podíamos ayudarlos ofreciendo la misa en su favor. Así surgieron los ritos de las exequias de la Iglesia católica que acompañan el entierro de los creyentes. Así también llegó a establecerse el 2 de noviembre como día para orar por todos los fieles difuntos.

En la práctica de los católicos guatemaltecos prevalece la memoria de los difuntos sobre la honra a los santos. La gente aprovecha el asueto del 1 de noviembre para visitar los cementerios y orar por sus difuntos y agradecer su memoria. La asistencia a la misa, que es de obligación hoy, es exigua. El fiambre debió surgir de la necesidad de preparar una comida fría que se pudiera compartir en familia en el cementerio o en casa a la vuelta de la visita al camposanto. Las celebraciones de los dos días abren la mirada del creyente más allá del horizonte de la temporalidad y traen la certeza de que para los creyentes la vida no se acaba, sino que, en Cristo, se transforma.