Sobre el pensamiento y la atención
En el contexto de mi reciente plática con estudiantes del CUNOC, en Quetzaltenango, compartí algunas ideas que pienso que no solamente se deben dirigir a estudiantes y académicos en general porque, en rigor, atañen a toda la ciudadanía y la obliga. Específicamente, me refiero a los conceptos “pensar bien” y “poner atención”. No son las […]
En el contexto de mi reciente plática con estudiantes del CUNOC, en Quetzaltenango, compartí algunas ideas que pienso que no solamente se deben dirigir a estudiantes y académicos en general porque, en rigor, atañen a toda la ciudadanía y la obliga. Específicamente, me refiero a los conceptos “pensar bien” y “poner atención”.
No son las anteriores, de ninguna, manera ideas o preocupaciones nuevas. Todo lo contrario; a lo largo de la historia han dado pie a que se haya escrito mucho al respecto. Desde diferentes perspectivas. Llama, eso sí, la atención que ambas parecieran ser asignaturas que nuestra civilización no ve con el suficiente interés y preocupación. Algo que, a mi manera de ver, resulta preocupante.
Al repasar la literatura producida, algo que llama la atención es cuánto abundan los “manuales” para aumentar (¿) el IQ; para “ser más inteligente”; para mejorar la memoria; para manejar trucos orientados a resolver problemas de lógica, distinguir falacias y rebatirlas; … incluidos los que se enfocan en cómo hacerse millonario, etc., etc. Y tampoco faltan los informes sobre investigaciones que exploran regiones del cerebro, identifican zonas del cerebro especializadas en las más diferentes cosas y distinguen nuevos ardides de las sinapsis.
Falta, pienso yo, insistir en un enfoque analítico y crítico desde otra perspectiva.
A mí -simple actor angustiado por los aconteceres- me parece que, a la luz de la preocupante situación mundial y nacional que padecemos, bien merece la pena reflexionar sobre la perspectiva del papel y de la responsabilidad del ser humano en general, como “ser pensante”. No deberíamos temer al encontrar las eventuales “formas descompuestas” de su habitual forma de pensar y de atender a nuestro entorno (más allá de las ideologías) para, así, “recomponernos”.
Una primera reflexión que considero necesaria se refiere a la constatación básica de que el ser humano tiene una inmensa capacidad/potencial para afectar o incidir en su entorno; generalmente, cambiándolo/modificándolo para lo que él considera es de su beneficio (cambios que se han venido dando a través de la historia tanto en lo que es la organización de los humanos en diferentes ámbitos como, también, en lo que es el entorno físico); y, la segunda reflexión a que, cada uno de nosotros, es uno de esos humanos capaces de actuar y afectar (aunque, indudablemente y por diferentes circunstancias, con un muy distinto grado o poder para incidir en esos cambios se den). Esta última es de suma importancia porque ayuda a no sentirse uno impotente ante lo que se reconoce como inadecuado o impropio.
Sabidos de que resulta imposible conocer y resumir lo tanto que se ha escrito sobre la temática que nos interesa (“pensar bien” y saber “estar atentos”) me limitaré a presentar de forma breve unos pocos pensamientos que se prestan a una interesante hilvanación.
El pensador español Jesús Mosterín (1941–2017) elaboró la idea de que los más acuciantes problemas que enfrenta la humanidad residen en lo que él llama “las racionalidades incompletas” y pone, como ejemplo, el de racionalizar la producción de ciertos bienes sin razonar la eliminación de los desechos asociados a esa producción; o el de producir rupturas de equilibrios naturales sin introducir (racionalmente) nuevos equilibrios naturales. Mosterín propone la introducción de mecanismos de análisis para corregir los defectos y los males de las “racionalidades incompletas” (“Diccionario de Filosofía”, José Ferrater Mora, Volumen 4, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1984, p. 2,529).
Esta idea de Mosterín, vista desde la perspectiva de la necesidad de pensar bien, impone la de ser holístico al pensar; ser consciente de la complejidad e interdependencia que existe entre todo. Y, en especial, obliga a reconocer la importancia de alejarse de los dogmatismos que actúan como inhibidores del libre pensar. Un ejemplo de ello: ¿qué hacer con el dogma predominante consistente en entender el ser humano como al servicio de la economía y no la economía al servicio de él? (recomiendo a los interesados consultar la obre del economista y pensador chileno Manfred Max Neef).
Blaise Pascal (1623–1662), el gran científico y filósofo francés, escribió: “Toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento. A través de él nos debemos elevar […]. Trabajemos pues por pensar bien. Este es el principio de la moral” (“Pensamientos”, núm. 3 Stewart 10, página 82). Un pensamiento que es potente en cuanto rescata el valor de la moral en el escenario de todo lo que el ser humano piense; algo que se conecta directamente con el sentimiento de búsqueda paz y felicidad de los conglomerados sociales.
Johann Hari (1979- ), el afamado divulgador escocés, en su libro “El Valor de la Atención, por qué nos la robaron y cómo recuperarla”, 2023, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V., p. 28) expresa unas ideas que aprecio como de suma importancia en tanto que enlazan la noción de “pensar racionalmente” (Mosterín), la idea de la capacidad de “resolver problemas pensando bien” (Pascal) con el concepto de “democracia” o, lo que resultaría siendo lo mismo: con la noción del sistema político que permita la participación inteligente del ciudadano en el diseño de su futuro.
Hari dice: “[…] a diferencia de lo que ocurría en generaciones anteriores, en general no estamos actuando para resolver nuestros mayores desafíos. ¿Por qué? Parte del motivo, creo yo, es que cuando la atención se destruye, se destruye la capacidad para resolver problemas. Para resolver grandes problemas hace falta una concentración sostenida de mucha gente durante muchos años. La democracia exige que la población sea capaz de prestar atención durante un tiempo suficiente como para identificar problemas reales, para distinguirlos de fantasías, para encontrarles soluciones y exigir responsabilidades a sus líderes si estos no las aplican. Si perdemos eso, perdemos nuestra capacidad de contar con una sociedad operativa […]”.
Finalmente, Hari agrega algo de suma importancia: “Si entendemos lo que está ocurriendo, podremos empezar a cambiarlo”. Esto es, a mi modo de ver, básico. Para lograrlo, se debe proceder sin dogmatismos y sin prejuicios; algo que es difícil de alcanzar pero que se debe perseguir; tanto por parte de las élites como de la ciudadanía en general. Difícil porque, siempre, las causas de los males se encuentran en intereses encubiertos que, para salvarlos, tienen que ser afectados.