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El destino de Israel ya está escrito
Los pueblos se confabulan, pero el destino de Israel está trazado desde lo alto; sobrevivirá porque así lo marca la voluntad divina.
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Recientemente se reunieron en Doha más de 60 delegaciones árabes y musulmanas, para condenar a Israel. La convocatoria conjunta de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica buscaba mostrar un frente sólido, como si el mundo islámico, dividido por rivalidades ancestrales, pudiera de pronto transformarse en un bloque compacto contra Israel. Sin embargo, esa imagen de unanimidad es un espejismo.
La historia demuestra que cada intento de borrar a Israel solo ha fortalecido su identidad y su fe.
El comunicado final habló de revisar relaciones con Israel, de llevar a la Corte Penal Internacional denuncias de crímenes de guerra y de presionar en la ONU. En apariencia, son gestos de fuerza. Pero detrás de la retórica, los intereses se entrelazan en direcciones opuestas. Los Emiratos Árabes Unidos, Baréin o Marruecos no pueden romper con Israel sin dinamitar sus propias apuestas estratégicas de modernización. Egipto y Jordania, atados por tratados de paz que garantizan su seguridad y economía, tampoco pueden volver atrás. Y Arabia Saudita, que alterna condenas con diálogos discretos.
Así, la “unidad” árabe-islámica se parece más a un ritual que a una política efectiva. Es un frente que truena en los discursos, pero carece de dientes en los hechos. Israel, rodeado y señalado, sigue contando con aliados estratégicos y con una sociedad que ha sobrevivido a guerras, boicots, intifadas y presiones internacionales. Sin embargo, no debe subestimarse la magnitud simbólica del encuentro en Doha. Por primera vez en años, se habló no solo de condenar, sino de “revisar” relaciones diplomáticas y comerciales. Ese lenguaje pretende elevar el costo internacional de cada acción militar israelí.
En este contexto, la ONU se ha convertido también en escenario de un gesto diplomático histórico. Varios países occidentales, entre ellos Francia, Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal, reconocieron formalmente al Estado de Palestina. El hecho no solo suma un respaldo simbólico a la causa palestina —que ya cuenta con más de 150 Estados a favor—, sino que también tensiona aún más el tablero internacional, pues mientras el mundo árabe celebra el avance, Israel advierte que este tipo de resoluciones debilita cualquier negociación real de paz, y legitiman estructuras políticas vinculadas al terrorismo.
Desde una lectura profética, lo que está ocurriendo fue anunciado hace miles de años. Los textos bíblicos, desde los salmos hasta los profetas mayores, describen un escenario en el que las naciones se confabularían contra Israel en los últimos tiempos, convirtiéndolo en el blanco de la hostilidad mundial. El profeta Zacarías habló de Jerusalén como “piedra pesada” para los pueblos, y Ezequiel anticipó coaliciones extranjeras que intentarían borrar a Israel del mapa. El mismo Jesús, en los evangelios, advirtió sobre tiempos de tribulación donde su pueblo sería perseguido.
La profecía, sin embargo, no se detiene en la amenaza. También asegura que Israel permanecerá, no por su fuerza militar o por alianzas políticas, sino porque Dios mismo intervendrá en su defensa. La historia demuestra que cuando los enemigos han intentado borrar a Israel, el resultado ha sido la consolidación de su identidad y de su fe. Sin embargo, ni las resoluciones ni las cumbres han logrado quebrar su derecho a existir ni su alianza profunda con Estados Unidos.
Al final, ni las cumbres de Doha ni las resoluciones de la ONU alteran lo esencial: Israel permanece y seguirá defendiendo su derecho a existir frente a un mundo que lo señala con discursos. La historia y la profecía coinciden en un mismo veredicto; las naciones podrán confabularse, pero Jerusalén no será borrada. Será vindicada, no por pactos humanos, sino por el Dios que sostiene su destino.