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En Guatemala, Epulón tiene nombre y apellidos
Guatemala no necesita maquillaje institucional, sino una ruptura ética con la indiferencia.
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La encuesta de CID-Gallup, realizada del 3-14 de septiembre de 2025, es un espejo incómodo: el 79 % de los guatemaltecos cree que el país va por mal camino, el 57 % desaprueba al presidente Bernardo Arévalo, y 91% está harto de los políticos y sus partidos. No es simple desencanto: es la expresión de un pueblo cansado de un sistema que lo devora y lo condena a vivir como el pobre Lázaro tirado a la puerta, mientras la minoría privilegiada banquetea.
El dilema está planteado: o seguimos como Epulón, refugiados en la indiferencia, o escuchamos el clamor de Lázaro.
Guatemala está atrapada en la lógica del rico Epulón. Aquí Epulón tiene nombre y apellidos: la partidocracia política corrupta que convirtió el Estado en botín, el podrido sistema de justicia que blinda la impunidad de funcionarios y empresarios, y las élites económicas depredadoras agrupadas en el Cacif que acumulan riqueza a costa de salarios miserables, extractivismo y despojo. Si es grave que existan Epulones, lo es también que el país entero haya normalizado su indiferencia.
El profeta Amós lo denunció hace siglos: “¡Ay de los que se acuestan en camas de marfil… beben vino en copas, se untan con perfumes exquisitos, pero no se afligen por la ruina de José!” (Am 6,4-6). En Guatemala, esa ruina tiene rostro: comunidades expulsadas de sus tierras por las mineras y los monocultivos, familias que migran porque no hay trabajo, jóvenes atrapados en la violencia. Pero mientras tanto, en oficinas alfombradas y clubes exclusivos, se decide el destino del país entre copas de vino y pactos oscuros.
El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, lo dijo sin rodeos: “Esa economía mata” (EG 53). Y en Guatemala esa frase es literal. Mata cuando un niño desnutrido muere en Alta Verapaz mientras se inaugura un nuevo centro comercial en la capital. Mata cuando campesinos son criminalizados por defender la democracia y su tierra mientras banqueros y constructores se enriquecen con contratos amañados y el gobierno no sale de su burbuja. Mata cuando jueces y magistrados se convierten en guardianes de corruptos y verdugos de fiscales y periodistas valientes.
Analistas coinciden en denunciar que el gobierno se desgasta en luchas internas, en tanto desacierto y sin lograr resultados contundentes. También advierten que sin instituciones sólidas quedamos en manos de las mafias y no habrá inversión ni desarrollo. Pero el problema va más allá de la ineficiencia: el sistema entero está diseñado para fabricar pobres y para que nada cambie. La corrupción no es una anomalía: es el engranaje que sostiene a esta democracia vacía.
Por eso urge decirlo claro: Guatemala no necesita maquillaje institucional ni discursos bien redactados. Necesita una ruptura ética con la indiferencia y acabar con la impunidad que protege a políticos mafiosos y empresarios sin escrúpulos. Necesita una justicia que sirva al pueblo y no a criminales.
El Papa lo recuerda en Fratelli Tutti: “La política es una de las formas más preciosas de la caridad” (FT 180). Pero aquí la política se convirtió en el negocio de los mismos de siempre. No sorprende, entonces, que el 79 % crea que vamos directo al abismo.
El dilema está planteado: o seguimos como Epulón, refugiados en la indiferencia, repartiéndonos las sobras de un banquete que no alcanza para todos, o escuchamos el clamor de Lázaro y construimos una Guatemala donde la dignidad valga más que los privilegios.
La encuesta de CID-Gallup no son solo datos. Es un grito del pueblo que dice basta. El país está en una encrucijada: o rompemos el Pacto de Corruptos entre políticos, jueces y élites, o nos resignamos a seguir viendo cómo Epulón celebra mientras Lázaro muere en la puerta.
La historia —y Dios mismo, según Amós— no perdona la indiferencia. Todavía estamos a tiempo de elegir. Pero el reloj corre.