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¿Por qué nos cuesta perdonar? Lo que dice la psicología sobre el rencor y sus efectos en la mente y el cuerpo
Perdonar es un proceso que toma tiempo y no siempre es fácil. Expertos advierten que soltar el rencor acumulado es clave para el bienestar físico y emocional.
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Utilizado como un mecanismo de protección personal, el rencor suele interiorizarse como una sensación de injusticia por un hecho vivido. Aunque no siempre es sencillo perdonar los agravios, la psicología indica que procesar este sentimiento puede generar beneficios físicos y emocionales significativos.
Especialistas en el comportamiento humano destacan que perdonar es un proceso no lineal, que implica atravesar diversas emociones en el camino hacia la superación o asimilación. Ximena Fuentes, psicóloga clínica, explica que la tendencia a guardar rencor tiene raíces evolutivas, emocionales y cognitivas profundas.
Mantener en el recuerdo lo sucedido se ha asociado con un mecanismo de protección, ya que este sentimiento funciona como sistema de alerta para la autopreservación.
El rencor puede funcionar como un sistema de alerta y autoprotección: nos ayuda a recordar quién nos ha hecho daño para evitar nuevas heridas. Desde una perspectiva evolutiva, recordar agravios podía ser útil para sobrevivir, agregó Fuentes.
Otro de los factores que provoca el rencor es la persistencia de una sensación de injusticia, una herida al ego o la dificultad para gestionar emociones. El proceso de perdonar no es instintivo, sino que requiere habilidades como la empatía, la autorregulación emocional y la capacidad de ver al otro como imperfecto, pero humano, agregó la experta.
El portal Psicología y Mente señala que uno de los motivos por los que cuesta perdonar es que, socialmente, se asocia el acto con debilidad y con la posibilidad de que la ofensa se repita. Por ello, el ego y la presión social dificultan procesar esta emoción.
Perdonar no significa olvidar, justificar ni minimizar el daño, sino aceptar lo ocurrido y liberarse emocionalmente del sufrimiento que genera el agravio, dice Fuentes. Saber perdonar no beneficia a otros, sino a quien perdona. El portal citado añade: El perdón es como un regalo, no para quien lo recibe, sino para quien lo da.
Robert Enright, pionero en el estudio del perdón, lo define como una elección voluntaria de reemplazar emociones negativas por otras más compasivas, como la comprensión, la empatía o incluso el amor hacia quien causó el daño.
¿Qué es más difícil: guardar rencor o perdonar?
La psicóloga clínica y de pareja destaca que guardar rencor es más fácil y automático para el ser humano, especialmente cuando está herido. La dificultad de perdonar radica en que este proceso implica un trabajo emocional consciente: reconocer el dolor, soltar la necesidad de castigo y, muchas veces, hacerlo sin que el otro se disculpe o repare el daño.
El estudio en psicología positiva de Robert Enright y Everett Worthington señala que el perdón genuino requiere tiempo y esfuerzo, pero genera mayores beneficios emocionales y físicos que el rencor. Por esta razón, guardar rencor resulta automático y más sencillo, aunque no es recomendable, indica Fuentes.

El perdón permite sanar, pero es menos automático y requiere madurez emocional. (Foto Prensa Libre: Shutterstock)
Efectos de la falta de perdón
Gabriela Escobar, psicoterapeuta de familia, destaca que, desde el ámbito mental, guardar rencor genera estrés, debido a que el cuerpo permanece en un estado constante de alerta o “a la defensiva”. Sin embargo, al decidir perdonar, el cuerpo se relaja y ese estado de tensión disminuye.
Incluso pueden aliviarse dolores físicos, como los musculares. La tensión emocional se reduce, así como también los síntomas de depresión y ansiedad, agregó.
La falta de perdón nos ancla al pasado y provoca que se reviva el dolor. Cuando se rompe ese ciclo, se dejan de alimentar pensamientos, lo que reduce la ansiedad, detalló Escobar.
Aprender a perdonar puede reducir la depresión: quienes la padecen tienden a revivir el pasado, lo que prolonga la tristeza. Al perdonar, se recupera la esperanza, la confianza y se desarrolla empatía al comprender que otros también cometen errores debido a sus propias heridas.
El perdón mejora la autoestima: no se trata de si la otra persona lo merece, sino de que nosotros merecemos paz y felicidad. Reconocer nuestro valor permite soltar el rencor y fortalecer la confianza.
A nivel físico, perdonar reduce el cortisol —la hormona del estrés—, lo que estabiliza el sistema inmunológico, equilibra las hormonas, mejora el metabolismo y reduce el riesgo de enfermedades autoinmunes como el lupus o problemas de tiroides.
También favorece la salud cardiovascular: disminuye la presión arterial, mejora la circulación y estabiliza el ritmo cardíaco. El corazón, afectado por la ansiedad, responde positivamente al perdón.
El sueño también se beneficia: al reducir los pensamientos negativos, se logra un descanso más reparador. Dormir bien mejora la energía, el estado de ánimo y la disposición diaria.
Perdonar no implica olvidar ni retomar la relación con quien causó el daño. Libera una carga emocional que, si no se gestiona, puede traducirse en enfermedades mentales y físicas, finalizó Escobar.
Ximena Fuentes enfatiza que no existe un proceso único para perdonar, pero sí pueden identificarse algunas fases:
- Reconocer el dolor: admitir el daño sufrido y validarlo emocionalmente (darle valor y reconocimiento).
- Expresar emociones: en un espacio seguro, permitir la tristeza, la rabia o la frustración. No necesariamente ante quien hirió; puede hacerse en terapia.
- Decidir perdonar: entender que perdonar es una elección para sanar uno mismo, no para exonerar al otro.
- Buscar comprensión: intentar entender qué pudo llevar al otro a actuar como lo hizo (sin justificar).
- Renunciar al rencor: soltar el deseo de castigo o venganza.
- Reemplazar el dolor por paz: mediante la compasión, la aceptación y, si es posible y seguro, la reconciliación.