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El acuerdo del siglo que da un giro al Oriente Medio
Trump podría convertirse en candidato firme al Premio Nobel de la Paz 2025.
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La historia a veces se escribe lejos de los reflectores. Así ocurrió en Egipto, donde representantes de Israel y de Hamás aceptaron y firmaron la primera fase del acuerdo de paz impulsado por Washington. Bajo la mirada de mediadores egipcios, cataríes y turcos, el pacto fue rubricado en una sala austera, pero cargada de simbolismo. Egipto, la misma tierra donde se sellaron los acuerdos de Camp David, vuelve a ser escenario de una promesa de paz.
Bajo la mirada del mundo, Trump logró lo que nadie, sentar a Hamás e Israel en la misma mesa y formar la paz.
El documento, avalado por la administración de Donald Trump, fue descrito como un “alto al fuego estructurado”, más que un acuerdo definitivo. Esta primera fase incluye tres pilares fundamentales: el cese inmediato de hostilidades, la liberación progresiva de rehenes y prisioneros, y la apertura humanitaria a gran escala en la Franja de Gaza. Se calcula que en las próximas 72 horas Hamás liberará a los primeros cautivos israelíes, mientras Israel excarcelará a cerca de dos mil presos palestinos, en un intercambio supervisado por la ONU y Cruz Roja. El pacto también prevé que las tropas israelíes se retiren de zonas densamente pobladas, y que los convoyes de ayuda entren bajo supervisión internacional. Más de 300 camiones con alimentos, medicinas y combustible ingresarán diariamente en esa área.
La reacción en Gaza fue una mezcla de incredulidad y alivio. Algunos salieron a las calles ondeando banderas blancas y palestinas; otros, más escépticos, temen que sea una tregua pasajera. “Hemos visto muchos acuerdos romperse antes de nacer”, dijo un comerciante gazatí. Sin embargo, por primera vez en años, los niños pudieron dormir sin el estruendo de los bombardeos.
En Tel Aviv, el ambiente fue distinto: lágrimas, abrazos y plegarias en la Plaza de los Rehenes. Las familias que durante meses exigieron respuestas sintieron que su lucha no fue en vano. Varios de ellos, emocionados hasta las lágrimas, llamaron por teléfono al presidente Trump para agradecerle su mediación. “Usted nos devolvió la esperanza”, le dijo una madre cuyo hijo había sido secuestrado en octubre. El gesto recorrió los noticieros del mundo y multiplicó los rumores de que Trump podría convertirse en candidato firme al Premio Nobel de la Paz 2025, cuyo fallo se anunciará hoy mismo en Oslo.
La expectativa es enorme. En
Washington, Trump celebró el acuerdo diciendo que “la paz no se impone con discursos, sino con resultados”. Sus críticos lo acusan de teatralidad, pero sus aliados lo defienden; pocos líderes han logrado que enemigos jurados firmen un documento de entendimiento, por parcial que sea. En el tablero internacional, este logro le devuelve a Estados Unidos su papel de mediador central en Oriente Medio, desplazando a las potencias europeas y a la ONU, debilitadas por su falta de resultados.
Dentro de Israel, el Gabinete de Seguridad aprobó el pacto con una ajustada mayoría. Los sectores más duros lo ven como una concesión peligrosa, pero el gobierno argumenta que “no hay victoria sin estabilidad”. En Gaza, Hamás prometió respetar la tregua, aunque reiteró que su “resistencia política” continuará. La paz, por tanto, no está garantizada; apenas ha comenzado a respirarse.
El Premio Nobel de la Paz, este viernes, podría recaer en Trump, que se ha convertido en un símbolo de la lucha entre el escepticismo y la esperanza. Si el acuerdo se cumple, el reconocimiento sería histórico: un líder norteamericano que, en medio de la polarización mundial, consigue detener la guerra más larga del siglo XXI.
Por ahora, el mundo observa con cautela y con un suspiro de alivio. Entre las ruinas de Gaza y las oraciones de Tel Aviv, la palabra “paz” ha vuelto a pronunciarse sin miedo. Y eso, en Oriente Medio, ya es un milagro.