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Ansiedad, depresión y nuevos métodos de sanación: las terapias alternativas que complementan los tratamientos psicológicos en Guatemala
La salud mental y el equilibrio emocional emergen como una necesidad urgente y se abre paso entre prácticas que invitan a detenerse, respirar y reconectar con aquello que la rutina diaria suele silenciar.
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La salud mental y el equilibrio emocional emergen como una necesidad urgente y se abre paso entre prácticas que invitan a detenerse, respirar y reconectar con aquello que la rutina diaria suele silenciar.
El reloj suena a las 4 horas. Lo pospone cinco minutos más, pero sabe que debe levantarse para empezar el día. Hay cuentas que pagar y obligaciones que cumplir. No puede poner en pausa la vida.
Se levanta, se baña y se prepara para ir al trabajo. Arregla todo lo necesario y emprende el camino. Cumple una jornada laboral; la mayoría de las veces, mayor a ocho horas. Está rodeado de personas, pero se siente solo. La rutina pesa: todos los días es lo mismo y la sensación de vacío aumenta un poco más.
Piensa que ese sentimiento es solo suyo, pero no lo es. Muchos a su alrededor sienten lo mismo. Esa sensación de soledad se hizo más visible durante la pandemia. El confinamiento, la incertidumbre, la enfermedad y las muertes afectaron profundamente a la sociedad.
“Dejamos de ser seres sociales y comenzamos a convertirnos en seres más individuales”, explica Nancy Martínez Ruiz, del Instituto de Investigación en Ciencias Socio Humanistas (Icesh), de la Universidad Rafael Landívar. El encierro nos obligó a aislarnos, incluso de nuestras propias familias, y con ello se hizo más presente un problema que, si bien ya existía, no se le daba tanta visibilidad.
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Los datos
Antes de la pandemia del covid-19, el tema de la salud mental ya comenzaba a ganar espacio en las conversaciones. Sin embargo, este hecho histórico hizo que cobrara más relevancia.
No es que antes no se hablara o que no existieran los trastornos, sino que la pandemia impulsó un auge en la discusión al respecto, especialmente con el incremento del uso de redes sociales.
Este deterioro se ve reflejado en las estadísticas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 4.4% de la población mundial padece en la actualidad un trastorno de ansiedad, mientras que el 4.0% sufre depresión.
La institución calcula que 359 millones de personas en el mundo presentan algún trastorno de ansiedad y 332 millones viven con depresión, lo que convierte a la ansiedad en el problema mental más común a escala global.
En el país, datos del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) arrojan que la prevalencia de la depresión es del 3.7%, con un incremento considerable después de la pandemia.
En tanto, el Centro de Atención Integral de Salud Mental (Caism) registró 51 mil 770 consultas por diversos trastornos mentales, y la depresión fue el principal motivo. Durante el 2024, la atención por esta causa aumentó un 3%respecto del año anterior.
Ese incremento de los trastornos mentales registrado por dichas instituciones también se refleja en la cantidad de contenido difundido en distintas plataformas digitales, en las cuales la salud mental ha cobrado una presencia constante.
Ahora las personas que padecen algún trastorno lo expresan con mayor naturalidad, son más conscientes de los síntomas y, en consecuencia, buscan con mayor facilidad apoyo profesional.

Los datos muestran un aumento sostenido de trastornos como la ansiedad y la depresión. (Foto Prensa Libre: Freepik)
Terapias alternativas
Como “generación de cristal” se tacha coloquialmente a quienes expresan abiertamente algún malestar relacionado con la salud mental y buscan ayuda. Pero, ¿será que estas generaciones son cada vez más débiles o ahora se le da más visibilidad a un problema que ya existía?
“Para mí, son un ejemplo de lo que ya hemos logrado otras generaciones. Antes no teníamos el nombre para decir: estoy ansiosa, tengo ansiedad, tengo depresión, me siento triste. En cambio, ahora ya tienen las palabras para decirlo, ya lo saben nombrar y lo saben identificar, tienen herramientas para accionar, y eso es esperanzador”, comenta Martínez.
Entre esas herramientas, Guatemala comienza a experimentar con métodos que se alejan del consultorio tradicional. Ninguna lo sustituye; simplemente son una alternativa. Prácticas que involucran bosques, hielo, caballos y energías ancestrales, por mencionar algunas, prometen complementar el trabajo psicológico convencional. Y para poder entenderlas, las viví.
El bosque como terapeuta
Son las 8 horas en San Lucas Sacatepéquez. El aire huele a tierra húmeda y pino. Raúl Palma, guía de terapia de bosque y naturaleza, me espera en el huerto Chikach. El camino hacia el espacio de trabajo es corto, pero silencioso. Solo se escucha el crujir de las hojas bajo los pies.
Llegamos a un claro, en medio del bosque. Un letrero de madera marca el lugar: “Altar maya 5 Kawoq (8 de febrero del 1996)”. En el centro, cenizas de lo que fue una fogata. Nos sentamos alrededor.
“La terapia de bosque nace originalmente con el nombre de baños de bosque”, explica Palma. “Esta es una actividad acompañada, que es una invitación a tener nuestros sentidos presentes en el momento. Estamos acostumbrados a pensar en el pasado, a pensar en el futuro, y el concepto de baño de bosque nace como una forma de estar en espacios verdes, en naturaleza, sanando a nivel físico, emocional y espiritual”.
El concepto tiene raíces japonesas, pero no se trata solo de caminar por el bosque. “Después de un tiempo de estar haciendo investigaciones de lo que sucedía en las personas cuando entraban a espacios verdes o bosques o parques, había una reducción en la producción del cortisol”, indica el guía.
La práctica es sencilla, en apariencia. Primero me pide caminar por el espacio y pedirle permiso a la naturaleza para este acercamiento. El ejercicio suena extraño al principio.

Los baños de bosque ofrecen un espacio de quietud para reconectar con uno mismo.
Belinda S. Martínez
La segunda actividad requiere atención: escuchar los sonidos. Pájaros, perros ladrando a lo lejos, el viento moviendo las hojas, el sonido de algunas gotas de lluvia. Prestar atención a los detalles que normalmente ignoro.
Luego viene la parte más personal: contarle a la naturaleza y a los árboles por qué estoy aquí y cómo quiero que me ayuden. Es un monólogo silencioso, una conversación interna que se vuelve confesión.
La cuarta actividad es el descanso: recostarme en el suelo, cerrar los ojos, respirar. “Hacerme uno con la naturaleza”, como dice Palma. El suelo está frío, el aire también, pero hay algo en la quietud que se siente diferente.
“Los bosques liberan, a través de la corteza de los árboles, unos compuestos llamados fitoncidas. Al respirar en estos entornos inhalamos dichas sustancias, que ingresan al torrente sanguíneo y contribuyen a equilibrar nuestro sistema inmunológico”, explica el guía.
Al final, Palma me devuelve al presente con sabores: fresas, arándanos y té de frutos rojos. La relajación es evidente. El cuerpo se siente ligero, la mente, despejada.
“A nivel emocional estamos sometidos a una vida que es permanentemente llena de estrés, llena de presiones externas, y muchas veces tenemos mucho temor de entrar en contacto con nosotros mismos”, comenta Palma. “La naturaleza nos enseña sin juicio, sin expectativas, cómo es que somos nosotros, y, al abrirnos a esta oportunidad, podemos empezar a sanar no solo un asunto físico, sino también uno emocional”, dice.

El concepto nace como una forma de buscar espacios verdes para sanar en lo físico, emocional y espiritual.
Belinda S. Martínez
El frío como aliado del bienestar
La cita es a las 6.30 horas. Daniel Cordón me espera junto a una tina llena de hielo.
“Ice Mind —la comunidad donde se practica la técnica— surge con la idea de crear conciencia a través de la incomodidad. En esos momentos difíciles, uno tiene dos opciones: centrarse en la molestia, quejarse y tratar de evitarla o dirigir la atención hacia otro aspecto, como la respiración, y notar cómo la incomodidad pierde relevancia”.
Antes de entrar al hielo, Cordón me guía en una meditación. La respiración es fundamental: inhalaciones profundas, exhalaciones controladas. El ejercicio prepara el cuerpo para lo que viene.
“La terapia de hielo consiste en meterse durante alrededor de tres minutos a una tina que está entre uno y tres grados centígrados. Allí, uno debe controlar la respiración, llevar la atención a ella y no al dolor”, explica.
Esta práctica difiere de la crioterapia que utilizan los deportistas. “Ellos suelen realizarla a una temperatura más alta, entre 10 y 12 grados, y permanecen más tiempo en el agua. Ese tipo de terapia provoca una respuesta de desinflamación”, comenta Cordón. “En cambio, esta práctica genera un pico de adrenalina y cortisol, seguido de una disminución de ambas hormonas, mientras aumentan otras como la dopamina, las endorfinas y la serotonina. Por eso se trata más de una terapia orientada al trabajo mental que al físico.”
Llega el momento de entrar en la tina. El hielo rodea mi cuerpo. El primer impulso es salir de inmediato, pues el frío quema. Pero respiro: inhalo, exhalo. El malestar no desaparece, pero se vuelve manejable.
“Esa experiencia te proporciona una gran cantidad de energía natural que se mantiene durante todo el día. La sensación es tan intensa que el cuerpo no necesita nada más que lo que él mismo produce. Esa percepción de determinación, de sentir que puedes con todo, puede durar aproximadamente una semana”, comenta Cordón.
Permanezco en el agua tres minutos y medio. Al salir, el cuerpo tiembla. Cordón me guía en ejercicios para devolverle la temperatura: sentadillas, movimientos de brazos, pero la respiración debe seguir siempre controlada.
La sensación después es difícil de describir: euforia, claridad, energía. Como si algo se hubiera reiniciado por dentro.

El paciente es preparado para enfrentar una terapia mental.
Foto Prensa Libre: Erick Ávila

La incomodidad pierde relevancia al referir la mente a otros aspectos.
Foto Prensa Libre: Erick Ávila
Una guía animal
El Club Ecuestre funciona en un espacio abierto, rodeado de naturaleza. Inés Martínez, psicóloga clínica; Roberta Mérida, coach; y Carmen Maegli, experta en caballos, me reciben.
“Trabajamos coaching con caballos. Esto significa que hacemos coaching y los caballos nos asisten, nos ayudan, y la verdad es que hacen mucho del trabajo que se realiza con las personas”, explica Mérida.
Esta práctica no es equinoterapia. “La equinoterapia es un acompañamiento: se usan caballos y normalmente está dirigida a niños con alguna discapacidad. Aquí no montamos. Todo es pie a tierra”, aclara.
La sesión comienza con una pregunta: ¿qué quiero trabajar? Planteo un problema. Las tres me escuchan. Luego me conducen hacia los caballos.
“Los caballos han sido animales cazados. Por su naturaleza, están siempre atentos. Esa alerta que ellos tienen los mantiene en el tiempo presente, y eso es lo que los convierte en excelentes lectores de la energía, de las emociones, de las situaciones alrededor. Ellos se vuelven un espejo”, indica Mérida.

Los caballos se convierten en los guías y aliados de los expertos.
Foto Prensa Libre: Belinda S. Martínez
Me piden nombrar a los dos caballos del espacio abierto. Luego debo asignar una meta a cada esquina del corral. Los caballos se convierten en elementos de mi proceso según sienta qué es lo que representan.
Lo que sucede después es extraño. Los caballos se mueven, se acercan, se alejan, interactúan entre sí. Las especialistas me hacen preguntas sobre lo que observo, sobre lo que siento al ver sus movimientos.
“Yo no le digo a la persona: ‘Ahorita va a sentir esto o aquello’, porque cada quien tiene su propio mapa de cómo vive e interpreta las experiencias. Los caballos simplemente le muestran algo, y eso se convierte en su vivencia personal”, dice Mérida. “En la metodología de coaching tampoco juzgamos, ni interpretamos; hacemos preguntas para que la persona reflexione y encuentre sus propias respuestas. No se las damos”, agrega.
Un caballo se acerca cuando hablo de mis miedos. El otro se queda quieto cuando menciono mis metas. Cada movimiento significa algo diferente para mí.
Al final de la sesión siento una sensación de claridad. Los caballos no hablaron, pero dijeron mucho.

Cada persona reflexiona durante el ejercicio y encuentra sus propias respuestas.
Foto Prensa Libre: Belinda S. Martínez
Constelar para sanar el alma
La sala huele a incienso. La luz es tenue. Las sillas forman un círculo. Juan Carlos Zetina y Silvia Cordón, pioneros de las constelaciones familiares en Guatemala, dirigen la sesión.
“Es un método terapéutico que utiliza la información, la energía y el bagaje; el registro, los archivos que llevan las personas con su historia para poder acceder a esa información y llevarla a un punto de reconciliación”, explica Zetina.
Las constelaciones familiares son un método creado por el alemán Bert Hellinger. La práctica es compleja: una persona plantea el problema que quiere trabajar: puede ser familiar, laboral, de pareja o de salud. Los demás participantes se convierten en representantes.
“Las personas, los representantes, apelan a manifestar en su cuerpo sensaciones, emociones que tienen que ver con la historia del cliente, sin saber, sin conocerse”, refiere Zetina. “Al principio, la gente nos decía: ‘No, ustedes se pusieron de acuerdo ayer; esto es como teatro, de plano se organizaron y ahora está pasando esto’. No, no es así”.

La sala se llena de silencio mientras los representantes se mueven siguiendo las emociones que emergen en la constelación.
Foto Prensa Libre: Archivo
El fundamento científico proviene de la Física Cuántica. “Uno de los principios de la Física Cuántica es que el observador afecta lo observado. Incluso en una reunión de constelaciones, todos los participantes están observando la dinámica del cliente y, al observar, se permite que se abra la información”, afirma Zetina.
Durante la sesión que presencio, varias personas constelan. Una mujer trabaja su caso. Los representantes se ponen de pie, se mueven, expresan emociones. Algunos sienten peso en el pecho; otros, dolor de cabeza.
La energía en la sala cambia. Se siente pesada, pero se alivia cuando se llega a lo que ellos llaman “imagen de resolución”.
Al terminar, hay una sensación de paz en el ambiente. Algunas personas lloran, otras sonríen. La catarsis es colectiva.
“Lo que sucede es que hay una resonancia mórfica. Es decir, hay una sintonía, una sincronicidad”, dice Zetina al explicar por qué funciona en grupo.

Juan Carlos Zetina y Silvia Cordón guían la sesión en un espacio donde la energía y la memoria familiar toman forma.
Foto Prensa Libre: Archivo
Entre la ciencia y la creencia
Estos métodos alternativos tienen algo en común: no son terapias en el sentido estricto, sino herramientas complementarias.
“Por eso no es una terapia. El mismo Hellinger no la nombró una terapia, sino que es un método, una herramienta, una forma de ayudar a las personas”, aclara Juan Carlos Zetina, pionero de las constelaciones.
Lo mismo aplica para las demás técnicas. El coaching con caballos, la terapia de bosque y las inmersiones en hielo funcionan mejor cuando se acompañan de procesos psicológicos tradicionales.
El respaldo científico varía. La terapia de bosque cuenta con estudios sobre la reducción del cortisol y el fortalecimiento del sistema inmunológico, mientras que las inmersiones en hielo tienen evidencia sobre sus efectos en el sistema endocrino. Las constelaciones, por su parte, se apoyan en la Física Cuántica y la Epigenética, aunque su aceptación en la comunidad científica es más controvertida.
Otras notas:
Riesgos y precauciones
Ninguno de estos métodos está exento de riesgos si no se practican correctamente. El coaching con caballos requiere expertos que manejen tanto la parte equina como la psicológica. Las inmersiones en hielo mal supervisadas pueden causar hipotermia. Las constelaciones familiares mal facilitadas pueden provocar retraumatización.
Por eso cada una de estas u otras prácticas complementarias deben ser supervisadas por profesionales expertos en el tema.
Lo que queda después
Días después de las experiencias, algo persiste. No es magia ni una transformación instantánea. Es una sensación de haber experimentado algo diferente.
El bosque enseñó quietud. El hielo, resistencia. Los caballos, reflexión. Las constelaciones, conexión.
Estas terapias alternativas no reemplazan el trabajo psicológico tradicional: son complementos, herramientas adicionales en un camino que sigue siendo personal y que requiere compromiso.
Guatemala, como muchos lugares del mundo, busca respuestas al malestar creciente. Estas prácticas ofrecen espacios donde la sanación se experimenta de formas distintas. El camino hacia el bienestar mental tiene muchas rutas. Estas son solo cuatro de ellas.





