La democracia y sus inconformidades

La democracia y sus inconformidades

Cuando a la democracia se le desprovee de su sustancia republicana, lo que queda es un cascarón.

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20/08/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Durante la apertura democrática que Guatemala vivió en los años 80, recuerdo que el primer presidente elegido, Vinicio Cerezo, tenía una expresión que resumía los primeros dolores de parto que se experimentaban, luego de dejar atrás los gobiernos autoritarios. Él llamaba a esos inconvenientes “la música de la democracia”, queriendo figurar con ello que las voces distintas, las armonías y las disonancias, la pluralidad de instrumentos sonando a un mismo tiempo se asemejaban a las dinámicas políticas y sociales que la democracia traía consigo. Ciertamente, luego de una época en la que estábamos acostumbrados a recibir instrucciones y no a discutirlas, esa música de la discusión que aportaba la nueva era democrática fue toda una novedad y traía consigo descontentos.

¿Cuánta democracia, al menos la democracia de las garantías, los balances y los controles, estamos dispuestos a ceder?

Luego de más de 50 años que los vientos democráticos soplaran en la región latinoamericana, hoy empieza a sentirse que nos alcanza otro tipo de brisa.

Esta vez no son las ideas socialistas de Chávez, que terminaron todas ellas desacreditadas en el continente, dejando una cauda de pobreza, polarización, intoxicación ideológica y atraso social. Se trata ahora de una modalidad de ejercicio del poder que considera que los principios republicanos son impedimentos para la toma efectiva de decisiones o que son obstáculos para la realización de grandes proyectos públicos. Es decir, para esta nueva generación de dirigentes, la música de la democracia se ha convertido en estridencia pura.

El reto que representa para los latinoamericanos esta nueva concepción del poder es que pone en cuestión los fundamentos básicos que sostienen precisamente las democracias republicanas. Por ejemplo, los controles constitucionales y contrapesos institucionales son señalados como cortapisas para el logro de resultados o como instrumentos de chantaje de la oposición política. La alternabilidad del poder es presentada como el intento de romper proyectos de largo plazo o como una forma para asegurarse que las típicas estructuras clientelares aprovechen su turno en la rotación del poder. La rendición de cuentas se sataniza al presentarla como la reacción de los viejos poderes que quieren restablecer sus antiguas cuotas de participación.

Este modo de encarar la gestión del poder no tendría éxito si no fuera porque tiene muchos oídos receptivos, porque tiene liderazgos carismáticos que los encarnan y porque logran resultados en ámbitos donde la población ha sentido grandes necesidades que nunca han sido satisfechas. Todo ello se transforma en votos, con lo que legitiman por la vía democrática, pero no por la vía republicana, su permanencia en el poder.

Dicen que toda sociedad enfrenta un dilema existencial entre la seguridad y la libertad; es decir, cuánta libertad una sociedad está dispuesta a ceder, en función de vivir en un ambiente mucho más seguro. Ese dilema es difícil de resolver. Sin embargo, en el caso que planteamos hoy, hay un nuevo dilema y quizá más complejo. Cuánta democracia, al menos la democracia de las garantías, los balances y los controles, estamos dispuestos a ceder en aras de lograr mejores resultados por parte de nuestros gobernantes.

Cuando a la democracia se le desprovee de su sustancia republicana, lo que queda es un cascarón que algunos han llamado democracias populares en el pasado. Hoy, aunque los votos las legitimen, estas nuevas “democracias” pueden derivar, como la historia lo ha demostrado, en proyectos personalísimos que se descarrilan y que terminan comprometiendo al menos a una generación o dos.