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Libertades necesarias
Elegir la emancipación del tóxico vaivén de un péndulo ideológico.
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Hay un péndulo nocivo que se oscila entre izquierda y derecha. No para; más bien, cada uno de sus vaivenes le va dando más fuerza. Con cada vez, se le ve alejarse aún más de un balance, de la armonía. Si reflexiona, quien se ve atrapado en él, pronto da cuenta con que es un laberinto sin salida; que está lleno de pasos que son tóxicos. Es uno donde jamás se halla paz. En el torbellino de la deliberación, estos movimientos contrarios solo toman fuerza. Más fuerza. Más péndulo. Más izquierda y más derecha. Más absurdo. Más odio. Más revancha y rencor. Hay potencias mundiales que están más envueltas en este insufrible problema. En una dinámica convertida en un agente de tensión. Mientras se envalentona hacia cada contrariedad, más se mira que algo peligroso se acerca. Peligroso, para esos países. Y peligroso para quienes se encuentren más cerca de la explosión.
Países como el nuestro, pequeños lugares con la mira en un hemisferio norte, estamos teñidos de su influencia permanente. Sí, celebramos una emancipación cada 15 de septiembre. Pero hay un contrario a este ideal que es vivo e innegable. Somos en muchas dimensiones, satélites ahora en la órbita de un sol más grande, del que nos cuesta tomar distancia. Y ¿cómo no va a ser así? Hay contundencia en números que dan cuenta de nuestra enorme dependencia.
En lo económico, ¿cómo proclamar soberanía, cuando más de una tercera parte de nuestras exportaciones nos las compra un mismo país? Y si esa misma potencia es quien nos vende —también— una tercera parte de lo que importamos. Es complicado celebrar autonomía con un vínculo tan grande como el del gran Estados Unidos. Eso no se queda, además, en lo económico. Permea hacia la cultura. ¿Qué tanta libertad tenemos? Cuando somos un país de pacas; vestimos sus vestidos. Conducimos sus vehículos de segunda mano. Cuando comemos su comida; y en cada mordida de cada hamburguesa de sus franquicias aspiramos más a pertenecer a un mundo que no es nuestro. Uno que, encima, muy claramente nos lo dice ahora, en esta era del aislamiento. De cada seis guatemaltecos, por lo menos uno vive en aquel país. Y manda un quetzal por cada Q5 que producimos internamente. En cada individuo allá, hay un puente que va mucho más allá de tan solo el corredor de las remesas.
El deleznable y condenable asesinato del activista Charlie Kirk es parte de ese péndulo enfermo.
Con asimetrías semejantes, es difícil aspirar a una libertad en lo público. En la economía, en lo político, o incluso lo militar. Pero en cada uno está todavía la libertad de elegir el nivel de involucramiento en el tóxico vaivén del péndulo ideológico que ellos sufren. Uno que ejercitan sin fines de crecimiento. Uno que se ve elevarse alarmantemente, y del que muchos advierten, se acerca al albor de una guerra civil. Vaya entuerto el que tienen encima.
Aquí, tenemos la peculiaridad de ser absorbentes, como esponjas, de muchas cosas que vienen de afuera. Pero hay situaciones que no parecen tener remedio. Infectan. Debates sin ánimo constructivo; peleas sin la honestidad intelectual de la búsqueda de una verdad informada. El deleznable y condenable asesinato del activista Charlie Kirk es parte de ese péndulo enfermo. No es un simple ataque contra la libre expresión, que nos concierne a todos. Es odio construido, alimentado y nutrido. De la antagonía que está tomando fuerza. Más fuerza. Más péndulo. Más izquierda y más derecha. Más revancha y rencor. Se acercan a una verdadera implosión. Hay cosas que pasan allá que nos conciernen mucho. Pero cada quien puede optar a una emancipación de la cultura del odio. Allá están sufriendo su polarización. La peor locura sería seguirlos, en esa particular aventura.