TGW
Guatevision
DCA
Prensa Libre
Canal Antigua
La Hora
Sonora
Al Día
Emisoras Unidas
AGN

Empatías selectivas
Es innegable que las personas estamos propensas a identificarnos más con aquello con lo que nos asociamos.
Enlace generado
Resumen Automático
Parece que cobró relevancia la discusión sobre la empatía en estos días. Y las divisiones que aquejan a la sociedad, se ven recriminando a otros sobre cómo les falta esta característica esencial en una psiquis sana. Pero, a veces, falta observación sobre algo que puede considerarse natural: Que, en honestidad, en mayor o menor grado, todos tendemos a ser selectivos con la empatía. A solidarizarnos con los sentimientos de algunos, más que con los de otros. Muy en la mente del colectivo está el precepto que dicta amar a los demás; tanto, incluso, como a uno mismo. Eso lo dice la muy popular y conocida teología. Recaería entonces sobre nosotros —diría uno— necesariamente la obligación de ponernos en sus zapatos cuando algo malo le sucede a otra persona. Más bien, a todas las personas. Pero vemos repetidamente que esa santidad no le brota tan naturalmente a la gente.
Hemos de esforzarnos por empatías que no nos vienen de forma tan espontánea.
Es innegable que las personas estamos propensas a identificarnos más con aquello con lo que nos asociamos. Un caso es lo que más se asemeja a lo nuestro. Digamos, alguien de nuestra edad, nacionalidad, o de condición social parecida; alguien con características fenotípicas similares o que pertenezca al mismo grupo. El género, la espiritualidad o, incluso, la forma de ver el mundo y la identificación ideológica. Empatizamos con aquel que podría ser yo mismo. Hay también acercamiento con grupos no necesariamente propios, pero con quienes se guarda alguna simpatía particular. Las causas que generan atracción, aunque no nos sean propias. Empatizamos a quien yo he escogido armonizar o aun, para con creo conveniente respaldar. El dolor que sufre el prójimo de mis colectivos —el propio, el de mi afecto o interés—, se convierte más comúnmente en un dolor propio. Empatías mínimas. Las indispensables, que requieren menos esfuerzo.
Pero hay otras compasiones que son también indispensables, si acaso procuramos una salud mental interna. Aquellas, con las que es menos fácil identificarnos. Sentir el dolor de la persona ajena o, incluso, el de la persona a quien alguna circunstancia nos llevó a ser contrarios. Esto es básico; está casi tan trillado, que puede sonar a una odiosa moralina. Pero entramos a una era donde lo inadmisible ha tenido cabida. Cuando aquellos esfuerzos por lograr más equidad se han buscado tirar y desechar. Se asoman tiempos cuando se arrecian las banderas y crecen las confrontaciones colectivas. Existe interés en eliminar la solidaridad por quien la tiene más difícil que uno. Se busca que aumente el desinterés por el dolor que rodea y aumenta. En inglés, hasta se popularizó el término “woke”, que se burla de aquel que adquiere una consciencia, basada en la empatía.
En Occidente prolifera la violencia ideológica. Suceden verdaderas tragedias personales y hemos de esforzarnos por empatías que no nos vienen de forma tan espontánea. El llamado es necesario en un camino que conduce a la vocación humana. Es de notar este momento altamente religioso. Empero, por alguna razón, no está en boga compartir los sentimientos del ajeno. Mundos hay que temen del foráneo; que justifican la pobreza generacional, o que procuran superioridades raciales inexistentes. Empatía. Esta tiene un valor propio, suficiente para su justificación. Pero además, en este país, pequeño, de mayorías pobres y con desventajas raciales en el ideario del poder, conviene mucho su promoción a nivel global. Colectivamente, nosotros somos el otro. Los necesitados de solidadaridad, más allá de aquella espontánea; la que se limita rebaños propios donde nos cuesta tener cabida.