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El neopentecostalismo en nuestra politiquería
El avance del neopentecostalismo en el país comenzó hace unos 40 años y ha tenido influencia oculta en el tipo de gobiernos electos.
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Los jefes de Estado guatemaltecos Efraín Ríos Montt, Jorge Serrano, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei han marcado la etapa de la politiquería nacional con el avance de los grupos no católicos y sus representantes en las luchas para ganar la conducción del país. Guatemala es laica; es decir, independiente de cualquier organización religiosa, pues la Constitución prohíbe, por inconveniente y negativa, la influencia religiosa en la actividad política, cuyo camino ético y moral es mucho más amplio y por ello más fácil de cumplir. Se le critica por ser deseo utópico, porque la influencia de cualquier iglesia siempre ha existido. El avance de las sectas neopentecostalistas debe ser explicado, aunque brevemente, para entender muchas realidades politiqueras de hoy.
En una apretada síntesis, hay iglesias evangélicas históricas y otras de reciente fundación, estas últimas con gran éxito en América Latina y derivadas del pentecostalismo, nacido a mediados del siglo XIX en Estados Unidos, y del neopentecostalismo, este último surgido también en ese país a principio de los sesenta. Ambas aceptan la curiosa e inexplicable “teología de la prosperidad”, según la cual los pastores, hombres o mujeres, tienen permiso para enriquecerse, son elegidos de Dios y ungidos por el Espíritu Santo, quien se manifiesta con milagros visibles. La sociedad puede fundarse sobre la desigualdad, la pobreza es producto de la desidia y la fe se justifica con creencias y teorías similares. Son cercanos al conservadurismo político y luchan contra los demonios de hoy, como el feminismo y los derechos humanos y sexuales.
No aprueban la ayuda del Estado para repartir la riqueza —por vía de impuestos, por ejemplo—. El auxilio a los necesitados se otorga con el pago —ofrenda— proveniente de los fieles, no de las autoridades religiosas. Se les llama megaiglesias por el tamaño de sus templos, donde muchas veces caben miles de personas, atraídas por la similitud de sus alegres servicios de oración con actividades mundanas, sobre todo de ruidosa música actual. Rechazan los temas políticos no conservadores y para sumar adeptos en más países utilizan el mercadeo. Los fieles deben dar dinero, pero aun así no se puede explicar cómo hacen para financiar o comprometerse a pagar el costo multimillonario de los templos y el lujoso estilo de vida de los pastores, con aeronaves y mansiones.
Los milagros hechos durante actividades religiosas y los exagerados gritos y gestos utilizados para difundir el mensaje religioso son parte de esa mezcla de entretenimiento y fe, mientras la lucha contra los males antes mencionados se realiza empleando técnicas en algo o muy similares a como se actuaba en la Edad Media. Según ellos, desde el punto de vista político el Estado debe responder a intereses determinados —económicos, religiosos—. Apoyan las políticas conservadoras y ello los acerca al neoliberalismo. Las condiciones del mundo actual, con su terrible lucha de ideologías al presentarlas en forma simplista, otorgan campo para aumentar la influencia de los numerosos grupos neopentecostales, sobre todo en el norte y sur de nuestro agitado continente.
Entre los derechos humanos se incluye escoger cómo va a adorar a Dios o no hacerlo, y también a no ser molestado por aceptar el mensaje de cualquier religión. Pero también tiene el derecho de conocer cómo se interrelacionan las ideas y creencias religiosas e intereses derivados de la mundanal política. Así pueden tener más sólidas bases para mantener o cambiar su decisión religiosa, puramente personal. Este artículo no pretende hacer un juicio de valor, sino solo presentar realidades. A mi juicio, no es aceptable la idea del enriquecimiento mundano de los pastores y la facilidad con la cual se pueden abrir grupos de feligreses dirigidos por personas sin conocimientos suficientes de cualquier idea teológica, así como la permitida amistad con los corruptos.