Las personas que (como yo) odian el trabajo remoto
El teletrabajo se hizo habitual en muchos lugares del mundo por la pandemia del coronavirus.
Cada vez que escucho la frase “trabaja desde tu casa y sé dueño de tu propio tiempo” yo tiemblo.
Aunque antes de la pandemia estaba acostumbrado a llevar trabajo a casa, primero como periodista y después como profesor universitario, la transformación de mi cocina en mi oficina que impuso la covid fue demasiado para mí y hoy soy poco amigo del teletrabajo.
Sin embargo, ahora que he regresado a trabajar en la redacción de la BBC en Londres, compruebo con asombro que varios de mis colegas no conciben la posibilidad de volver al antiguo modelo.
En una columna publicada en la BBC con el título “¿Es el trabajo remoto peor de lo que pensamos para nuestro bienestar?“, Katie Bishop nos recuerda que esta modalidad laboral se viene anunciando como la solución a nuestro acelerado estilo de vida, incluso previo a la pandemia.
Desde antes de 2020 se la consideraba una oportunidad para pasar más tiempo con nuestros hijos o la posibilidad de dedicar a actividades más satisfactorias ese tiempo que invertíamos en ir y venir del trabajo; incluso despertarse más tarde para aquellos que no pueden separarse de la almohada.
Pero Bishop añade que nuevas investigaciones sobre esta modalidad laboral y el bienestar de los empleados han arrojado resultados contradictorios, para sorpresa de muchos empleadores.
“En el informe 2022 New Future of Work de Microsoft, los investigadores descubrieron que, aunque el trabajo a distancia puede mejorar la satisfacción laboral, también puede hacer que los empleados se sientan ‘socialmente aislados, culpables y traten de compensar en exceso'”.
De esos tres pecados, yo peco de los últimos dos: la culpa y, sobre todo, trabajar en exceso, como forma de compensación por no estar trabajando en el lugar de trabajo.
Feliz domingo
Cuando comenzó la pandemia monté mi oficina en mi cocina porque me pareció que el electrodoméstico más importante de la casa iba a ser la cafetera… y no me equivoqué.
Por la mañana tenía clases con mis alumnos y por la tarde temas administrativos vinculados con la docencia. Por la noche transmitía los informes a la BBC de la llegada del covid a Ecuador, donde vivía en ese entonces.
Por lo tanto, poder servirme café y “hacer Zoom” al mismo tiempo se volvió la quintaescencia del multitasking.
En lo que sí me equivoqué fue en pensar que, por estar en mi casa -con alumnos, decanos, colegas y editores lejos- iba a controlar mis tiempos. Fue el tiempo el que me controló a mí.
Primero los martes se confundieron con los domingos y los jueves con los sábados, algo muy propio de la docencia, porque uno todo el tiempo está preparando clases y corrigiendo exámenes. Pero el entrar o salir del aula era, al menos, una frontera, que con la virtualidad desapareció.
También pensé que mis años de trabajar como periodista de la BBC en el terreno, y no en una redacción, me habrían preparado para ordenar mis actividades cotidianas sin la presencia constante de mis jefes, pero con todos los supervisores de mis trabajos lejos de mi vista (no sólo mis editores en Londres y Miami, sino mis superiores de la universidad en Ecuador) me volví un explotador de mí mismo.
Mi agenda de anotaciones de esos días se transformó en un complejo sistema de listado de tareas cotidianas que, en las jornadas más ocupadas, llegó a ser una suerte de “minuto a minuto” donde tachaba un pendiente que había terminado para inmediatamente escribir una nueva cosa por hacer.
Así, desde la primera hora del día hasta la oscuridad de la noche.
Había domingos que con mi pareja, quien también trabajaba de forma remota, desayunábamos y -tras levantar los platos y ordenar la mesa- decíamos, medio en broma medio en serio, “estuvo lindo el domingo”, para luego desaparecer cada uno en frente de su propia pantalla.
Si alguna vez pensé que sería una gran idea ser mi propio jefe, la pandemia me llevó a pensar que Jean Paul Sartre no estaba en lo correcto cuando escribió “el infierno son los otros”; el que acertó fue TS Eliot cuando uno se preguntó “¿qué es el infierno?, es uno mismo”.
Pero en mi reticencia al trabajo remoto, debo admitir, estoy en franca minoría.
Tensión en puerta
En una encuesta sobre las condiciones laborales actuales, sólo el 11% de 52.000 trabajadores consultados manifestaron su deseo de regresar a tiempo completo a la oficina, aunque un 62% se inclinó a favor de una modalidad híbrida que permita cumplir sus obligaciones un poco desde casa y otro poco desde los lugares formales de trabajo.
Un 26% preferiría sólo trabajar de casa, pero sólo el 18% de ellos cree que sus empleadores aceptarían ese modelo, señala el estudio.
“A medida que se acaban las restricciones por la pandemia, cada vez más empresas llaman a sus empleados para que vuelvan a la oficina; sin embargo, las normas no son universales para todos los trabajadores”, escribió Alex Christian en su columna para la BBC “La tensión latente entre los trabajadores a distancia y los de la oficina“.
Esta tensión se produce, según el columnista, cuando los empleados de una organización trabajan con normas de asistencia muy diferentes.
El primer testimonio citado en la nota es el de Mark (cuyo apellido no aparece para evitarle problemas), un ingeniero de sistemas en Ohio, EE.UU., quien se queja por que sólo él y sus colegas de departamento en una compañía de energía han sido obligados a volver al trabajo presencial.
“Nuestro equipo es pequeño y nos entendemos bien, no necesitamos estar ahí; para mis responsabilidades del día a día, no hay ningún beneficio de estar en la oficina, puedo cumplir todas mis tareas desde casa“.
Curiosamente, los otros testimonios del artículo de Christian se corresponden con este perfil: trabajadores que quieren una modalidad de trabajo a distancia que son forzados a la presencialidad; pero ¿qué pasa con los que queremos trabajar en la oficina y somos llevados a la virtualidad?
Paula Allen, investigadora y experta en temas de bienestar de la empresa canadiense LifeWorks, le dijo a la BBC que la pandemia aceleró la tendencia hacia el trabajo a distancia y que, con ello, se corre el riesgo de que sean silenciadas en el debate público las voces de aquellos que quieren regresar a lo anterior:
“Como muchos empresarios se centran en el trabajo a distancia y en la adaptación a cambios a largo plazo, como las reuniones virtuales, puede parecer que se margina a quienes prefieren trabajar en la oficina”, afirmó Allen.
Las voces “silenciadas”
En el artículo de la BBC titulado “La gente que odia trabajar desde la casa“, Megan Tatum dice que las voces que más se escuchan pueden defender el trabajo remoto, “pero hay mucha gente que quiere volver a su oficina lo antes posible”.
Personas como Abi Smith, una jefa de negocios de la cadena Spice Kitchen en Reino Unido, quien dijo a la BBC que nunca buscaría un trabajo a distancia:
“No tener una rutina en la que te levantes, salgas de casa y te relaciones con otras personas a lo largo del día, creo que puede afectar enormemente a tu salud mental. No salir de casa durante largos períodos de tiempo, no creo que sea bueno para ti”, opinó esta mujer de 30 años.
Michal Laszuk, de 27, dijo a la BBC desde Varsovia, Polonia, que pasó mucho tiempo trabajando en su casa durante la pandemia, pero cuando su nuevo trabajo en una oficina de servicios de visa y pasaportes llamado PhotoAid le dio la posibilidad de elegir, no dudó en volver a un espacio laboral común:
“Compararía trabajar en una oficina con aprender en un campus universitario: tu cerebro cambia automáticamente a un ‘modo de trabajo’ cuando estás rodeado de colegas que están trabajando duro. El olor a tinta de la impresora, el tecleo silencioso en los teclados, la charla tranquila en la sala de café, todo eso realmente ayuda. Es la atmósfera del lugar lo que te pone en el estado de ánimo de trabajo y aumenta tu productividad “.
Pero a veces no es el espacio de trabajo, sino la situación en el hogar.
Carol, quien trabaja en una organización caritativa en Estados Unidos, le cuenta a la BBC que cuando la organización cerró sus puertas y puso a todo su personal a trabajar de forma remota, ella quedó devastada.
“Vivo en un piso pequeño en el que no hay una habitación libre, así que me paso todo el día con el portátil en el sofá”, dice y añade:
“Aunque puedo pasar todo el día haciendo videollamadas con la gente, no es lo mismo que cuando estábamos todos juntos en una oficina. Mis días carecen de variedad, y echo de menos ponerme al día con la gente en persona, y saber cómo han pasado el fin de semana o en qué están trabajando”.
Otras preocupaciones citadas por los entrevistados no están tan relacionadas con las condiciones del trabajo, sino con sus perspectivas de carrera.
En un estudio realizado en Reino Unido, sólo el 40% de los consultados por la firma WorkNest dijeron tener confianza en que el personal que trabaje remoto será remunerado de la misma forma que aquellos que lo hagan de forma presencial.
Y, de acuerdo con el estudio de PwC, dos tercios de las personas consultadas que trabajan de forma presencial temen perder oportunidades laborales si trabajan desde la casa.
Sin embargo, según este último estudio, la modalidad híbrida ha llegado para quedarse, y el porcentaje preciso de horas de oficina y trabajo remoto irá variando, “pero las compañías necesitan experimentar y adaptarse”.
¿Pero qué hay de la gente que no puede adaptarse? Charles Darwin tiene una palabra para nosotros, empieza con “e” y no es esperanza, sino extinción.
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