Los vacíos bibliográficos de nuestra historia

Los vacíos bibliográficos de nuestra historia

Hay razones para estar optimistas en cuanto a que cada vez son menos los agujeros de nuestra historia escrita.

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09/07/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Los antiguos egipcios recurrían a un método tosco para intentar borrar aquellos episodios de su historia que les disgustaban, fuera porque había una nueva dinastía gobernante o porque las circunstancias del momento lo aconsejaban. Es el llamado recurso del damnatio memoriae, que consistía en raspar los nombres de los faraones que aparecían en las paredes de las pirámides hasta hacerlos desaparecer, de manera que solo quedaba el cartucho que contenía el nombre, más no el nombre en sí. De esta manera se mandaba el mensaje: aquí había algo que es preciso olvidar. Toda sociedad tiene sus maneras de continuar con esa aborrecible práctica. Solo que ya no se hace con borrador, sino guardando la pluma para que esa historia no se escriba.

La tarea de los historiadores es aportar conocimiento sobre todos los períodos, con sus respectivas luces y sombras.

Guatemala ha tenido una historia política muy atropellada. Algunos episodios han sido dramáticos y violentos. Pero no por ello debe dejarse de escribir sobre ellos, como desafortunadamente ha sido el caso. A esta ausencia se suma la propensión de hacer panegírico de algunos momentos particulares, movidos por el intento de perpetuar una lectura blanda y sesgada de los mismos. La tarea de los historiadores, sin embargo, es aportar conocimiento sobre todos los períodos, con sus luces y sombras.

Hoy, una nueva generación de escritores está supliendo estas carencias bibliográficas. Está por presentarse en la Feria de Libro un trabajo académico sobre la presidencia de Julio César Méndez Montenegro, de la pluma de Ana Lucía Rodríguez. Este libro, muy bien logrado, aborda un período hasta hoy no analizado, y que plantea desde un enfoque objetivo, riguroso y desapasionado la gestión del único presidente civil elegido que Guatemala tuvo entre 1951 y 1986. El llamado tercer gobierno de la revolución hasta hoy había sido olvidado, porque los exégetas del período revolucionario no lo consideraron suficientemente a la izquierda del espectro. Así que hoy ya se dispondrá de un material que revierta el damnatio memoriae que había caído sobre un gobierno que transcurrió durante un período muy interesante de nuestra historia.

Hay razones para estar optimistas en cuanto a que cada vez son menos los agujeros de nuestra historia escrita. La autora mencionada ya había rescatado del olvido al presidente Manuel Lisandro Barillas, cuya gestión de siete años no fue nada despreciable, pero que, de nuevo, para el gusto de los custodios liberales de la época, no cumplía con los cánones para ser recordado. Hoy ya no es el caso.

En esta misma línea, los trabajos de una nueva generación de historiadores como Ramiro Bolaños, Lorena Castellanos, Rodrigo Fernández Ordóñez, Johann Melchor, Guillermo Montano y María Isabel Sandoval, entre otros, comienzan a ofrecer un panorama más completo de nuestra historia. A estos se suman los siempre excelentes aportes de Carlos Sabino y Roberto Gutiérrez, por citar a quienes han acreditado trabajos histórico-académicos de gran calidad.

Entiendo que vienen otras obras sobre presidentes o períodos no analizados. Sin embargo, los gobiernos de Lázaro Chacón o Enrique Peralta Azurdia, por ejemplo, aún no han sido documentados, al menos no individualmente. También los gobiernos de los años 70, que suelen ser despachados con unas pocas líneas sobre la violencia política o la corrupción de la época, deberán tener una lectura desapasionada. Al fin y al cabo, fueron gobiernos con una estrategia de planificación y fueron los últimos grandes constructores de obra pública. Solo entonces se restablecerán los nombres borrados en los cartuchos de nuestra historia.