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¿Prevalecerá Trump sobre el Deep State?
Aunque la cumbre programada para este 15 de agosto en Alaska entre los presidentes Vladimir Putin y Donald Trump – excluyendo a los belicistas europeos y a Zelensky – ha recibido variadas interpretaciones, desde quienes ven en ella una trampa para Rusia porque el Deep State no va a renunciar fácilmente a su objetivo de […]
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Aunque la cumbre programada para este 15 de agosto en Alaska entre los presidentes Vladimir Putin y Donald Trump – excluyendo a los belicistas europeos y a Zelensky – ha recibido variadas interpretaciones, desde quienes ven en ella una trampa para Rusia porque el Deep State no va a renunciar fácilmente a su objetivo de fragmentar el inmenso país euroasiático – siguiendo los lineamientos geopolíticos de Mackinder y el bien conocido plan de la Rand Corporation del 2019 –hasta quienes lo ven como una oportunidad para reordenar las relaciones entre las grandes potencias a escala geoeconómica, un objetivo mucho más importante para la paz mundial que la esfera de la geopolítica territorial.
Creemos que la mejor explicación podría ubicarse en algún punto intermedio pero vamos por partes: ¿Qué es lo que realmente está en juego? Obviamente Ucrania no es la principal preocupación de un Trump angustiado por la derrota sufrida por la OTAN en los frentes de guerra de su “proxi” ucraniano y por una China cada día más poderosa en el terreno económico y comercial.
Lo anterior explicaría las razones por las cuales desde el inicio de su gobierno Trump restableció los contactos diplomáticos con Moscú, llevando a cabo reuniones en las que los enviados de Washington buscaban “congelar el conflicto” acordando un alto al fuego. Esto es algo que, obviamente, no iba a ser aceptado por una Rusia que, si se lo propusiera, no solo podría dejar a Ucrania sin salida al mar tomando Odesa sino también el curso fluvial del Dnieper como la frontera definitiva entre los dos países, pues la población étnicamente rusa se concentra en la margen oriental.
Además, un cese de hostilidades sería aprovechado por los europeos para reaprovisionar en armamento al régimen de Kiev, asunto inaceptable para Moscú sin previo acuerdo para solucionar las causas del conflicto, es decir, la expansión de la OTAN en la esfera de influencia del Kremlin junto a la indefensión de la población rusa habitante de la región del Donas. O, dicho de otra manera, tanto la neutralización de Ucrania como las anexiones territoriales son temas innegociables para el Kremlin. Recordemos que, ante el rechazo del cese de hostilidades, Trump montó en cólera desplegando submarinos cargados con ojivas nucleares y fijando plazos absurdos para sentarse a negociar.
Sin embargo, si le damos el beneficio de la duda a quien se cree el emperador del mundo, habría que reconocer que, probablemente bien asesorado por gente que entiende de geoeconomía y de control de armamentos, dio marcha atrás prontamente enviando a su hombre de confianza a Moscú (Witkof) para ponerse de acuerdo en los pormenores de un posible acuerdo en el cual – todo parece indicarlo porque de lo contrario Putin no hubiese aceptado viajar a la boca del lobo – a cambio de las cesiones territoriales y del compromiso de descartar el ingreso de Ucrania a la OTAN, Rusia podría estar dispuesta a abrir las rutas del ártico, tanto por el estrecho de Bering (un túnel submarino, pues la distancia es de menos de un centenar de kilómetros) como por un océano glacial que – gracias al cambio climático – solo es transitable durante la estación estival por la línea costera del ártico ruso ya que la multitud de islas canadienses (junto a la ambicionada Groenlandia de los daneses) son infranqueables.
Y a lo anterior habría que agregar que estando el nuevo START – sobre armamento estratégico nuclear – a punto de terminar en febrero del año entrante, más la necesidad de restablecer el equivalente de un nuevo INF (denunciado arbitrariamente por el propio Trump durante su primer mandato) ahora que el Kremlin dispone de los misiles Oreshnik hipersónicos (e imparables) que se ciernen como espada de Damocles sobre los cielos europeos, la cuestión del control de armamentos nucleares – evitar el riesgo creciente de su utilización – podría ser presentado por Trump como un “triunfo” para salvar la cara, interna y externamente, demostrando su capacidad de prevalecer sobre el “Estado profundo” o Deep State (el complejo militar industrial que incluye a toda la fauna de neoconservadores) al mismo tiempo que cumple su promesa electoral de terminar con “la guerra de Biden” obteniendo acuerdos de gran importancia con Putin. Ante esos supuestos habría que admitir que los motivos de la cumbre de Alaska, lo más lejos posible de Europa y de Zelensky para evitar cualquier sabotaje o atentado criminal, comienzan a hacer sentido.
El Concierto de Viena mucho más que un Yalta 2.0 como dijimos en estas mismas páginas digitales hace unos meses – con Trump jugando el papel de Talleyrand ciertamente – pero bueno, un resultado de negociaciones tras bastidores que si se llegaran a concretar – como estamos suponiendo en estas aventuradas hipótesis – sería un reordenamiento fantástico del orden mundial, estableciendo un equilibrio de poderes que podrían llegar a tener la duración secular que tuvo la paz de Viena (1815-1914). Por otra parte, si a lo antes señalado le agregamos la posible visita de Trump a China para la conmemoración del fin de la guerra en el Pacífico contra el Japón a principios del mes entrante, cumbre a la que ya fue invitado oficialmente por Beijing, se podría soñar con la idea que las cosas podrían reconfigurarse de manera tripolar en la esfera geopolítica, sin perjuicio de la multipolaridad en la esfera geoeconómica postulada por los BRICS, todo ello en el marco de un proceso geoestratégico de gran envergadura que obligaría a Estados Unidos a aceptar que – no pudiendo ser el imperio mundial con el que sueñan los halcones –si tiene un honorable espacio que ocupar en ese reordenamiento multipolar bosquejado. Me doy cuenta que lo expuesto es, tal vez, puro “wishfull thinking” pero es perfectamente posible siempre que en la Casa Blanca tengamos a un actor político racional tomando decisiones. Si recordamos la reciente actuación de Trump en la guerra de Israel contra Irán y como su orden de atacar las instalaciones nucleares de Irán le permitió declarar misión cumplida (a pesar de las evidencias de la evacuación de personal, equipamiento y material sensible como el uranio enriquecido) habría que admitir que detener la escalada bélica pudo ser una estrategia debidamente planificada y racional.
Es claro que quienes recuerdan la desestabilización permanente de los países del Cáucaso (Azerbaiyán y Armenia mucho más que una Georgia por ahora con un gobierno que da muestras de buen juicio rechazando la injerencia de los europeos y de la CIA) incluyendo a un Mearsheimer que insiste en que “todo se resolverá en el campo de batalla” (y recuerda que el único peer competitor de Estados Unidos es China) o un Sachs absolutamente incrédulo de la racionalidad y el buen juicio del inquilino de la Casa Blanca se ubican dentro del campo de los pesimistas, mientras para otros –como Jalife en México – podría estarse vislumbrando una solución a esta descomunal crisis mundial. Más vale apostarle a los optimistas aunque sea por puro ejercicio de tranquilidad mental. Ya veremos que sale de la reunión del Día de la Virgen de la Asunción, a quien los buenos católicos chapines deberían pedirle el milagro.