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En Israel se oye una palabra inusual: paz. Las distintas visiones de un proceso que desean, sea permanente
Está en marcha un nuevo tipo de proceso de paz en Medio Oriente, a medida que un decidido gobierno de Trump y sus aliados en el mundo musulmán intentan ampliar un tenue alto al fuego entre Israel y Hamás.
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La multitud que llenó la plaza Rabin, de Tel Aviv, el sábado por la noche, para recordar a Yitzhak Rabin, el primer ministro israelí asesinado allí por disparos de un ultraderechista hace 30 años, no fue especialmente impresionante. Había unas 50 mil personas, muchas de ellas de mediana edad o mayores. Lo que destacaba no era la concurrencia, sino la frecuente pronunciación de una palabra que rara vez se ha oído en grandes reuniones políticas en Israel en los últimos años. “¡Sí a la paz, no a la violencia!”, coreaba la gente. “Buscar la paz es un acto judío”, declaró Yair Lapid, líder de la oposición y jefe del partido centrista Yesh Atid.
Rabin “sabía que la paz no es debilidad, sino fuerza y poder”, dijo Yair Golan, exgeneral que dirige el partido de izquierda Los Demócratas. El asesinato de Rabin, el 4 de noviembre de 1995, paralizó violentamente el proceso de paz de Oslo. También convirtió la “paz” en una palabra sucia, delatora de ingenuidad —o, peor aún, de izquierdismo—, en la política israelí, en constante deriva hacia la derecha. Ahora, por supuesto, está en marcha un nuevo tipo de proceso de paz, en el que un decidido gobierno de Donald Trump y sus aliados del mundo musulmán intentan ampliar el tenue alto al fuego entre Israel y Hamás para convertirlo en algo más.
Están presionando para que se desmilitarice y reconstruya la franja de Gaza, empezando por la mitad oriental controlada por Israel. Esperan ampliar los Acuerdos de Abraham, que normalizaron las relaciones de Israel con los Estados árabes, para incluir otros países como Arabia Saudita, Siria o Líbano. Tal vez, dicen, podría haber incluso un atisbo de esperanza para la creación de un Estado palestino algún día. Sin embargo, antes de que cualquiera de esas ambiciosas ideas pueda hacerse realidad, Hamás debe devolver todos los cadáveres de los antiguos rehenes de Israel.
El lunes por la mañana, Israel confirmó que durante la noche había recibido los restos de otros tres: el coronel Assaf Hamami, el sargento Oz Daniel y el capitán Omer Neutra, con doble nacionalidad israelí y estadounidense. Los cadáveres de otros ocho siguen en Gaza. Es un momento de grandes posibilidades, pero también de grandes peligros. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tuvo que ser presionado para que aceptara el alto al fuego con Hamás. Muchos miembros de su coalición preferirían romperlo y volver a una guerra en gran escala en busca de la “victoria total”, antes que arriesgarse a que Hamás sobreviva, se reagrupe, se rearme y reconstruya la capacidad de amenazar militarmente a Israel.
En las conversaciones con israelíes de a pie, hay una sensación palpable de que la nación se encuentra en una encrucijada, y no solo sobre qué hacer con Gaza. El año pasado emigraron de Israel decenas de miles de personas más que las que migraron al país. Muchos israelíes de todo el espectro político creen que las elecciones que se celebrarán en algún momento del año próximo serán culminantes y decisivas, y que su resultado determinará el carácter futuro del país y si más ciudadanos optarán por quedarse o marcharse. En la balanza pende una parte tensa del contrato social de Israel.
Hecho jirones, se trata de un pacto entre los ultraortodoxos, cientos de miles de los cuales se manifestaron en Jerusalén la semana pasada para exigir la prórroga de su exención del servicio militar, que dura ya décadas, y las decenas de miles de reservistas que han llegado al agotamiento cumpliendo múltiples turnos de servicio en Gaza. Mucho dependerá de lo que decida Netanyahu en los próximos meses: de lo que se le presione para que haga o acepte, de lo que priorice por encima de todo y de lo que, a sus 76 años, quiera que sea su legado.
También dependerá en gran medida de cómo se posicionen ante los votantes israelíes quienes, además de estar agotados por la guerra, se muestran profundamente escépticos ante las perspectivas de paz. En los discursos del sábado por la noche, se prestó mucha atención a cómo Rabin había sido un guerrero por Israel antes de buscar la paz con los palestinos. También se reconoció hasta qué punto el ambiente político actual de Israel se parece a la atmósfera cargada y polarizada que precedió al asesinato de Rabin. Golan, exgeneral, vio cómo su ascenso en las filas militares terminaba tras un discurso pronunciado en el 2016 en el que estableció paralelismos entre el Israel contemporáneo y la Alemania anterior al Holocausto.
El sábado por la noche, dijo que los tres disparos que mataron a Rabin siguen resonando hoy, “cada vez que el gobierno incita contra sus ciudadanos, cada vez que se llama traidores a los patriotas, cada vez que se golpea a los manifestantes que ejercen su responsabilidad cívica”. Lapid, el líder centrista de la oposición, argumentó que los partidos religiosos y de derecha de la coalición gobernante, al igual que los detractores de Rabin, estaban distorsionando la idea misma de judaísmo y convirtiéndola en algo violento. “El racismo violento de Itamar Ben-Gvir no es judaísmo”, dijo, refiriéndose al ministro de Seguridad Nacional de Netanyahu. “Quien sugiera lanzar una bomba atómica sobre Gaza no representa al judaísmo”, añadió, refiriéndose a la sugerencia de otro ministro ultranacionalista.
¡Sí a la paz, no a la violencia! buscar la paz es un acto judío
“La violencia de los colonos no es judaísmo”, manifestó Lapid. “El judaísmo no pertenece a los extremistas, ni a los corruptos, ni a los que eluden el servicio militar”.