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Del secuestro al rescate de la Usac
Autor: Kevin Segura Instagram: @kevincsegura Facebook: @ kevin.seguracarrillo Editorial: [email protected] Sobre el Autor: Arquitecto egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala, con estudios de postgrado en Desarrollo Urbano y Territorial y docente de vocación. Fundador del Laboratorio de Liderazgo e Innovación. No hace mucho tiempo tener en una comunidad, colonia o grupo organizado […]
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Autor: Kevin Segura
Instagram: @kevincsegura
Facebook: @ kevin.seguracarrillo
Editorial: [email protected]
Sobre el Autor: Arquitecto egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala, con estudios de postgrado en Desarrollo Urbano y Territorial y docente de vocación. Fundador del Laboratorio de Liderazgo e Innovación.
No hace mucho tiempo tener en una comunidad, colonia o grupo organizado a un estudiante de la Universidad de San Carlos, no solo era un motivo de orgullo: era un símbolo de esperanza, de transformación y de resistencia. Ser sancarlista significaba portar en el pecho un estandarte de lucha social, pensamiento crítico y compromiso con las causas del pueblo. Aquellos estudiantes no eran simples académicos: eran portavoces de las necesidades populares, semillas de cambio en un país sediento de justicia.
Pero los años han pasado, y hoy la única universidad pública de Guatemala se encuentra atrapada en las redes de la corrupción, la usurpación de cargos y el clientelismo político. Desde la rectoría hasta algunos sectores del estudiantado, las estructuras que antes eran símbolo de dignidad se han visto contaminadas por prácticas indignas de su historia. Su presencia e incidencia en la solución de los grandes problemas nacionales, tal como le ordena la Constitución, se ha diluido hasta convertirse en un eco débil.
La pérdida de prestigio no solo se refleja en el ámbito político y social. En el sector productivo, la industria y las empresas han tomado otros rumbos; la falta de actualización en muchos de los planes de estudios, algunos con más de dos décadas sin cambios, ha dejado a nuestros egresados en desventaja frente a profesionales formados en instituciones que sí han respondido a las exigencias de un mundo en constante transformación. Así, poco a poco, la Usac ha cedido terreno en espacios donde antes era referencia indiscutible.
No hay inversión estratégica en ciencia y tecnología; en lugar de laboratorios de punta o proyectos de investigación de alto impacto, muchas unidades académicas se conforman con unos cuantos escritorios, cafeteras, y un par de macetas, no muy distante de las láminas y bolsas que regalan en campañas políticas. Esto evidencia la pobreza material y peor aún, la miseria mental de autoridades, que están más preocupadas por perpetuar sus cuotas de poder que por impulsar una transformación académica real.
¿Está todo perdido? No necesariamente. Existen grupos de estudiantes, docentes y ciudadanos comprometidos, dispuestos a confrontar y desmontar las estructuras que hoy tienen cooptada la universidad. Son colectivos que defienden la cultura, la ciencia y las letras, que sueñan con una academia al servicio del pueblo y un pueblo que abrace a su universidad como motor de su desarrollo.
Cada proceso electoral por más pequeño que parezca, es vital: la elección de una asociación estudiantil, de un representante ante un consejo directivo o el Consejo Superior Universitario, y por supuesto, la elección del rector, pueden cambiar el rumbo de la tricentenaria. A esto se suma la influencia que la Usac tiene en instancias clave del Estado: las más de 20 sillas en los Consejos de Desarrollo, su representación en la Junta Monetaria, en la Corte de Constitucionalidad, y su voz en los procesos para elegir autoridades del Tribunal Supremo Electoral o el Fiscal General del Ministerio Público. Recuperar la universidad es, en esencia, recuperar parte de la democracia del país.
Nuestro horizonte es claro: una universidad donde prevalezca el mundo de las ideas, la disidencia constructiva, el pensamiento crítico y la experimentación. Un espacio libre de persecuciones políticas, de condicionamientos a docentes y estudiantes, de coacciones destinadas a perpetuar la corrupción o a capturar el Estado desde la academia.
La Universidad de San Carlos debe volver a ser baluarte de pensamiento y acción, un crisol de juventudes vivas y comprometidas dispuestas a poner manos, mente y corazón al servicio de los más pobres y vulnerables. Un espacio que inspire los sueños del hijo de un obrero para que pueda verse a sí mismo como ingeniero agrónomo; que la hija de una campesina se proyecte como médica y muchos más profesionales como su servidor, que conocen lo que es colgarse en las camionetas y compartir el pan en las aulas, puedan transformar este país desde el conocimiento y la ética profesional.
Rescatar a la universidad del secuestro de las mafias, incluye que cada estudiante que cruza los pasillos de nuestra universidad se pregunte ¿quiero simplemente graduarme y obtener un título, o quiero una mejor universidad para un mejor país? La respuesta a esta pregunta definirá si la Usac seguirá arrodillada ante la mediocridad o si volverá a caminar erguida, como faro de dignidad y esperanza para Guatemala.