El valor del humor político

El valor del humor político

Cuanto más drama se vive en una sociedad, más se agudiza el instinto de la burla

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Resumen Automático

13/08/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

Cuentan que Idi Amin, un conocido déspota africano, solía convocar al palacio a los principales contadores de cuentos para que lo pusieran al día con los chistes más ocurrentes que sobre él se contaban en las plazas. Luego de reírse un poco de sí mismo, ordenaba la inmediata ejecución del aspirante a bufón, asegurándose de que aquel personaje no volviera nunca a burlarse del tirano en público. De alguna manera pensaba el dictador que eliminando al mensajero se eliminaba el mensaje. Craso error.


El humor político se ha abierto siempre camino, a pesar de las restricciones y la persecución que los gobernantes han hecho de ese curioso fenómeno social. La burla y la sátira política han sido históricamente la forma en que los pueblos canalizan sus frustraciones y, por qué no, sus impulsos agresivos.


El matizar las desgracias con una dosis de ingenio, el poder expresarse de las autoridades, aunque estas no las escuchen, el aplicar la creatividad para burlarse del poder y de paso agradar a los contertulios son las razones de la popularidad del chiste político. Algunos afirman que cuanto más drama se vive en una sociedad, más se agudiza el instinto de la burla.


Nuestro país no ha sido ajeno al fenómeno. Recuerdo cómo, en la trágica década de los años 60, los chistes que hacían mofa de los gobernantes de turno eran uno de los tópicos recurrentes de conversación en los buses, en el colegio, en la casa. También es cierto que en aquella época los gobernantes daban pie al ingenio, fuera por sus características físicas, como ocurrió con el presidente Laugerud, o por su tozudez, como sucedió con el presidente Lucas.


No recuerdo que esta tradición del chiste político fuera tan extendida con los gobernantes posteriores, lo que prueba la tesis de que son los tiempos difíciles los que estimulan la gracia.

El humor político se ha abierto siempre camino a pesar de las restricciones y la persecución oficial.


En nuestro país también ha habido una tradición de humor político que ha florecido desde las mismas páginas de los principales medios escritos. Desde Mon Crayón en los arriesgados tiempos de Estrada Cabrera, hasta los caricaturistas contemporáneos, todos ellos han navegado en el mundo de la sátira política entre la molestia, la réplica y en ocasiones hasta la censura de los poderes públicos.

Probablemente el más legendario de ellos fue el famoso muñequito de El Imparcial, que fue publicado durante muchos años, y que, haciendo gala del mejor estilo, hacía crítica o burla de políticos, personajes, situaciones o hasta lugares con apenas unas pocas palabras. Era un arte y un gusto encontrar esta tira escondida entre las páginas de ese medio y luego intentar deducir, a partir de su corta frase, a quién le llegaba el dardo punzante de su crítica.


Decía un caricaturista famoso que las mejores tiras son aquellas que con pocos trazos y pocas palabras despliegan todo su humor. Escribo estas líneas luego de un conversatorio público que sostuvimos con unos amigos sobre una de las tiras cómicas de carácter político más exitosas de la historia. Me refiero a Mafalda. Con un ingenio agudísimo, un ánimo de repartir varapalo a todos los personajes e ideologías por igual y presentarlo desde el ángulo de una niña precoz proveniente de una familia de clase media, Mafalda y su autor supieron sortear los escollos de los regímenes de la época para lograr entretener a generaciones de latinoamericanos. Todo un ejemplo de cómo recordar los dramas humanos por medio del humor blanco.


Ojalá la gracia y el ingenio del humor político sirvan para suavizar las esquinas filosas de los acontecimientos que se avecinan en nuestro país.