El tráfico como metáfora nacional

El tráfico como metáfora nacional

Aquí nadie nos convence de nada, porque nuestros políticos no creen ni en su propio discurso.

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Resumen Automático

30/09/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

El caos vehicular de Guatemala es un infierno diario que consume miles de horas-hombre al año, roba productividad, interfiere con la vida familiar, desgasta la economía y afecta nuestra salud mental. No es solo tráfico, es el retrato de un país atrapado en su propio desorden. Somos el reflejo de un sistema político que nos ha convertido en individuos dispersos y manipulados por el sistema.

Sin un proyecto que integre transporte colectivo con ciclovías, banquetas y espacios peatonales, seguirá el caos.

El problema viene desde siempre, con todos los gobiernos y alcaldes. El colapso vial es el reflejo de un sistema político incapaz y corrupto que ha permeado cada rincón de la burocracia nacional. Durante décadas, los intereses de unos pocos secuestraron la política, y la ciudadanía —cansada o resignada— terminó adaptándose a sobrevivir en la jungla de asfalto. El resultado es un país donde lo que colapsa no es solo el tráfico, sino también las carreteras, los puertos, los hospitales y las escuelas, toda la estructura que debería sostenernos como nación.

La ironía es que sabemos que sí se puede gobernar con orden. Álvaro Arzú, Lucas García y Jorge Ubico —cada uno con sus sombras históricas— dejaron obras que todavía existen y marcan la diferencia entre construir y despilfarrar. Pero, desde entonces, cada administración ha sido una cloaca de caos: arranca desde un “menos cero”, multiplica los presupuestos a niveles absurdos, repite la misma retórica vacía y termina dejando al país aún más deteriorado. El resultado es un retroceso disfrazado de gestión pública.

El guion se repite: cada cuatro años elegimos desde tarimas demagógicas y, apenas llegan al poder, no sirven, sino se sirven del gasto público. Los presupuestos se inflan, mientras la rendición de cuentas se traduce en desempeños desastrosos.

Y, mientras tanto, el país carece de todo: un sistema de transporte colectivo moderno, ampliado y funcional. Ni metro ni tren, ni buses rápidos que funcionen como columna vertebral. En vez de infraestructura que mueva masas de personas, seguimos apostando por vender ocho mil motos mensuales y miles de carros que saturan el mismo embudo urbano. Un proyecto serio debería integrar transporte colectivo eficiente con ciclovías seguras, banquetas amplias y espacios peatonales. Caminar debería ser una opción lógica y pedalear un acto natural. Eso es lo que demanda el pueblo.

Lo peor no es la corrupción en sí, sino la pérdida absoluta de visión. Guatemala vive administrando ruinas, y cuando se administra ruinas, surgen los extremos. La región está llena de ejemplos: en medio del caos emergen líderes que prometen romper con todo. Así apareció Milei en Argentina o Bukele en El Salvador. Del otro lado, la versión caricaturesca del populismo: Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia, Maduro en Venezuela. En todos los casos, el resorte fue el mismo: el hartazgo ciudadano frente a un sistema podrido.

Bukele es el caso más cercano y el más incómodo. ¿Autoritario? Tal vez. Lo que nadie puede negar son los resultados: entre los países más seguros del mundo, inversión extranjera, turismo en auge, infraestructura moderna, generación de energía y una imagen país que hoy proyecta éxito; Bukele convenció a los salvadoreños de que había un futuro común. Esa es la diferencia con Guatemala: aquí nadie nos convence de nada, porque nuestros políticos no creen ni en su propio discurso.

El tráfico no es un accidente, es la metáfora perfecta de nuestra política. Todos peleando por adelantar un carro, mientras los demás siguen en la cola maldita. Guatemala necesita un proyecto de país que priorice el bien común, o seguiremos atrapados en el mismo embotellamiento: con los motores encendidos, la paciencia agotada y la certeza de que el país se dirige derechito al colapso total.

Hasta que eso ocurra…

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