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¿A quién obedecen los gobiernos?
Me parece preocupante cómo en el mar de los análisis y reflexiones relacionadas con el tema de la política nacional (no discuto que, muchos de ellos, sesudos y con pensamientos dignos de ser atendidos) se le dé tan poco énfasis al asunto del funcionamiento o no del sistema democrático por el cual hemos optado como […]
Me parece preocupante cómo en el mar de los análisis y reflexiones relacionadas con el tema de la política nacional (no discuto que, muchos de ellos, sesudos y con pensamientos dignos de ser atendidos) se le dé tan poco énfasis al asunto del funcionamiento o no del sistema democrático por el cual hemos optado como Estado; y, cuando esto se intenta, se centre la atención en vicios del funcionamiento de las instancias de gobernanza (p. ej., las famosas comisiones de postulación o la Ley de Compras y Contrataciones, …), y la calidad y malas costumbres (p. ej. el caso de los no pocos que ya no gozan de visas al extranjero o los funcionarios nombrados sin tener suficientes credenciales para ejercer sus cargos, … ) de los que terminan por ser investidos, directa o indirectamente, para terminar siendo los que ejercen la función pública.
Mi personal parecer es que, para que un sistema democrático de tipo republicano funcione, se necesita de la existencia de tres actores básicos que entiendan cuál es su función y la sepan asumir; a saber: políticos, partidos políticos y ciudadanía consciente y activa en materia política. Entendiendo que, en la base de todo ello, se encuentra la ciudadanía; una ciudadanía organizada y con capacidad de expresión de lo que son sus verdaderas necesidades. Una ciudadanía consciente que, sin su participación, el paradigma de la democracia republicana no es nada más que un chiste; y que es en la mano de ella que está velar por la calidad de los que se declaren artesanos de la política y de lo sano que lleguen a ser los partidos políticos que se vayan desarrollando…….
Para certificar lo anterior como valedero, basta con echar una rápida mirada a los acontecimientos de las últimas semanas en nuestro país, claro ejemplo de la manera en que nos hemos venido autoengañado al decirnos y hacernos creer que vivimos en democracia. Ejemplo de cómo es patente que se trata de un Estado que no cuenta con “poder” o capacidad instalada ni para hacer oposición ni para gobernar con consistencia,
Por un lado, los patéticos intentos de unos pocos inconformes con las tendencias actuales del desarrollo de la política gubernamental; inconformes que se esfuerzan por dar la impresión de que existe una población organizada y renuente a que un gobierno: a) busque la consolidación del sistema democrático; b) demuestre que sí es posible gobernar de manera mucho más decente y honesta que en el pasado; y c) procure el establecimiento de un aparato de justicia que goce de la credibilidad y la confianza de la población en general … y que lo pretende alcanzar mediante la organización de paros o bloqueos manifiestamente improvisados y artificiales, sin capacidad de sostenerse en el tiempo, conducidos por gritones sin ton ni son que no llegan ni a líderes de barricadas …
Por el otro lado, un gobierno incapaz de hacer manifiesto el sustento o “poder” político del cual goza por temor a que, al convocar a sus “adeptos”, se devele que no hay tales …
Y, en el medio, unos analistas desorientados que no atinan a reconocer que el problema principal existente radica en la ausencia de partidos políticos, serio, consistentes y que representen auténtico “poder” político; “poder ciudadano”. Poder ciudadano sin importar mayormente su signo (asunto que debería relegarse como preocupación para después).
A mi entender, el verdadero desafío en Guatemala consiste en el acertado desarrollo de un trabajo de hormiga que debería ir orientado a que los que compartan ciertos intereses se sepan organizar y sepan aprender a formularlos de manera seria y razonable en el plano político; de manera tal que puedan competir en un escenario de lucha política civilizada para otorgar mandato claro a quien consideren que deba gobernar.
Lo que se debe impedir es que se siga con el jueguito que se repite cada cuatro años, consistente en adormecer (con palabras vacías) o sobornar (los “acarreados”, por ejemplo) a grupos suficientes de personas dispuestas a votar a su favor el día de la elección, para que otorguen así el mandato (vía un voto no reflexionado) y luego retornen a su letárgica función de no fiscalizar y de no exigir a sus mandatarios.
Como bien se puede ver; consiste lo anterior en una tarea ciudadana que tiene que venir de la Guatemala profunda; más allá de lo que puedan proponer los políticos auto-ungidos como tales que ya se van acercando a las próximas elecciones vociferando promesas incumplibles (como el caso de la pena de muerte para “los demás”, que es asunto del Organismo Ejecutivo, por ejemplo) y somatando la mesa cual si estos fueran los atributos de los buenos líderes.