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La hora del cónclave
“La Iglesia está para celebrar misterios, no para satisfacer expectativas”.
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Probablemente cuando este artículo llegue a los ojos de los lectores, ya los cardenales de la Iglesia Católica habrán entrado a uno de los eventos más mediáticos, interesantes y de mayor repercusión de nuestro tiempo. Se trata del cónclave, en el que procederán a elegir al sucesor del Papa Francisco. También existe la posibilidad de que hayan realizado al menos dos votaciones y, en una de ellas, elegido a uno de los cardenales.
Uno de los elementos que más llama la atención es el hecho de que todos los procedimientos de votación del cónclave ocurren a puerta cerrada. Esto se debe a que la Iglesia busca que los cardenales se concentren, sin influencias del entorno local e internacional, en la búsqueda de la persona que tenga las calidades y las cualidades para dirigir la Iglesia por los próximos años. No está de más afirmar que siempre ha habido intereses foráneos que buscan incidir de algún modo en su resultado, sea por las consecuencias geopolíticas o doctrinarias de lo que de allí se desprenda. Así que el secreto incrementa por supuesto el interés y, por qué no, la curiosidad —no siempre del todo sana— de quienes observan el cónclave puertas afuera de la Capilla Sixtina.
Los asuntos de la Iglesia siempre han movido a debate y discusión.
El evento moviliza a miles de analistas. Muchos de ellos, sin la perspectiva correcta, analizan el cónclave como si fuera una especie de congreso donde las fuerzas políticas de una u otra denominación buscan hacerse con el poder. Algo como lo que película Cónclave pretendía “ilustrar”, recurriendo a los típicos estereotipos y prejuicios de los gurús cinematográficos. Haciendo comparaciones, esto es como escoger a Dan Brown como el principal historiador de arte y de la Iglesia, tomando sus apuradas novelas como si fueran la piedra de Rosetta del conocimiento universal en estas dos disciplinas.
Sin embargo, no debemos sorprendernos de esto. Los asuntos de la Iglesia siempre han movido a debate y discusión. Basta recordar el Concilio Vaticano II, que algunos incluso definieron como el “concilio de los medios de comunicación” porque eran estos, con escaso conocimiento de las implicaciones teológicas de lo allí discutido, los que ofrecían sus lecturas e interpretaciones al mundo. Igual es aquí. Los gustos editoriales, las inclinaciones ideológicas, los sesgos regionales y otros factores son los que influyen en los análisis y vaticinios que se nos ofrecen. Muchas veces los papables no son más que el reflejo inconsciente de sus propios deseos o el producto simplemente de miedos inconfesados. También, algunas posturas sociales que en ciertos casos se presentan como modernas, progresistas o aperturistas suelen ser la agenda de aquellos que no son parte de la Iglesia o, in extremis, de quienes no son del todo creyentes, oscureciendo la expectativa y los anhelos de quienes sí lo son. Como oportunamente recordaba el cardenal jesuita Carlo Maria Martini, por cierto, nada sospechoso de conservadurismo, a propósito de aquellos que buscan que la Iglesia gire en cualquier sentido con cada giro de los tiempos: “La Iglesia está para celebrar misterios, no para satisfacer expectativas”.
Ciertamente, los retos que la Iglesia enfrenta en los tiempos contemporáneos son muchos. La unidad en la diversidad, cómo permanecer firmes en las verdades reveladas, cómo ser faro de la cultura y la civilización en tiempos de descreimiento y cómo acercar a los lejanos. Esto es algo que los cardenales tomarán muy en cuenta. Y como los mismos católicos lo afirman con convicción, en ese proceso serán asistidos por la guía e iluminación del Espíritu Santo.