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Santuario de manatíes protege los ríos de Florida
Cada manatí avistado, cada delfín, cada garza en vuelo, se convierten en motor de prosperidad para miles de familias.
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Hace pocos años, cuando filmaba en las aguas de río Dulce, en Guatemala, me avisaron que, si quería encontrarme con manatíes, debía levantarme muy temprano, pues era cuando se dejaban ver antes de esconderse de los humanos. Si hacíamos ruido, se espantaban, por lo que nuestra lancha apagaba motores esperando que aparecieran. Nos levantábamos a las 4 de la mañana en repetidas ocasiones y, al fin, teníamos la oportunidad de verlos, aunque si hablábamos fuerte, huían de inmediato.
Sin embargo, en las playas de la Costa del Tesoro, de Florida, me encontré con un panorama distinto, siendo un contraste sorprendente con lo vivido en río Dulce, donde suelen escapar al primer ruido. Hace días se nos acercó un manatí a menos de medio metro de distancia y permaneció inmóvil junto a nosotros por más de 15 minutos. Rozaba nuestra piel como acariciándonos, aunque nos abstuvimos de tocarlo, pues había letreros que lo prohibían. Ahora busco ir en un kayak para filmarlos nadando a mi lado y enseñarles a niños y adultos la importancia de tenerlos a nuestro lado.
Los manatíes, conocidos como “vacas marinas”, maman leche de sus madres tal y como lo hacen los bebés humanos, y llegan a medir tres metros y pesar más de mil libras. A pesar de su tamaño, son dóciles y curiosos, se acercan con la inocencia de un niño y esa nobleza los hace vulnerables. Cada año, decenas resultan heridos por hélices de lanchas que navegan sin precaución. Sus cuerpos, marcados con cicatrices, son un testimonio silencioso del precio que pagan por compartir su hogar con los
humanos.
En Fort Pierce descubrí el Manatee Center, un espacio educativo que nos enseña a protegerlos porque funcionan como especies indicadoras de la salud de los ecosistemas y, además, al consumir plantas acuáticas, ayudan a mantener los pastos marinos en equilibrio.
A pesar de su tamaño, son criaturas dóciles y curiosas, que se acercan a los visitantes con la inocencia de un niño.
Un dato fascinante es que la salud de los manatíes refleja la del Indian River Lagoon, su hogar natural en la Costa del Tesoro. Este lugar es singular: aunque se le llama “río” y “laguna”, es en realidad un estuario donde el agua dulce de los ríos se mezcla con la salada del océano, creando un ecosistema único. Allí habitan más de cuatro mil 300 especies en apenas cinco pies de profundidad, lo que lo convierte en el estuario con mayor biodiversidad de Norteamérica. Su valor también es económico: aporta US$7.6 mil millones anuales al estado de Florida. Se le conoce como el “gran vivero marino”, pues allí nacen y crecen peces, crustáceos e invertebrados que sostienen la cadena alimenticia del océano. Elyse Geraghty, coordinadora de educación para el Manatee Center, afirma que son especies que merecen ser protegidas, ya que son el termómetro para la salud de los ecosistemas.
Cada manatí, cada delfín o garza en vuelo se convierte en motor de prosperidad para miles de familias. Sin embargo, el Manatee Center recuerda que esta riqueza es finita. La contaminación, el crecimiento urbano y la imprudencia de las embarcaciones amenazan con desbalancear un ecosistema que tardó milenios en formarse. Por eso, las restricciones de navegación en Florida son severas.
Visitar este lugar es mucho más que un paseo turístico. Los manatíes, con su calma y dulzura, parecen susurrarnos un mensaje ancestral: el verdadero progreso no se mide por la velocidad de una lancha ni por el tamaño de un desarrollo urbano, sino por la capacidad de coexistir en armonía con el mundo que nos sostiene.
El Manatee Center de Fort Pierce no solo es un espacio de conservación; es un recordatorio vivo de que los secretos mejor guardados del planeta están frente a nosotros, esperando ser descubiertos y protegidos.