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Ideología y minería
El vocabulario de esta retórica es inconfundible.
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La oposición ideológica a la minería y producción de hidrocarburos es constante, ruidosa y frecuentemente hasta violenta. Los argumentos se repiten; el “extractivismo” se plantea como un tema moral, empresas extranjeras se llevan los beneficios, el daño ambiental es arrasador, las comunidades son desplazadas y el país pierde soberanía sobre sus recursos. La actividad minera se convierte en símbolo de intereses oscuros y malévolos. No les preocupa ni denuncian la minería clandestina. Se hace a un lado cualquier noción de propiedad y se ocupa de combinar temas de identidad e invasión comunitaria; un proyecto minero se interpreta como una intrusión cultural opresiva y explotadora, más que como una fuente de desarrollo.
Un proyecto minero se interpreta como una intrusión cultural opresiva y explotadora.
El rechazo se extiende a las hidroeléctricas, aunque produzcan energía renovable y baja en emisiones. Peor aún si son actividades productivas privadas; se reclama la privatización de ríos, la invasión de recursos del pueblo para fines nefastos como generar ganancias, en lugar de servir a la sociedad. Quieren energía abundante, accesible y barata, pero producida con magia, no con recursos reales.
El vocabulario de esta retórica es inconfundible; defender los territorios, proteger la madre tierra, resistencia a la extracción y explotación de bienes comunes, consulta a los pueblos, justicia ambiental, soberanía de las comunidades y resistencia contra el saqueo. Son expresiones que apelan a la legitimidad moral y buscan movilizar apoyo presentando cada proyecto como una agresión cultural y ambiental.
Eso sí, en la vida diaria, los opositores a la minería utilizan sin reparos teléfonos celulares, computadoras, refrigeradores, televisores, estufas, vehículos y toda clase de aparatos que dependen por completo de minerales. Les apetece el cable, internet y wifi, sin advertir cuánta energía y minerales consumen, ya que, literalmente, vienen del cielo. La economía verde que promueven —autos eléctricos, paneles solares, turbinas eólicas— requiere, por mucho, más minería, no menos.
Otra paradoja se manifiesta en el plano cultural. Las corrientes intelectuales modernas de la izquierda —herederas del marxismo, el materialismo histórico y el secularismo ilustrado— son abiertamente agnósticas o ateas y tienden a ver la religión como una construcción social usada para el control y la opresión. No obstante, cuando se trata de comunidades ancestrales, adoptan un lenguaje reverente hacia su espiritualidad, sus lugares sagrados y ceremonias tradicionales. Calificar un río o montaña como “sagrada” otorga un blindaje moral y frecuentemente, legal. Más que un asunto de fe es una herramienta ideológica y política para frenar proyectos productivos.
Estas contradicciones no necesariamente invalidan sus preocupaciones ambientales, pero sí evidencia que su rechazo absoluto es más ideológico que práctico. Las ideas esgrimidas aquí no proponen que la minería o las hidroeléctricas deban operar sin restricciones ni respeto por las comunidades y el medio ambiente. Pero gran parte del discurso que busca prohibirlas se apoya en nociones selectivas, en contradicciones evidentes y en un rechazo que rara vez plantea alternativas realistas. La prosperidad moderna y la transición energética que se promueve dependen inevitablemente de la extracción de minerales.
La extracción de minerales e hidrocarburos bajo reglas estables y criterios técnicos sanos es beneficiosa para la sociedad. Oponerse por reflejo y plantear requisitos alambicados dejará esos recursos donde están, bajo la tierra, en detrimento de las oportunidades que ofrecen para el desarrollo.