Los efectos autodestructivos de la tristeza progresista

Los efectos autodestructivos de la tristeza progresista

Los conservadores afirman ser más felices, pero muchos miembros de la izquierda empezaron a padecer una tristeza inadecuada.
20/03/2023 00:01
Fuente: Prensa Libre 

Uno de los hallazgos bien establecidos de las investigaciones de ciencias sociales es que los conservadores afirman ser más felices que los liberales. Con el paso de los años, varios investigadores han concebido múltiples teorías para explicar este fenómeno.

La primera explicación es que los conservadores son más propensos a participar en actividades ligadas con la felicidad personal, como casarse y ser miembros activos de una comunidad religiosa. La segunda explicación es que claro que los conservadores son más felices, ya que, por definición, están más satisfechos con el orden establecido.

La tercera explicación, que va de la mano con la segunda, es que en las pruebas de personalidad los liberales suelen obtener puntajes más altos en cuanto a la apertura a nuevas experiencias pero también en cuanto al neuroticismo. Las personas con mayor puntaje en neuroticismo están atentas a aquello que podría hacerles daño, pero también viven con muchas emociones negativas, como la tristeza y la ansiedad.

A lo largo de los años, he seguido estos debates solo de manera casual, sobre todo porque durante el gobierno de Barack Obama, por ejemplo, los liberales no parecían tristes. Grandes multitudes de jóvenes demócratas coreaban “¡Sí podemos!” en los mítines de campaña de Obama, centrados en la esperanza y el cambio. El público se emocionó con el musical “Hamilton”, escrito por Lin-Manuel Miranda, un relato optimista, festivo y multirracial de la fundación de Estados Unidos. Se percibía una presunción de confianza en que Estados Unidos estaba progresando, en que el arco de la historia se inclina hacia la justicia.

Poco a poco, esa atmósfera cambió. Primero, aparecieron los teléfonos inteligentes y las redes sociales, con efectos negativos en la psique de la nación, sobre todo en los jóvenes. Luego, la elección de Donald Trump obscureció el espíritu de la nación, tanto en la derecha como en la izquierda.

Los liberales jóvenes fueron los más afectados. Un estudio publicado en 2021 y realizado por Catherine Gimbrone, Lisa M. Bates, Seth J. Prins y Katherine M. Keyes analizó los estados emocionales de estudiantes de duodécimo grado entre los años 2005 y 2018. Las jóvenes liberales experimentaron un incremento de síntomas de depresión. Los jóvenes liberales no se quedaron atrás. Los jóvenes conservadores de ambos sexos también mostraron índices más altos de síntomas depresivos, pero no en la misma magnitud que los liberales. La tristeza estaba vinculada con la ideología.

Es evidente que la derecha se ha desviado en un viaje psicológico estremecedor en los últimos años, pero muchos miembros de la izquierda empezaron a padecer lo que podría considerarse una tristeza inadecuada. Esta actitud se manifestó con tres características principales.

La primera fue la mentalidad de catastrofización. Para muchos, los problemas de Estados Unidos llegaron a parecer endémicos: el sueño americano es una farsa, el cambio climático es inevitable, el racismo sistémico es eterno. Hacer declaraciones catastróficas se volvió una manera de demostrar conciencia de las brutalidades de la vida estadounidense. El problema, como escribió hace poco Matthew Yglesias en su cuenta de Substack, es que la catastrofización, por lo regular, no ayuda a solucionar los problemas. Los terapeutas de personas con depresión intentan romper el ciclo de pensamiento catastrófico para que sus pacientes puedan, con más calma, identificar y atender los problemas que sí pueden controlar.

La segunda fue la sensibilidad extrema al perjuicio. Esto se refiere a la sensación percibida por muchas personas de estar siendo atacadas constantemente por lenguaje ofensivo que atentaba contra su seguridad, preocupaciones que dieron pie a los espacios seguros, las advertencias de contenido, la cancelación de figuras públicas, etcétera. Pero, como argumentó hace poco Jill Filipovic en su propio perfil de Substack: “Cada vez estoy más convencida de que esta dependencia del lenguaje dañino y las acusaciones de que las cosas que a una persona le parecen ofensivas son ‘muy problemáticas’ o incluso violentas tendrá consecuencias sumamente negativas a largo plazo, sobre todo para los jóvenes. Casi todo lo que los investigadores comprenden sobre la resiliencia y el bienestar mental sugiere que las personas que se perciben como arquitectas de su propia vida” se sienten “mucho mejor que aquellas cuya postura automática es la victimización, el sufrimiento y la percepción de que la vida solo les sucede”.

La tercera fue la cultura de denuncia. Cuando las personas se sienten inseguras a nivel emocional atacan a otros, a menudo con palabras exageradas y virulentas. Eso contribuye a las feroces descargas de cancelación y denuncia que hemos visto en los últimos años. Por ejemplo, Damon Linker hace poco escribió en una columna de opinión para The New York Times que Ron DeSantis es malo, pero no tan terrible como Trump. La furia se desató en su contra en línea. El meollo del asunto fue que era una vergüenza decir que DeSantis es simplemente malo: ¡tienes que decir que es un fascista y la personificación de la maldad! Si no hablas con el lenguaje del exorcismo maximalista, traicionas la causa.

Este estilo retórico también es autodestructivo. Cuando la denuncia maximalista es la estrategia preferida, nadie sabe quién será el próximo denunciado. Todos viven en un clima de miedo y todas las personas con salud emocional escriben y hablan desde una posición de defensa.

Digo que la tristeza liberal fue inadecuada porque tal mentalidad no incrementó el sentido de agencia de la gente, sino que más bien lo disminuyó. Cuando luchas por la aprobación de leyes, tu pensamiento se arraiga en la realidad y eso puede generar cambios reales. Pero cuando tratas la política como un escaparate emocional, tanto tú como todos los demás terminan sintiéndose afligidos y desvalidos.

Comparto la noción generalizada de que la era “concienciada” está por terminar. Las aguas se están calmando. Espero que la gente esté llegando a la misma conclusión cursi a la que yo he llegado: si se quiere una política sana, se debe motivar la confianza de la gente en su habilidad para marcar una diferencia, no socavarla.