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El desafío de encontrar a los idóneos
Gobernar en Guatemala implica enfrentarse a redes que viven del desorden.
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Cada vez que el Ejecutivo anuncia cambios en su gabinete, el país entero observa con expectativa. No por entusiasmo, sino por la duda inevitable: ¿esta vez sí habrán encontrado a alguien capaz y honesto? Es triste, pero en Guatemala se ha vuelto casi imposible encontrar perfiles idóneos para dirigir las instituciones más importantes del Estado.
Los profesionales que combinan conocimiento técnico, experiencia pública y reputación limpia son contados.
El problema no es solo político. Es estructural. Los profesionales que combinan conocimiento técnico, experiencia pública y reputación limpia son contados. Muchos ya han sido quemados por el sistema o prefieren mantenerse lejos del ruido. Porque, seamos francos: hoy aceptar un cargo público de alto nivel es un acto de valentía. Entre amenazas, ataques digitales, auditorías sesgadas y la constante desconfianza ciudadana, pocos están dispuestos a poner en riesgo su nombre, su familia y su tranquilidad.
A eso se suma que los ministerios, en lugar de ser centros técnicos de gestión, se convirtieron en espacios de negociación política. Los cargos se reparten como cuotas, no como responsabilidades. Y cuando la lealtad pesa más que la capacidad, el resultado es predecible: improvisación, rotación y desconfianza. Nadie puede construir una política de seguridad, salud o educación si cada ministro llega a “apagar fuegos” y no a planificar el futuro.
También hay que reconocer otro factor: el miedo. Gobernar en Guatemala implica enfrentarse a redes que viven del desorden. Cualquiera que intente poner orden en los penales, en los contratos o en los controles migratorios toca intereses muy poderosos. Y en este país, quien toca intereses, paga un precio. Por eso muchos buenos prefieren no entrar al juego.
También influye la falta de condiciones para trabajar bien. En el Estado, todo cuesta más: los trámites, la coordinación, las decisiones. Eso cansa a quienes quieren resultados y termina expulsando a los buenos.
Y si a todo eso le añadimos la polarización, la ecuación se vuelve imposible. En Guatemala, todo nombramiento es criticado desde el primer minuto. Si el ministro proviene del sector privado, se le tilda de “empresarial”. Si viene de sociedad civil, de “activista”. Si tiene pasado político, de “vieja política”. Nadie pasa la prueba del purismo ideológico que hoy domina el debate público.
Lo cierto es que el país necesita gente que combine firmeza con decencia, autoridad con empatía, técnica con sentido común. No héroes, sino servidores. Personas capaces de ordenar la casa sin miedo, de decir la verdad sin cálculo, de actuar con resultados y no con discursos.
El reto del Ejecutivo no es solo encontrar nombres. Es cambiar la lógica: dejar de premiar la lealtad ciega y empezar a valorar la competencia y la integridad. Porque Guatemala no va a salir adelante con improvisados, sino con personas que conozcan, comprendan y amen este país lo suficiente como para servirlo bien.
Al final, más que ministros, necesitamos personas que inspiren confianza. Y eso, desafortunadamente, se ha vuelto lo más escaso en la política nacional.